7 de julio de 2014

Reseña de Corona de damas, de Tosca Soto

La sombra de Alexandre Dumas es alargada… y muy evocadora. Si algo tienen sus novelas es que atrapan al lector de cualquier edad y le hacen sentir siempre joven con aventuras sin fin y personajes muy atractivos. Como lector entregado a la saga de los mosqueteros, que no hace mucho solía releer cada mes de julio, las andanzas de los tres (o cuatro) mosqueteros en el París de 1626 (o 1648, o 1660) conformaban un microuniverso conocido y al que la relectura no le restaba un ápice de las buenas sensaciones que sólo la nostalgia es capaz de evocar cuando te entregas a un libro que sabes que es único. Considerada mera novela de capa y espada pero elevada a la categoría de clásico por méritos propios, un libro como Los tres mosqueteros marca la vida de un lector. Es inevitable, por tanto, pensar en la novela de Dumas cuando coges un contundente volumen de 1.100 páginas que se sitúa en el París del año 1625. Y supones que las autoras (Susana Tosca y María Soto) de este mamotreto, Corona de damas (Grijalbo, 2014), que han unificado sus apellidos para crear una autoría única, Tosca Soto –como Monaldi & Sorti, aunque sin la necesidad de una conjunción copulativa–, son lectoras de Dumas por algunas migas de pan (u homenajes) que van dejando caer a lo largo de la lectura, y por el modo de recuperar unos personajes históricos que se podría considerar que son patrimonio del autor galo. A fin de cuentas, Richelieu, Luis XIII, Ana de Austria o la duquesa de Chevreuse son familiares al lector de la saga mosquetera y se podría decir que sólo Alexandre Dumas ha conseguido retratarlos en todos sus matices desde la literatura. Quizá, pero Tosca Soto reivindican el placer de escribir una novela que suena a Dumas… pero que juega según sus propias reglas.

Canciones para el nuevo día (1466/695): "Fargo (Main Theme)"

Jeff Russo - Fargo (Main Theme)



Disco: Fargo TV O.S.T. - score (2014)


5 de julio de 2014

Crítica de cine: Open Windows, de Nacho Vigalondo

A Nacho Vigalondo le va la marcha. Una marcha diferente a la que estamos (mal) acostumbrados por estos lares, como sus cortos o películas como Los cronocrímenes o Extraterrestre han ido demostrando. Es un tipo que tuene buen olfato, ingenio y buen pulso técnico. Quizá lo que no acabe de desarrollar del todo son películas que funcionen bien de principio a fin, que no entren en barrena a mitad de metraje, que las expectativas despertadas en tráilers y promos luego acaben siendo algo decepcionantes. Le da una vuelta al concepto de thriller, bebe de fuentes (y medios diversos: cine, televisión. cómic, videojuego) y nos pone la miel en los labios, dejándonos saborear incluso un producto con un gusto diferente, pero no acaba de rematar la jugada. Originalidad tiene a raudales y eso es ya es mucho en la actualidad. Y un dominio técnico que cada vez va a más... como Open Windows demuestra en su hora y media de metraje. Pero le falta algo... o al menos es la sensación que me queda, y eso que durante hora y media me ha interesado (y mucho) el envoltorio visual de una película muy bien pensada pero quizá más complicada de llevar a la Gran Pantalla de lo que se calculaba.

30 de junio de 2014

Canciones para el nuevo día (1461/690): "O! for a Muse of Fire"

Dedico la semana a este score. We few, we happy few...

Patrick Doyle - Henry V (1): "O! for a Muse of Fire"



Disco: Henry V - score (1989)




