22 de agosto de 2013

Reseña de Jo confesso, de Jaume Cabré

Adrià Ardèvol tardó mucho tiempo en descubrir qué quería ser de mayor. De pequeño se escondía detrás del sofá en el salón de casa y escuchaba conversaciones de sus padres, decidiendo si el niño debía aprender idiomas como el francés, el alemán, el latín, el griego, el hebreo, el arameo, el ruso… (el padre) o dejándose de paparruchas y, que no, Fèlix, que Adrià tiene que tocar el violín, ser un virtuoso, que las lenguas muertas no le van a servir para nada. Y Adrià, con las figuras del sheriff Carson y el caudillo arapaho Águila Negra, escuchaba y le daba vueltas al significado de palabras como “deshonrar”, mientras pensaba en colarse en el despacho de su padre, abrir la caja fuerte y sacar el storioni, ese violín que tenía nombre (Vial), y descubrir que dentro de su estuche con una extraña mancha oscura se ocultaban muchos secretos e historias. Adrià no sabía aún qué sería de su vida, pero pronto se sentiría culpable por una muerte violenta, conocería/perdería/reencontraría al amor de su vida y se preguntaría, con el tiempo, por qué el mal es una de las constantes en la historia de la humanidad. 

Canciones para el nuevo día (1239/468): "Sultans of Swing"

Dire Straits - Sultans of Swing



Disco: Dire Straits (1978)

9 de agosto de 2013

8 de agosto de 2013

Reseña de La ópera: una historia social, de Daniel Snowman

«La reacción de la gente la primera vez que ve una ópera es muy espectacular, o les encanta o les horroriza. Si les encanta, será para siempre; si no, pueden aprender a apreciarla, pero jamás les llegará al corazón» (Edward Lewis/Richard Gere en Pretty Woman de Garry Marshall, 1990). 

Suele decirse que la ópera es elitista, una manifestación cultural sólo para iniciados, para melómanos con gustos exquisitos, con buen nivel adquisitivo para sufragar los abonos y entradas a los grandes coliseos operísticos (la Scala de Milán, el Liceo de Barcelona, el teatro San Carlo de Nápoles, la Ópera de París, la Royal Opera House londinense, la Fenice veneciana, el teatro de la ópera de Sidney, la Metropolitan Opera House de Nueva York...). Gente atildada, impecablemente vestida en cada representación, conocedora al dedillo de un repertorio musical que apenas varía. Asistir a la ópera es un acto social jerarquizado en función del palco ocupado o la situación en el patio de butacas. Un profesor mío en la carrera solía decir que no se podía esperar gran cosa de un colega suyo que “nunca había bajado del cuarto piso del Liceo”. En la ópera hay códigos de conducta social y reglas de vestimenta, del mismo modo que se espera un comportamiento adecuado, respetuoso con la orquesta y el elenco de intérpretes, aunque suele obviarse que hasta muy avanzado el siglo XIX el público llegaba a destiempo al teatro, hablaba por los codos y a menudo estaba más interesado en lo que sucedía en los palcos que en el escenario. Estamos acostumbrados a teatros impresionantes, con todo lujo de detalles y equipamientos, pero los incendios eran habituales en coliseos iluminados por velas o lámparas de gas. Hoy en día los puristas se escandalizan por el hecho de que haya subtítulos, o más bien supertítulos, en algunas representaciones, traduciendo al idioma local lo que se canta en alemán o italiano en el escenario; pero muchos apenas reparan en que hasta las décadas centrales del siglo XX muchas óperas se traducían de la lengua original al idioma del país en el que se representaba, de modo que Il Trovatore de Verdi podía representarse en París como Le Trouvère, ante las exigencias del público local. Y damos por sentado que las grandes óperas de Mozart, Rossini, Verdi, Wagner o Puccini triunfaron desde el principio y fueron incluidas en el canon habitual, cuando en general se exigía la representación de obras que hoy apenas se conocen, y mucho menos se representan, de Monteverdi, Gluck, Donizetti o Cavalli. Se habla mucho sobre la ópera, pero en realidad se tienen muchas ideas preconcebidas.

Canciones para el nuevo día (1229/458): "American Pie"

Goodbye's Week (IV):
Madonna - American Pie



Disco: The Next Best Thing - soundtrack (2000)

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31 de julio de 2013

Un juego de espejos: Sleuth (1972) y Sleuth (2007)

Las comparaciones son siempre odiosas... y cuando Kenneth Branagh realizó el remake (que no es tanto...) de Sleuth, la película de Joseph L. Mankiewicz basada en la obra teatral de Anthony Shaffer, hubo ya incluso críticas antes de su estreno. Criticas infundadas, desde luego, pues de Branagh se podía esperar que haría una película digna, con guión del premio Nobel de Literatura Harold Pinter (que tiene un breve cameo en una pantalla de televisión). Y lo hizo. A costa de recibir palos, pues, ¿qué hay mejor que la película de Mankiewicz, con actorazos como Laurence Olivier y Michael Caine, un guión endiabladamente atrevido y ágil? Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no ofrecer una versión diferente de una misma materia prima? Dos hombres, una casa, una querella entre ambos, una disputa que resolver, un juego que va más allá de lo que se espera... y dos finales diferentes.¿Por qué no regresar a ese texto e indagar?

Canciones para el nuevo día (1223/452): "Sherlock Holmes (Discombobulate)"

Hans Zimmer's Second Week (III): Sherlock Holmes (Discombobulate)



Disco: Sherlock Holmes - soundtrack (2009)

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