A Nacho Vigalondo le va la marcha. Una marcha
diferente a la que estamos (mal) acostumbrados por estos lares, como sus
cortos o películas como Los cronocrímenes o Extraterrestre
han ido demostrando. Es un tipo que tuene buen olfato, ingenio y buen
pulso técnico. Quizá lo que no acabe de desarrollar del todo son
películas que funcionen bien de principio a fin, que no entren en
barrena a mitad de metraje, que las expectativas despertadas en tráilers
y promos luego acaben siendo algo decepcionantes. Le da una vuelta al
concepto de thriller, bebe de
fuentes (y medios diversos: cine, televisión. cómic, videojuego) y nos
pone la miel en los labios, dejándonos saborear incluso un producto con
un gusto diferente, pero no acaba de rematar la jugada. Originalidad
tiene a raudales y eso es ya es mucho en la actualidad. Y un dominio
técnico que cada vez va a más... como Open Windows demuestra en su hora y media de metraje. Pero le falta algo... o al menos es la sensación que me queda, y eso que durante hora y media me ha interesado (y mucho) el envoltorio visual de una película muy bien pensada pero quizá más complicada de llevar a la Gran Pantalla de lo que se calculaba.
Open Windows es un juego con
muchas aristas. Es un juego de pantallas: toda la película es una
pantalla que pasa a otra, del portátil a un móvil o una cámara de vídeo,
pasando por un Ipad. Y conseguir que el espectador no se aburra de la
parafernalia visual es todo un alarde en estos tiempos, y ahí Vigalondo
sale airoso y con muy buena nota. De hecho, es inevitable ver las
sinergias que se desarrollan entre cine (thriller)
y videojuego (de pantalla a pantalla, de prueba en prueba), los ecos de
la viñeta cómica y el trasfondo de producciones seriales como Utopia y Black Mirror
(los referentes televisivos que te vienen a la cabeza constantemente). Ahí está lo
mejor de una película que tiene voluntad de ser ambiciosa y lo consigue.
Otra cosa es el guión, también ambicioso y poniendo a prueba la
capacidad del espectador para retener tanto dato, tanta información...
sobre todo si es algo neófito en la materia (imagino que espectadores tradicionales que no estén al tanto de las interfaces de un videojuego se pueden sentir perdidos).
La historia parece sencilla (un webmaster que se ve metido en un
peligroso "juego" con una actriz a la que desea conocer y que se ve
utilizado por un misterioso hacker
que le hace pasar toda serie de avatares, con múltiples mecanismos
tecnificados), pero se complica poco a poco, hasta el punto de que los
giros, retruécanos y "pruebas" acaban por apabullar al espectador: yo
mismo a mitad de película ya empecé a desconectar sentado en la butaca
de la sala de cine...
La película juega con los atractivos/peligros que tienen las tecnologías
en la vida actual y en cómo la pantalla se ha convertido en un elemento
más cotidiano de lo que parece, y ahí reside su atractivo. Del mismo
modo que en el primer episodio de la primera temporada de Black Mirror
Charlie Brooker ponía el foco en el morbo mediático de la gente, en un
momento determinado de la película se pone a prueba la capacidad de los
internautas para no dejarse llevar por la curiosidad malsana. Del mismo
modo que en Utopia nos preguntábamos quién era Jessica Hyde, aquí lo haremos con Chord o incluso Nevada, nicknames
particulares de alguien que no sabemos qué pretende... y que en ambos
casos, serie y película, tienen a un actor en común. Es inevitable
pensar también hasta qué punto bebe Vigalondo del cine de Brian de
Palma, siendo Snake Eyes y Redacted
dos películas suyas las que te vienen a la cabeza una y otra vez.
¿Homenaje, referencialidad... o menos originalidad de la que apuntábamos
antes?; del mismo modo que en Super 8
nos cuestionábamos hasta dónde llegaba el homenaje de J.J. Abrams al
cine de Steven Spielberg, y hasta dónde llegaba el fondo de su "caja
misteriosa". Y ver a Elijah Wood en una papel que también te recuerda al
que interpetaba hace un año en Grand Piano resulta algo peculiar... y redundante.
Sea como fuere, y aunque la película decae en su segunda mitad hacia una
en cada vez más complicada trama (forzando mucho la suspensión de la
incredulidad que se le exige al espectador), lo cierto es que la cosa se
salva por el aparato técnico, por el juego de pantallas... pero no
tanto por la historia en sí, que a la postre acaba siendo previsible y
hasta algo grandilocuente (probablemente como esta crítica). Uno se
pregunta si Sasha Grey no se burla del espectador cuando realiza
entrevistas y trata de venderle la moto con un postureo mal disimulado; o
hasta qué punto no hay un punto de parodia en todo el conjunto por
parte de Vigalondo, muy dado a jugar con la ironía. De cualquier manera,
la película merece la pena ser vista, aunque nos queda la duda de si en
un segundo visionado los defectos estructurales acaban por dejar en
segundo plano lo que a primera vista es fascinante y diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario