Una película sobre J. Edgar Hoover, el director
del Federal Bureau of Investigation (FBI) entre 1924 y 1972. Todo un
personaje: anticomunista feroz, racista, azote de intelectuales
progresistas, espía de políticos de todo pelaje (presidentes
incluidos), sus archivos personales fueron un tesoro incalculable,
capaces de hacer temblar al más pintado con todo los secretos que
contenían de miles y miles de personas,... y un personaje con una vida
privada que era también compleja: homosexual que no se atrevía a salir
del armario en tiempos en que ello podía significar su caída (aunque
era la comidilla de medio Washington), muy apegado a la influencia de
su madre (suena a tópico, ¿verdad?), vivió casi emparejado con su mano
derecha Clyde Tolson hasta el final de sus días y no dudó también en
perseguir a aquellos que vivían su sexualidad con mayor liberalidad que
él mismo.
Uno de los personajes más temidos de los Estados Unidos durante ocho presidencias, en definitiva. Y que pedía una película a gritos. Pero, qué fácil sería caer o en la caricatura descalificadora y maniquea o en una hagiografía que no le pega nada al personaje. Clint Eastwood, quizá el último director clásico que queda en Hollywood, se ha atrevido con un proyecto que parece personal pero que, en cierto modo incomprensiblemente, también resulta ser aséptico y, mira tú por dónde, impersonal. Demasiado, incluso. Y, perdonen la osadía, superficial en algunos aspectos. Porque estamos ante una cinta que huele a clasicismo desde las primeras imagenes, con un tema musical principal que también suena a Eastwood, y con una estructura artesanal. Ya en su vejez, Hoover, Edgar para todo el mundo (maquilladísimo Leonardo DiCaprio) dicta sus memorias, tan impostadas como cargadas de historia (en todos los sentidos) a diversos agentes del FBI. La pelícla, pues, a través de sucesivos flashbacks prologados por el propoio Hoover, nos lleva a sus orígenes en la agencia previa al FBI, su ambición, sus fobias, la relación con su secretaria, Helen Gandy (soberbia Naomi Watts) y con quien sería su ¿amante?, Clyde Tolson (Armie Hammer), sin olvidarnos de la presencia casi asfixiante a la par que protectora de su madre (Judi Dench). A través de los ojos de Hoover, y de sus más allegados, conocemos al personaje, poco a poco, con un ritmo ágil y que salta de una situación a otra (a destacar el secuestro del hijo de Charles Lindbergh, obsesión personal de Hoover), sus desvelos por dotar al FBI de unas bases, recursos e influencia (es el padre indiscutible de este organismo, para bien o para mal).
La película, pues, se ve agradablemente como una mirada, cuarteada y personal, a una época y, sobre todo, las carencias emocionales de un personaje como Hoover. Y vuelvo a lo que comentaba al principio, a la postre te queda una sensación de cierta superficialidad y de excesivo apego al tópico (la relación de Hoover con su madre), mientras que en otras escenas (la relación de Hoover con Tolson) Eastwood nos sorprende por un tono contenido e inluso íntimo... sin resultar demadiado tópico en este caso. Sí acabas la película con la sensación de que Eastwood se ha guardado cartas en la manga, aun tocando muchos temas. De lo que no queda duda, sin embargo, es que el director no ha querido caer en maniqueísmos ni ha tratado de justificar al personaje. Incluso en las escenas en que uno podría empatizar con Hoover, incluso en sus momentos de debilidad y que le hace humano, el espectador no olvida quien fue J. Edgar Hoover.
Película no tan personal de un Clint Eastwood que no renuncia a ser quien es en el mundo del cine y a construir películas com aroma clásico. Y que funcionan. Aunque también uno llega a la conclusión de que no estamos ante una de sus mejores películas, pero sí un interesante ejercicio fílmico. Quizá lo más reprochable sea el maquillaje de Armie Hammer como el Tolson anciano: demasiado antinatural. Y la sensacion (otra más) de que Philip Seymour Hoffman podría haber sido un buen Hoover anciano, mientras que DiCaprio lo hace realmente bien en su etapa treintañera. A fin de cuentas, confundes a ambos actores casi sin darte cuenta.