29 de junio de 2014

Crítica de cine: El sueño de Ellis, de James Gray

Durante décadas millones de inmigrantes llegaron a Ellis Island, un islote cerca de la costa de Nueva Jersey y con la ciudad de Nueva York en el horizonte. A escasa distancia de la Estatua de la Libertad, la isla fue la principal aduana del país y el lugar de paso obligado para los inmigrantes que trataban de entrar en el país a través del Atlántico. Aunque el país fue receptor de inmigrantes del Viejo Mundo que, por diversos motivos, trataban de empezar una nueva vida, el Gobierno federal impuso un férreo control desde finales del siglo XIX, de modo que todos aquellos que llegaban enfermos o se les consideraba "indeseables", por motivos penales o incluso morales, o bien pasaban una cuarentena hasta que se decidía su destino, en el caso de los primeros, o bien era denegada su petición de entrada al país y deportados a sus lugares de origen. La imagen de una tierra de esperanza y prometida pronto fue cayendo en el olvido y hasta mediado el siglo XX se inspeccionó a los recién llegados, en busca de parásitos y enfermedades, como si fueran ganado, y se expulsó a anarquistas, ex convictos o "indecentes". El sueño de la Libertad que la Estatua cercana les parecía prometer se truncaba en unos edificios que al mismo tiempo se convertían para algunos en limbo no imaginado. Algo similar le sucede a las hermanas Ewa (Marion Cotillard) y Magda, inmigrantes polacas que llegan a Ellis Island huyendo de horrores en Europa (y las consecuencias de la Gran Guerra) en 1921: Magda, enferma de tuberculosis, pasa a la cuarentena durante un período de seis meses, mientras Ewa, acusada de "relajada moral" está a punto de ser deportada... hasta que consigue la ayuda de Bruno Weiss, un tipo con contactos que le ofrece un trabajo y un lugar donde vivir... ocultándole que en realidad busca aprovecharse de ella en negocios mucho más turbios.

28 de junio de 2014

Reseña de Una societat assetjada. Barcelona, 1713-1714 , de Albert Garcia Espuche

«La història s’escriu a cal notari.»
Josep Pla 
Suele decirse que el día después de la rendición de Barcelona a las tropas de las Dos Coronas borbónicas, francesa y española, las tiendas y talleres abrieron sus puertas, los tenderos siguieron vendiendo sus productos, la gente trabajando y los servicios públicos funcionando, «con tranquilidad, como si dentro de la ciudad no hubiera sucedido cosa alguna» (Francesc de Castellví, Narraciones históricas). Albert Garcia Espuche (n. 1951) rebaja el optimismo de esta idea: «aquello que realmente tuvieron que hacer los habitantes de Barcelona aquel "día después" y todavía durante días, semanas, meses y años, fue mucho más difícil que abrir las tiendas y los talleres, trabajar y mostrar una firme voluntad de rehacerse después de la derrota. La voluntad estaba, pero faltaba el resto de elementos» (traducción propia, pp. 627-628). Y es que la realidad mostraba que la mayor parte de las casas de la ciudad estaban derruidas o muy maltrechas, apenas había materias primas o productos elaborados, y faltaban alimentos. De hecho, en los 414 días de asedio de la ciudad, desde el 25 de julio de 1713, los barceloneses se habían acostumbrado al hambre, a la falta de alimentos, a los precios caros y a un bloqueo por parte de los asediadores que, en ocasiones, se relajaba y permitía la llegada de algunos faluchos con alimentos. Lo que, sin embargo, sí muestra la documentación es que los notarios siguieron trabajando y hubo testigos en actos tan prosaicos como una boda (la del capitán del regimiento de San Narciso Sebastià Molet y Leocàdia Comellas, en la basílica de Santa María del Mar), funerales, bautizos, firmas de testamentos o ingresos de soldados heridos en el Hospital de la Santa Creu, debidamente registrados en el libro de entradas. Al día siguiente se hicieron muchos testamentos, se ejecutaron inventarios y muchas viudas llamaron a notarios para inventariar bienes de soldados, tenderos y menestrales que habían muerto en los días precedentes. Barcelona siguió latiendo, más lentamente, pero su corazón seguía vivo.

