En mayo de 1887 un grupo de jóvenes estudiantes de la universidad de San Petersburgo fueron ejecutados en la fortaleza de Schlüsselburg, situada a unos cuarenta kilómetros de la capital rusa. Dos meses antes, estos estudiantes trataron de asesinar al zar Alejandro III lanzando bombas contra su carruaje. La fecha elegida tenía su simbolismo: un 1 de abril de 1881 fue asesinado con el mismo método Alejandro II, el padre del zar al que pensaban matar entonces. Considerados terroristas, los estudiantes fracasaron, siendo interceptados por la policía. El asunto quizá no tendría mayor trascendencia, máxime si no consiguieron sus propósitos, pero entre los ejecutados, considerado de hecho uno de sus principales cabecillas, estaba un joven tímido pero con voluntad de hierro, Alexandr Uliánov (1866-1887), hermano mayor de Vladimir Ilich Uliánov (1870-1924), quien con el tiempo sería conocido como Lenin y… bien, creo que no hacen falta mayores presentaciones. Uno de los clichés habituales sobre Lenin es que decidió dar el paso a la revolución a raíz de la muerte de su hermano. Se llevaban cuatro años y, de hecho, aunque Vladimir idolatraba a su hermano durante su infancia, en el momento de la muerte de de Alexandr, Sasha para sus familiares, el joven Vladimir (Volodia en petit comité familiar) estaba más distanciado de él. Y, sin embargo, treinta años después de la ejecución de Sasha, Lenin vengó su muerte ejecutando a toda una familia: los descendientes de Alejandro III, es decir, el zar Nicolás II y su familia.
Philip Pomper, profesor de Historia en la Universidad de Wesleyan, en Estados Unidos, nos ofrece un pormenorizado relato de la vida de Alexandr Uliánov y de su implicación en este atentado terrorista en El hermano de Lenin (Ariel, 2010). Un libro que, para empezar, podríamos definir como algo más que una amena crónica de un atentado fallido. Es un magnífico libro sobre un período de tiempo, la segunda mitad del siglo XIX, y sobre un movimiento terrorista vinculado a un populismo que navegaba entre el anarquismo violento que partía de las tesis de Mijaíl Bakunin y un socialismo que abandonaba el posibilismo de Karl Marx. De este modo, Pomper nos introduce en Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo), un partido revolucionario clandestino fundado en 1879 por activistas socialistas agrarios –las corrientes agraristas pesaron mucho sobre el socialismo primigenio ruso a mediados del siglo XIX– y entre cuyos éxitos estuvo el asesinato de Alejandro II en 1881. El grupúsculo revolucionario liderado, en cierto modo, por Sasha era una facción extremista de este partido, aunque también fracasada y falta de miras a largo plazo. Se trataba, pues, de toda una corriente que podríamos definir como populista o incluso socialista terrorista, que preconizaba un uso de la violencia contra los símbolos de la opresión zarista, empezando por el principal mandatario ruso. De origen agrario, este movimiento populista entroncaba con la línea de activistas nihilistas como Nikolai Chernishevski y Nikolai Dobroliubov, e influenciado por las novelas de Iván Turgueniev, Dimitri Pisarev y Fiodor Dostoievski.
Como podemos observar, había un caldo de cultivo en Rusia a lo largo de
la segunda mitad del siglo XIX que impulsaba una reacción violenta
contra, valga la redundancia, el reaccionarismo zarista. Pero, ¿qué
impulsó a Alexandr Uliánov, perteneciente a una familia de clase media y
bienestante, hijo de un médico y funcionario de origen judío que logró
medrar en la sociedad conservadora rusa? ¿Cuál fue el camino desde
unos estudios de ciencias en la universidad de San Petersburgo, bien
encaminados y con maestros como Dimitri Mendeleiev, y hacia la acción
armada y violenta? Pomper escudriña en las numerosas fuentes sobre la
familia de Lenin, especialmente en los diarios de su hermana mayor Anna,
que mantuvo una estrechísima relación fraternal con Sasha, con
lecturas y aficiones comunes. De hecho, Anna y Sasha acudieron juntos a
la universidad de San Petersburgo y durante tres años se dedicaron a
sus respectivos estudios (Anna estudió literatura con esperanzas de
dedicarse a la docencia). Durante esos tres años, Sasha no pareció
mostrar interés en unirse a los numerosos grupos de estudiantes
vinculados a grupos terroristas; ni siquiera tras algunas campañas
represivas de la policía local. La muerte casi fulminante del padre de
Sasha y Anna (y el futuro Lenin), Ilia Uliánov, desencadenó un cambio en
la actitud del joven Alexandr. Se unió, en el otoño de 1886, a la
llamada Facción Terrorista de la Voluntad del Pueblo, formada por
algunos estudiantes y varios jóvenes con antecedentes violentos, y
participó en el golpe. Y no sólo ello: Sasha elaboró el programa
ideológico que justificaba políticamente el atentado. Como explicó a la
policía, durante unos interrogatorios los días 20 y 21 de marzo de
1887:
«El antiguo programa de la Voluntad del Pueblo carecía de fundamentos científicos [...] Además creíamos que al emprender un proyecto de esta envergadura teníamos el deber de informar a la ciudadanía, no sólo de los motivos más inmediatos que nos impulsaban a llevar a cano nuestras acciones, sino también de nuestro “credo” político íntegro. Ésta es la intención tras la composición de la parte general de nuestro programa que, unida a la parte especial, configura el “Programa de la Facción Terrorista del partido ‘la Voluntad del Pueblo’”, que acabo de exponer en esta declaración [...]. Yo participé de forma muy intensa en su composición, y suscribo por completo todo lo que se propone, sus posturas y la explicación del terrorismo» (p. 185).
