9 de marzo de 2012

Crítica de cine: Los idus de marzo, de George Clooney

La política apesta. Incluso antes de ser política, de alcanzar el poder, de disponer de él y de tomar decisiones que pueden cambiar (o no) el curso de la historia de un país. Pero casi es más emocionante la carrera (política) hacia ese poder (político). Alejandro Amenábar dijo hace un tiempo que jugando al Monopoly sacaba lo peor de sí mismo con tal de ganar la partida, pesara a quien pesara. Pues imaginad el tablero de unas elecciones primarias, con dos candidatos en liza para conseguir la nominación (en este caso demócrata) para las elecciones presidenciales. Y en Ohio, después del Supermartes, se juega el futuro cercano de dos candidatos: el senador Pullman y el gobernador de Pensilvania, Mike Morris (George Clooney). Un hombre que promete aires de cambio. Para quien la política es (mucho) más de lo que se ha hecho hasta entonces. La capacidad de cambiar el mundo. El sueño de ser diferentes. De poder hacerlo. ¿Os suena todo eso? Pues no, no hablamos de Barack Obama en el 2008, pero sí de la magia y la putrefacción de la política. 

Esta película, en cierto modo, llega tarde. Basada en una obra teatral, Clooney estaba preproduciéndola en 2007 pero la aparición del fenómeno Obama decidió que no era el momento. El cinismo del guión no encajaba en esos momentos, menos aún tras la victoria de Obama, el cmabio histórico hecho realidad. Pero, alas! (que diría Shakespeare), apenas un par de años después de ese triunfo, el cinismo y la decepción han vuelto. Y con unas nuevas elecciones presidenciales en ciernes. Y para el caso de la exhibición española de la película, coincide en el tiempo con el desgaste de una campaña de primarias para candidatos (republicanos) como Mitt Romney en este 2012. Y a veces la vida imita al arte... e incluso al revés.

Como en anteriores películas suyas, Clooney dirige, coguioniza y se queda con un papel (aparentemente) secundario, mientras el protagonismo (y no sólo el idealismo) lo encarna Stephen Meyers (Ryan Gosling), uno de los hombres fuertes de su campaña, junto con Paul Zara (Philip Seymour Hoffman). Digo que no sólo el idealismo, porque pecaríamos de ingenuos si viéramos en el personaje de Gosling el mero idealismo, la utopía, la pureza de intenciones, de creer en que es posible el cambio. Porque también olvidaríamos el cinismo inherente a esta película. Pues cuando las cosas se salen del camino marcado y tomamos decisiones (para bien o para mal), ya el idealismo no es un factor a tener en cuenta; o al menos no es el leitmotiv de nuestras acciones.

Como en Buenas noches y buena suerte, Clooney filma con buen pulso dramático; se deja llevar por la experiencia de aquella película y nos ofrece cine político (no partidista), recordando constantemente al espectador que la esencia de la política no está en un candidato determinado, sino en su actitud. En palabras como integridad, pero no sólo en ellas. Porque, y vuelvo a recordarlo cínicamente, con sólo la integridad no cambia el mundo. Y menos las personas. Que son personas. Imperfectas. Impredecibles. Inquietantes.

La película es ágil, con más ritmo que en la anterior cinta de Clooney. Pero no sorprende tanto como uno se esperaba. Es más, sin ser previsible, de algún modo intuyes por donde van los tiros. Buenos actores (buenos personajes que interpretar, además), buen guión, buena música incluso de un incombustible Alexandre Desplat (tensa pero no asfixiante), buen ritmo. Pero no tan excelente como pudiera parecer. Porque, a fin de cuentas, lo que se narra ya lo hemos visto e incluso se ha visto superado por la realidad. Y el cinismo que sobrevuela la película incluso nos ha poseído en no pocas ocasiones. Pero vale la pena dedicarle una hora y media larga a esta película. Desde luego que sí.

PS: sobre el título de la película, interpreten a su gusto.

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