Uno de los personajes más temidos de los Estados Unidos durante ocho presidencias, en definitiva. Y que pedía una película a gritos. Pero, qué fácil sería caer o en la caricatura descalificadora y maniquea o en una hagiografía que no le pega nada al personaje. Clint Eastwood, quizá el último director clásico que queda en Hollywood, se ha atrevido con un proyecto que parece personal pero que, en cierto modo incomprensiblemente, también resulta ser aséptico y, mira tú por dónde, impersonal. Demasiado, incluso. Y, perdonen la osadía, superficial en algunos aspectos. Porque estamos ante una cinta que huele a clasicismo desde las primeras imagenes, con un tema musical principal que también suena a Eastwood, y con una estructura artesanal. Ya en su vejez, Hoover, Edgar para todo el mundo (maquilladísimo Leonardo DiCaprio) dicta sus memorias, tan impostadas como cargadas de historia (en todos los sentidos) a diversos agentes del FBI. La pelícla, pues, a través de sucesivos flashbacks prologados por el propoio Hoover, nos lleva a sus orígenes en la agencia previa al FBI, su ambición, sus fobias, la relación con su secretaria, Helen Gandy (soberbia Naomi Watts) y con quien sería su ¿amante?, Clyde Tolson (Armie Hammer), sin olvidarnos de la presencia casi asfixiante a la par que protectora de su madre (Judi Dench). A través de los ojos de Hoover, y de sus más allegados, conocemos al personaje, poco a poco, con un ritmo ágil y que salta de una situación a otra (a destacar el secuestro del hijo de Charles Lindbergh, obsesión personal de Hoover), sus desvelos por dotar al FBI de unas bases, recursos e influencia (es el padre indiscutible de este organismo, para bien o para mal).
La película, pues, se ve agradablemente como una mirada, cuarteada y personal, a una época y, sobre todo, las carencias emocionales de un personaje como Hoover. Y vuelvo a lo que comentaba al principio, a la postre te queda una sensación de cierta superficialidad y de excesivo apego al tópico (la relación de Hoover con su madre), mientras que en otras escenas (la relación de Hoover con Tolson) Eastwood nos sorprende por un tono contenido e inluso íntimo... sin resultar demadiado tópico en este caso. Sí acabas la película con la sensación de que Eastwood se ha guardado cartas en la manga, aun tocando muchos temas. De lo que no queda duda, sin embargo, es que el director no ha querido caer en maniqueísmos ni ha tratado de justificar al personaje. Incluso en las escenas en que uno podría empatizar con Hoover, incluso en sus momentos de debilidad y que le hace humano, el espectador no olvida quien fue J. Edgar Hoover.
Película no tan personal de un Clint Eastwood que no renuncia a ser quien es en el mundo del cine y a construir películas com aroma clásico. Y que funcionan. Aunque también uno llega a la conclusión de que no estamos ante una de sus mejores películas, pero sí un interesante ejercicio fílmico. Quizá lo más reprochable sea el maquillaje de Armie Hammer como el Tolson anciano: demasiado antinatural. Y la sensacion (otra más) de que Philip Seymour Hoffman podría haber sido un buen Hoover anciano, mientras que DiCaprio lo hace realmente bien en su etapa treintañera. A fin de cuentas, confundes a ambos actores casi sin darte cuenta.
1 comentario:
Hay tantos elementos que disfrutar en esta película pero para mí lo más rescatable es que pude apreciar a un Leonardo DiCaprio inspirado, original, emocionante y único en el cuerpo de Hoover. Una cinta que está lejos de formar parte de lo mejor de la filmografía de Eastwood, pero que igualmente es una propuesta para ver y debatir. Hace poco la vi a través de HBO ONLINE y es de verdad una cita que disfrutas mucho, además no sólo te entretiene, la historia en general logra cautivar al espectador. Muy recomendable.
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