Hay que decir de entrada que resulta (casi) imposible hacer una película sobre Marilyn... sin Marilyn. Y, sin embargo, Michelle Williams consigue que durante poco más de hora y media te olvides de que no, no es Marilyn. Y quizá sea cierto lo que me comentaron en una distendida comida hace unos días: que se podría haber hecho la misma película sin que hubiéramos visto a Marilyn Monroe en ningún momento. Pero posiblemente no hubiera funcionado. Porque la película de Simon Curtis, de tono y estética muy British (los Weinstein se aliaron con la BBC en la producción), funciona. Y funciona muiy bien si nos olvidamos momentáneamente que alguien del carisma y el glamour de Marilyn Monroe ha sido interpretado por otra actriz. Funciona si pensamos en un convincente Kenneth Branagh interpretando a Olivier (el heredero en la piel del eterno sir Laurence). Funciona con un buen plantel de actores secundarios, un guión ágil, a ratos divertido y menos morboso de lo que pudiera parecer a priori. Funciona porque Marilyn, sin estar presente llena la pantalla con su recuerdo.
En este sentido, pues, si nos acercamos a la sala de cine con ciertas expectativas, saldremos satisfechos. O quizá no, eso ya depende de cómo se tome cada uno la película. Yo me he creído a Michelle Williams. Sabiendo que no es Marilyn, Que es imposible que sea Marilyn.
Por cierto, para captar mejor los matices de muchos de los diálogos de Branagh/Olivier, esta película debe verse en versión original.
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