Esta configuración ideológica de una justificación política del uso de la violencia ya la había planteado Sasha en escritos previos, como su tesina, en los que exponía el pensamiento y las emociones que gobernaban este complot de marzo de 1887 así como de la Rusia que esperaba que surgiera de las cenizas de la carroza del zar:
«Los individuos, por separado, son incapaces, a la fuerza, de provocar cambios en al estructura social y política de un estado, e incluso los derechos naturales, igual que el derecho a la libertad de expresión y de pensamiento, pueden adquirirse solamente a través de la acción de un grupo bien definido que encarne y dirija la lucha» (p. 231).
Para Sasha, pues, la violencia de un atentado era punto necesario al que cabía llegar cuando la lógica de un discurso socialista y populista no podía hundir los cimientos de un régimen opresor. Con todo, Sasha fue casi el único miembro de la facción terrorista fracasada que se preocupó de legitimar con argumentos, en su opinión, coherentes con una línea de pensamiento que nacía del socialismo agrario y del nihilismo de mediados del siglo XIX. Defendió estas posturas en el juicio por el que fue condenado a muerte y no pidió clemencia al zar hasta que su madre, trasladada a la capital, no le suplicó fervientemente que lo hiciera. El joven Volodia, futuro Lenin, sin embargo, entendió las motivaciones de Sasha: «Estoy seguro de que tenía que actuar así; de que no podía actuar de ningún otro modo» (p. 234).
Alexandr Uliánov fue ejecutado en una fría fortaleza cercana a San Petersburgo. ¿Consideraba el jovgen Vladimir que su muerte era un acicate para abandonar los estudios y decantarse por la acción revolucionaria? A despecho de su afirmación anterior, Vladimir juró solemnemente que nunca imitaría el camino terrorista de Sasha: «No, no seguiremos este camino. Ése no es el camino a seguir», pronunció Volodia al enterarse de que Sasha había sido condenado a muerte. Más tarde, su hermana Maria escribió:
«Me pareció que Lenin lamentaba que su hermana hubiera vendido su vida tan barata. Las expresiones “no tenía por qué haber sido así” o “no por estos medios” demuestran que Lenin no veía con buenos ojos el método de lucha elegido por Alexandr. En aquel momento no tenía nada que ver con las teorías de la revolución [...]. En mi opinión, su temperamento difería bastante del de Alexandr Ilich [...]. Vladimir Ilich no tenía el mismo espíritu de sacrificio [...]. Creo que tenía un carácter mucho más sobrio, frío y calculador» (pp. 250-251).
Lenin abominó del camino de su hermano, aunque sus métodos, una vez alcanzado el poder en octubre/noviembre de 1917, fueron mucho más terribles. Lenin no creyó en aquello que Sasha consideraba necesario para la Rusia de su época. Como afirma Pomper, «Sasha creía que el socialismo y el comportamiento ético tenían que ir de la mano con las ciencias naturales. Sacrificarse uno mismo por los campesinos rusos y los obreros de las factorías constituía una obligación natural en una persona desarrollada. Una vez que el individuo conocía las leyes de la naturaleza y de la sociedad, tenía la obligación de obedecerlas. La teoría evolucionista podía conciliarse con el socialismo y la ética kantiana. La élite científica comprendió no sólo la naturaleza del progreso, sino también los mejores medios de servirlo. Sasha decidió que un partido terrorista, la Voluntad del Pueblo, representaba la vanguardia de la lucha por el socialismo en Rusia, y que, en consecuencia, era ético ser un terrorista, y así intentó explicárselo al tribunal que lo sentenció a muerte» (pp. 271-272).
Vladimir/Volodia/Lenin apostó por la revolución, cambió incluso su carácter alegre por el de una persona encerrada en sí misma. Juró vengarse de los Romanov, y lo cumplió, pero no siguió el camino del sacrificio que Sasha encarnó.
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