25 de junio de 2014

21 de junio de 2014

Reseña de El último cortejo, de Laurent Gaudé

Son muchas las novelas que se han escrito sobre Alejandro III, rey de Macedonia, conquistador y soberano de Asia. Aléxandros ho Mégas, Alejandro el Grande, el incomparable. Quizá no haya un personaje de la Antigüedad que haya perdurado tanto en la memoria colectiva de la humanidad (occidental, claro está) desde hace más de dos milenios. Los conquistadores (occidentales, por supuesto) posteriores intentaron igualarlo, sin conseguirlo. La imitatio Alexandri se extendió en Roma, ya desde Pompeyo Magnus (que desde jovencito hacía divulgar entre sus tropas su parecido [!] físico con el macedonio. César lloró ante un busto suyo cuando era cuestor: a su edad Alejandro había conquistado todo un imperio y él apenas empezaba su carrera política. Augusto visitó su tumba y le rompió la nariz al tocarlo; cuando le quisieron mostrar los sepulcros de los Tolomeos dijo que había ido a ver a un rey, no a unos cadáveres. Trajano quiso emularle y conquistar el imperio parto, heredero del persa, y se dice que también lloró cuando sus tropas no quisieron continuar adelante (como las del macedonio en el Hífasis). Caracalla trató de emularlo, sin apenas conseguir nada antes de ser asesinado. Juliano, llamado el Apóstata, murió cuando a su misma edad luchaba contra otros persas (sasánidas) en Mesopotamia. Su tumba en Alejandría era un monumento de visita y reverencia obligada; desapareció como su cadáver en el siglo VII, con la conquista islámica. Su recuerdo perduró entre los persas conquistados, para quienes era Iskander la Serpiente, o Al-Iskandar al-Akbar entre sus sucesores en el mundo islámico. En época medieval se escribió El Libro de Alexandre, un poema, recreación fabulosa de su vida en la que el rey tenía dotes fabulosas y sobrenaturales. La literatura, de Mary Renault a Gisbert Haefs (quienes mejor lo han recreado en el género de la novela histórica) ha mantenido la fascinación por Alejandro, por sus dotes militares y políticas, por su sueño de unir dos mundos antagónicos, el griego-macedonio y el persa, por unir civilizaciones, por hermanar a unos y otros… o eso se contó y nos han contado. Pero Alejandro era mortal (evidentemente) y quizá el hecho de que muriera en la gloria siendo tan joven dejara una imagen tan sobredimensionada. Con El último cortejo (Salamandra, 2013), el novelista francés Laurent Gaudé trata de ser épico, pero de otra manera. Pues Alejandro era único, pero no dejaba de ser un hombre.

19 de junio de 2014

Las puertas del Hades (relato)

«Pero la Fortuna frustró su alegría y confianza en su descendencia y en la disciplina de su casa. Las dos Julias, su hija y su nieta, se deshonraron con todo tipo de vicios, y las relegó [...] soportó con bastante más resignacion la muerte de los suyos que su deshonor. La perdida de Gayo y Lucio no le dejó, en efecto, tan abatido, mientras que, en lo concerniente a su hija, informó al Senado sin estar él presente y mediante un escrito leído por un cuestor, manteniéndose además, por vergüenza, alejado durante bastante tiempo de toda reunión, y pensando incluso en matarla. Lo cierto es que cuando, por el mismo tiempo, una de sus cómplices, la liberta Febe, puso fin a su vida ahorcandose, Augusto declaró que habría preferido ser el padre de Febe.»
Suetonio, Vida del divino Augusto, 65 (trad. de Rosa Mª Agudo Cubas, Gredos, 1992).  

Oigo como golpea en la puerta, con rabia, lloriqueando y balbuceando excusas que no puedo creerme. Pronto se cansará y si Livia no ha enviado a un par de guardias para que se la lleven, aunque sea a rastras, es porque aún no se le ha ocurrido. Pero lo hará, estoy seguro de ello. Y se la llevarán, ya está decidido. Que desaparezca, que se hunda en el lodo de su corrupción, no quiero volver a saber de ella. Ya no es mi hija, está muerta, muerta, muerta… ¿Me oyes? ¡Estás muerta! ¡Deja de golpear mi puerta, no pienso abrirte! ¡Vete, no te quiero aquí! ¿Es que no me oyes? ¡Márchate! Si no se marcha ahora llamaré a la guardia, no quiero escuchar ni un solo alarido más. Es peor que las perras que chillan cuando las matan cuando les llega la hora, que esos gatitos que maúllan cuando los meten en un saco y los lanzan al río para que mueran. Pero yo sólo tuve una hija, sólo una. Ni un varón, sólo ella. Y la quise tanto, oh, los dioses saben cuánto la quise...