Adrià Ardèvol tardó mucho tiempo en descubrir qué
quería ser de mayor. De pequeño se escondía detrás del sofá en el salón
de casa y escuchaba conversaciones de sus padres, decidiendo si el niño
debía aprender idiomas como el francés, el alemán, el latín, el griego,
el hebreo, el arameo, el ruso… (el padre) o dejándose de paparruchas y,
que no, Fèlix, que Adrià tiene que tocar el violín, ser un virtuoso,
que las lenguas muertas no le van a servir para nada. Y Adrià, con las
figuras del sheriff Carson y el caudillo arapaho Águila Negra, escuchaba
y le daba vueltas al significado de palabras como “deshonrar”, mientras
pensaba en colarse en el despacho de su padre, abrir la caja fuerte y
sacar el storioni, ese violín que tenía nombre (Vial), y descubrir que
dentro de su estuche con una extraña mancha oscura se ocultaban muchos
secretos e historias. Adrià no sabía aún qué sería de su vida, pero
pronto se sentiría culpable por una muerte violenta,
conocería/perdería/reencontraría al amor de su vida y se preguntaría,
con el tiempo, por qué el mal es una de las constantes en la historia de
la humanidad.
Jaume Cabré |
Jo confesso (Yo confieso en su traducción castellana) de Jaume Cabré
es, lo aseguro, una de las mejores novelas que he leído en mi vida de
lector. Vaya por delante la recomendación perentoria y absoluta de esta
novela. Una novela de novelas, un juego constante entre el lector y la
pluralidad de narradores, personajes, escenarios, tiempos y estructuras
narrativas. Como ya realizara con Les veus del Pamano (2004; Las voces
del Pamano), su otra gran novela (y no es lo único que ha escrito Cabré,
pero sí las dos novelas que le han convertido en un escritor de talla y
reconocimiento internacional), el lector asiste a un tour de forcé
narrativo que le impulsa a: a) no dejarse llevar por una estructura
línea; b) encontrarse con una de las plumas más originales del panorama
narrativo actual; y c) desear volver a leer el libro una vez terminado.
Mientras su novela anterior nos llevaba a un pueblo ficticio del Pallars
leridano en dos tiempos diferentes pero complementarios (la posguerra y
el primer franquismo y el presente), y al misterio de un personaje con
diversas vidas en función del narrador, con Jo confesso Jaume Cabré nos
traslada a una historia de Europa a retazos en los últimos siete siglos.
Una historia que recorremos a través de la historia personal, confesada
y manuscrita de Adrià Ardèvol, evocando, desde un presente en las
brumas del olvido cruel con que le condena una enfermedad degenerativa,
el pasado personal y colectivo de muchas personas. Adrià nunca tuvo que
nacer en aquella familia: hijo de un antiguo seminarista que perdió la
fe y que encontró en el tráfico de antigüedades la herramienta para
saciar sus más bajas pasiones, y de una mujer que demostró una fuerza y
un odio como nadie podía imaginar, pero que apenas pudo sentir (o
siquiera manifestar) un amor maternal hacia un niño que nunca supo qué
significaba eso. Adrià creció en soledad, acompañado por dos juguetes
que en su mente le hablaban y le advertían; aprendió a tocar un violín
valioso que se guardaba en una caja fuerte, que no podía salir de casa y
que fue adquirido de modo fraudulento. Adrià creció empapado de idiomas
que nadie hablaba y aprendiendo a ser lo que no quería ser, violinista.
Adrià supo e seguida que sus sentimientos eran complejos, que su
sociabilidad no era espontánea y que sus amigos no serían
incondicionales. Y mientras maduraba como hombre y encontraba en los
estudios de historia de las ideas estéticas y en el concepto del mal
como elemento ineludible en la evolución humana, su reducido mundo no
era ajeno al de quienes, en un momento determinado de la historia,
crearon, poseyeron, vendieron o les fue arrebatado aquel violín.
Un storioni... |
Cremona, Pardàc/Predazzo, París, Roma, Auschwitz, un monasterio en
Santa María del Burgal en Girona, un imaginario pueblo musulmán,
Tübingen, Barcelona… un inquisidor medieval, un monje que huye, un
campesino que huele la madera, un lutier, un compositor, un sacerdote
que perdió la fe y se convirtió en partisano, una hija ilegítima, un
asesino, un oficial de la SS, un médico atormentado, un superviviente
que perdió a su familia, una niña que sostiene un trapo de cuadros
azules y blancos… un violín, una medalla de oro, una tienda de
antigüedades, un manuscrito en arameo, unas figuras de juguete, un
palimpsesto contemporáneo… una huida y un castigo en el siglo XIV, un
asesinato en el XVIII, un aprendizaje en una universidad católica antes y
durante la Primera Guerra Mundial, unos experimentos en un campo de
exterminio durante la otra gran guerra, una vida de falsedades,
traiciones y enriquecimientos ilícitos en la posguerra española… Jo
confesso se erige en una novela de novelas, en un análisis personal y
colectivo del mal como esencia auténtica, perdurable e incorregible del
alma humana. El mal en estado puro, gratuito, sin una causa ideológica,
obsesiona a Adrià a lo largo de su vida. El mal es la constante en la
ecuación y no se despeja la equis con el amor, el perdón, la redención o
la amistad. El mal perdura al tiempo que la memoria se rompe en pedazos
pero nunca desaparece. Y la culpa es la consecuencia directa: una culpa
asumida, rechazada, olvidada o a su vez recordada.
Es difícil reseñar una novela que tiene una trama compleja pero no densa, que navega prácticamente sola, con un estilo narrativo que rompe con la linealidad y que se adentra desde el principio en la alternancia de voces narrativas, tiempos, géneros… formalmente es una autobiografía, una confesión, una carta de amor, que se abre a otras voces y en la que la primera persona pasa a ser tercera y el protagonista que nos cuenta su historia a su vez se convierte en (un) personaje (más) y en la que el presente cede ante el pasado y el aquí se convierte en otro escenario, en un mismo párrafo o incluso en una misma frase. Cabré juega con la hibridación en cuanto estructura narrativa, y es precisamente esa hibridación la que convierte el texto en una de las novelas más originales que he leído jamás. Y que he disfrutado, padecido, sentido y llorado. Terminas la novela y sobreviene la orfandad, el sentimiento de abandono, de haber dejado atrás una experiencia literaria y vital, personal y al mismo tiempo colectiva.
Es difícil reseñar una novela que tiene una trama compleja pero no densa, que navega prácticamente sola, con un estilo narrativo que rompe con la linealidad y que se adentra desde el principio en la alternancia de voces narrativas, tiempos, géneros… formalmente es una autobiografía, una confesión, una carta de amor, que se abre a otras voces y en la que la primera persona pasa a ser tercera y el protagonista que nos cuenta su historia a su vez se convierte en (un) personaje (más) y en la que el presente cede ante el pasado y el aquí se convierte en otro escenario, en un mismo párrafo o incluso en una misma frase. Cabré juega con la hibridación en cuanto estructura narrativa, y es precisamente esa hibridación la que convierte el texto en una de las novelas más originales que he leído jamás. Y que he disfrutado, padecido, sentido y llorado. Terminas la novela y sobreviene la orfandad, el sentimiento de abandono, de haber dejado atrás una experiencia literaria y vital, personal y al mismo tiempo colectiva.
No, esta no es una novela para ser reseñada: es una novela para ser leída con el alma, más que con los ojos y la mente.
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