Fórmula 1, años setenta. Un mundo de competición
(lo de deporte siempre lo cojo con pinzas) muy diferente al actual.
Entonces el glamur de los pilotos de un Fórmula 1 se vivía diferente
(hoy en día el vil metal lo ha fastidiado todo). Las carreras apenas
tenían nada que ver con las que vemos en la actualidad: público casi a
pie de pista, comisarios con la bandera de cuadros en la misma calzada,
accidentes cotidianos, carreras muy largas (22 km. tenía el circuito de
Nürburgring... o eso escuchas en la película), puntuaciones más
ajustadas... Todo era diferente. Y pilotar era jugarte la vida en
prácticamente cada carrera. Es curioso, por ejemplo, que en la fatídica
carrera alemana otro piloto tuviera un grave accidente. Un mal augurio,
se podría argüir... Los pilotos eran caballeros andantes ("we are
knights", le espetará un piloto a otro en esta película), jugándose el
todo por el todo. Y despertaban un sex appeal
no tanto por ganar mucho dinero, vivir a cuerpo de rey y la posibilidad
de ser campeones del mundo. Se jugaban la vida, eso les daba un plus de
atractivo sexual para muchas mujeres que deseaban pasar una noche con
ellos. Todo muy macho, vamos, pero que antropológicamente tiene diversas
lecturas y recoge muchas tradiciones. Y por encima de todo, la
rivalidad de dos hombres: el hedonista, atractivo y británico James Hunt
(Chris Hemsworth) frente al cerebral, arrogante y austríaco Niki Lauda
(Daniel Brühl).
Rush sería una película "deportiva" más, o incluso una cinta que
acumular en la carrera de Ron Howard, si no fuera por un elemento que le
da un plus especial. Bueno, dos: la Fórmula 1, cómo no, lo cual la
convierte en película más que interesante para cualquier aficionado a
esta disciplina, y el guión de Peter Morgan (El desafío: Front contra Nixon).
Personalmente, mi interés estaba en ambos alicientes. De Ron Howard
podemos esperar un estilo más convencional en la dirección, como ya nos
tiene acostumbrados. Calidad, sin duda, pero más atemperada por la
necesidad de contar una historia que roce o supere la epopeya, aumentado
todo por ello por la grandilocuencia de la música de Hans Zimmer. Con
Peter Morgan en el guión, sin embargo, te aseguras que la historia no va
a ser mínimamente convencional, y que los protagonistas de esta
película, más allá del postureo que aporte cada uno de ellos, van a
tener que lidiar con algo más que estereotipos. Que los hay (hedonismo
frente a frialdad, belleza frente a fealdad, caos existencial frente a
orden cósmico, prácticamente). Y convencionalidad, tampoco anda escasa
esta película de ello. De lo que sí anda algo dilatada la película es de
metraje, todo sea dicho (adelgazar veinte minutos le habría venido muy
bien).
De lo que anda bien surtida esta película es de un guión brioso. La
historia real de la película ya aporta suficientes alicientes: dos
personajes muy atractivos, radicalmente diferentes pero necesarios el
uno del otro. Hunt y Lauda tenían que estar ahí, luchar por el objetivo
como jabatos y respetarse como se respetan, a pesar de todo. La película
comienza con un prólogo en Nürburgring, a punto de comenzar el Gran
Premio que casi le cuesta la vida a Lauda, para luego ir atrás el tiempo
y que el espectador conozca la vida de ambos personajes y la carrera en
paralelo hasta llegar a ese campeonato de Fórmula 1 de 1976. Con buen
pulso narrativo, conocemos las carencias y las virtudes de ambos
personajes, de qué pasta están hechos y qué persiguen. De una voz en off
de cada uno se pasa ya a una narración en la que los hechos se explican
por sí mismos. El clímax es doble: el espectador espera que llegue el
fatídico accidente de Lauda, que le desfiguró para siempre (aunque la
presentación en pantalla se ha suavizado en parte), y luego se come las
uñas (aun sabiendo como acabó la cosa) con la carrera final en Japón, la
que decidirá quién fue el campeón el mundo en ese 1976.
La grandilocuencia tiñe, inevitable pero necesariamente, la película (es
Fórmula 1, señores): los aficionados ansían el rugir de los motores,
las carreras vibrantes, la adrenalina en las venas. Esa parte la he
disfrutado como un aficionado más a esta disciplina, cómo no, y eso vas a
ver en la pantalla de cine. Y te interesa la historia de ambos
personajes, el juego de espejos entre uno y otro, la rivalidad casi
freudiana que se establece entre dos tipos tan diferentes y al mismo
tiempo tan parecidos: la misma pasión, la misma sed de triunfos, la
misma ambición por ser los mejores. A su manera, eso sí. Hunt viviendo
cada día como si fuera el último; Lauda con sus porcentajes y
prevenciones de seguridad.
Está de más decir que si eres aficionado a la Fórmula 1 la película la
disfrutas con un extra de emoción. Pero también te dejas llevar por un
guión que funciona, que se alarga quizá en exceso, y que inevitablemente
acaba en esa convencionalidad que productos de este tipo tienen y
explotan. Tampoco habríamos esperado otra cosa...
PS: atención al acento austríaco de Daniel Brühl en la versión original...
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