En 1956 Marilyn Monroe viajó a Londres con su reciente marido, el dramaturgo Arthur Miller, para rodar El príncipe y la corista, proyecto que asumió sir (es importante remarcarlo) Laurence Olivier, tras haber interpretado al personaje del rey de la Europa orientan en los escenarios teatrales. Pero, para llevar la obra al celuloide, Olivier pensó en la estrella rutilante del momento, Marilyn Monroe (por delante de su esposa, una Vivien Leigh que a sus 43 años ya era "demasiado mayor" para ese papel, según sir Laurence). El rodaje fue complejo: Olivier trataba a Marilyn como una niña ignorante, molestándole su apego al método del Actor's Studio (el mismo que Leigh aprendió de mano de Elia Kazan en el rodaje de Un tranvía llamado deseo), su anárquico estilo de ensayar, sus reiteradas faltas y que, además, constantemente fuera con ella Paula Strasberg, su profesora de interpretación. Marilyn, por su parte, no lo pasó bien en los estudios Pinewood: no se amoldaba a los horarios, Miller la dejó sola a mitad de rodaje para regresar a Estados Unidos (odiaba estar sola). Pero encontró apoyo en Colin Clark, un joven ayudante de dirección, con el que pasó unos días de relax (¿hubo algo más?). Décadas después de la muerte de Mairilyn, Clark escribió un libro sobre su encuentro con la estrella de cine, y en él se basa esta película.
Hay que decir de entrada que resulta (casi) imposible hacer una película sobre Marilyn... sin Marilyn. Y, sin embargo, Michelle Williams consigue que durante poco más de hora y media te olvides de que no, no es Marilyn. Y quizá sea cierto lo que me comentaron en una distendida comida hace unos días: que se podría haber hecho la misma película sin que hubiéramos visto a Marilyn Monroe en ningún momento. Pero posiblemente no hubiera funcionado. Porque la película de Simon Curtis, de tono y estética muy British (los Weinstein se aliaron con la BBC en la producción), funciona. Y funciona muiy bien si nos olvidamos momentáneamente que alguien del carisma y el glamour de Marilyn Monroe ha sido interpretado por otra actriz. Funciona si pensamos en un convincente Kenneth Branagh interpretando a Olivier (el heredero en la piel del eterno sir Laurence). Funciona con un buen plantel de actores secundarios, un guión ágil, a ratos divertido y menos morboso de lo que pudiera parecer a priori. Funciona porque Marilyn, sin estar presente llena la pantalla con su recuerdo.
En este sentido, pues, si nos acercamos a la sala de cine con ciertas expectativas, saldremos satisfechos. O quizá no, eso ya depende de cómo se tome cada uno la película. Yo me he creído a Michelle Williams. Sabiendo que no es Marilyn, Que es imposible que sea Marilyn.
Por cierto, para captar mejor los matices de muchos de los diálogos de Branagh/Olivier, esta película debe verse en versión original.
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