Uno de mis libros favoritos de la historiografía medievalista es Las Vísperas Sicilianas: una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII,
de sir Steven Runciman. Una obra de estilo, sobre todo, en el que la
narración es el eje sobre el que mostrar una panorámica general,
partiendo de un hecho concreto. Un estilo que Runciman magistralmente ya
había explicitado, largo y tendido, en su trilogía sobre las Cruzadas y
en otro librito dedicado a la caída de Constantinopla. Pues coged ese
estilo de Runciman y mezcladlo con el de Alessandro Barbero en su reciente libro sobre Lepanto y tendréis, más o menos, un libro como el de Giorgio Ravegnani que nos llegó traducido a las librerías a finales de 2011: Bizancio y Venecia. Historia de un imperio (Antonio Machado Libros).
La conquista longobarda de Italia no fue completa y el ducado de Venecia siguió durante un par de siglos dependiendo de Constantinopla, aunque al peligro longobardo siguió el dominio (imperial) carolingio. ¿En qué momento se produjo la “independencia” de los venecianos, con sus dogos como máxima institución, respecto los bizantinos? ¿Avanzado el siglo IX? Está claro que a mediados de esa centuria ya existía un ducado veneciano autónomo, sin la presencia militar bizantina, pero sujeto formalmente al imperio carolingio y gozando de las ventajas (que no eran pocas) que ello suponía. La pujanza económica veneciana surgirá, poco a poco, de su privilegiada situación geográfica, del dominio de las rutas por el Adriático y del empuje comercial de sus navegantes, cuyos buques ya alcanzaban los principales puertos mediterráneos a finales del siglo VIII.
El libro de Ravegnani asume un ritmo narrativo ágil desde este momento, con un imperio en decadencia (aunque el período de la dinastía Comnena, entre 1081 y 1203, aún fue un período de gloria para el Estado y la cultura bizantinos) y un ducado en franca expansión. De la dependencia a la autonomía, y de ahí a la guerra y las relaciones comerciales entre ambos estados durante el siglo XII. La conquista de Constantinopla por los cruzados y el establecimiento del Imperio Latino (1204-1261) dieron paso a un cambio en las tornas del juego. Venecia, ciudad que aunque no promovió la conquista de la capital bizantina, una vez producida se aseguró de conseguir su parte del botín (de ahí su imperio en el Mediterráneo oriental, surgido de las cenizas de un imperio que se resistiría aún dos siglos y medio en morir), cambió desde entonces sus reglas del juego, ya bajo los emperadores latinos, ya especialmente con la recuperación de la dinastía Paleóloga. De unas más o menos amistosas relaciones se pasó a la dura negociación de treguas y de ventajas económicas, pugnando Venecia con Génova por conseguir el trato de «nación favorecida» por parte de los bizantinos.
El libro de Ravegnani asume un ritmo narrativo ágil desde este momento, con un imperio en decadencia (aunque el período de la dinastía Comnena, entre 1081 y 1203, aún fue un período de gloria para el Estado y la cultura bizantinos) y un ducado en franca expansión. De la dependencia a la autonomía, y de ahí a la guerra y las relaciones comerciales entre ambos estados durante el siglo XII. La conquista de Constantinopla por los cruzados y el establecimiento del Imperio Latino (1204-1261) dieron paso a un cambio en las tornas del juego. Venecia, ciudad que aunque no promovió la conquista de la capital bizantina, una vez producida se aseguró de conseguir su parte del botín (de ahí su imperio en el Mediterráneo oriental, surgido de las cenizas de un imperio que se resistiría aún dos siglos y medio en morir), cambió desde entonces sus reglas del juego, ya bajo los emperadores latinos, ya especialmente con la recuperación de la dinastía Paleóloga. De unas más o menos amistosas relaciones se pasó a la dura negociación de treguas y de ventajas económicas, pugnando Venecia con Génova por conseguir el trato de «nación favorecida» por parte de los bizantinos.
El imperio fenece, especialmente en la segunda mitad del siglo XIV, ante el empuje de los turcos otomanos por Asia Menor y la Tracia y las presiones de los reinos balcánicos (serbios, húngaros, búlgaros). ¿Qué papel juega Venecia desde entonces? Por un lado, es la ciudad a la que en sus décadas finales el imperio acude en busca de ayuda (tres emperadores bizantinos acudieron a Venecia en busca de ayuda frente a las amenazas externas); por otro lado, es poseedora de antiguos territorios bizantinos, como los genoveses u otros príncipes occidentales. Y es una ciudad rica, que ofrece recursos, y con la que Bizancio sigue manteniendo vínculos culturales e incluso ideológicos.
El libro, pues, nos ofrece en su brevedad un amenísimo repaso de las relaciones entre dos estados que durante muchos siglos se entendieron, se buscaron, se enfrentaron y se reencontraron. En la hora final, Venecia estuvo del lado de la ciudad ya asediada por los ejércitos de Mehmet II. Sin notas a pie de página, con un estilo dinámico y en el que la narración histórica es lo predominante (no se entretiene demasiado el autor en análisis económicos o sociales), el libro avanza con buen ritmo y nos muestra, como Runciman en sus libros, una panorámica general, con toda una historia milenaria como telón de fondo en un escenario en el que dogos, embajadores, bailíos, emperadores, navegantes y cruzados se disputan el control de un imperio en decadencia, pero aún muy apetecible. Como esto, que no es poco, y como ejercicio netamente narrativo, el libro de Ravegnani funciona a la perfección.
El libro, pues, nos ofrece en su brevedad un amenísimo repaso de las relaciones entre dos estados que durante muchos siglos se entendieron, se buscaron, se enfrentaron y se reencontraron. En la hora final, Venecia estuvo del lado de la ciudad ya asediada por los ejércitos de Mehmet II. Sin notas a pie de página, con un estilo dinámico y en el que la narración histórica es lo predominante (no se entretiene demasiado el autor en análisis económicos o sociales), el libro avanza con buen ritmo y nos muestra, como Runciman en sus libros, una panorámica general, con toda una historia milenaria como telón de fondo en un escenario en el que dogos, embajadores, bailíos, emperadores, navegantes y cruzados se disputan el control de un imperio en decadencia, pero aún muy apetecible. Como esto, que no es poco, y como ejercicio netamente narrativo, el libro de Ravegnani funciona a la perfección.
Se nota al autor, ducho en la historia de Bizancio y en la presencia de los bizantinos en Italia, cómodo en la tarea. Nos dejamos llevar como lectores por su buen hacer con la pluma. Nos seduce con la Serenísima esperando en la lejanía y con un imperio bizantino que se resiste a desfallecer. Y todo en apenas 240 páginas. A partir de aquí, señores, el mundo es posible…
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