Pues en este año de nostalgia cinematográfica, y tras The Artist, llegó la hora para lo último de Martin Scorsese, haciendo uso del 3D y tratando (insidiosamente) de emocionarnos: La invención de Hugo.
La película es para todos los públicos y nos traslada al París de finales de los años veinte, con una estación de tren como hogaf de un niño huérfano, Hugo Cabret (Asa Butterfield), que se encarga de poner en hora los relojes y trata de arreglar un autómata. Huyendo del acoso de un inspector de la estación (insopotable Sacha Baron Cohen), Hugo conoce a un cascarrabias y amargado anciano que regenta una juguetería en la estación (Ben Kingsley) y a su pizpireta ahijada (Chloë Grace Moretz). Pero, claro, las cosas no son sólo lo que parecen y el viejo cascarabias resulta ser Georges Méliès, uno de los grandes cineastas de principios de siglo. Y el autómata tiene un papel especial, asi como una llave y la magia del cine de fondo.
La película se arrastra durante la primera hora, su arranque antes de los títulos de crédito nos crea interés, pero luego, presentando a los personajes, la cosa se eterniza demasiado. Cayendo en estereotipos, sin profundizar demasiado, con la intención declarada de emocionarnos (pese a quien pese), jugando con el aparato visual (que imagino que en 3D se vería aún más espectacular)... pero faltando una magia auténtica, y no impostada, para hablarnos del cine. Quizá la parte más lograda sea la referente a Méliès y u pasión por el cine. Ahí es donde el espectador, en este caso un servidor, se rinde incondicionalmente ante Scorsese. Pero es tan escasa esa parte, y tanto ha tardado el director en llegar, procediendo a continuación a darse prisa para una parte final demasiado previsible (ya sabes que cuando Hugo va a buscar el autómata se las va a ver con el inspector y su perro), y un epílogo excesivamente edulcorado. La musica, demasiado "parisina", reiterativa y machacona; casi esperaba ver aparecer a Audrey Tautou en cualquier momento (o a las ratas de Ratatouille).
Me aburrí, la verdad, y bastante. Algo que no me pasó con The Artist en ningún momento (y no es que sea un prodigio de originalidad). La magia de la cinta de Hazanavicius era genuina, la de esta película es, eso, impostada, sensiblera, vana. Lástima, pero entiendo por qué, en el empate de Oscars de ambas películas, la película de Scorsese se lleva merecidamente los galardones técnicos, mientras que la cinta francesa gana el premio mayor.
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