28 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Australia, de Baz Luhrmann

[5-I-2009]

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Pues anoche fui a verla. Tras Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001), Baz Luhrmann parecía asentado ya como un director innovador y casi de culto. Y ahora parece que intentaba asentarse como cineasta de pro con una película de corte clásico y épico. Pero me parece que se va a quedar en el intento.

Una dama británica de la alta sociedad, lady Sarah Ashley (Nicole Kidman) viaja a Australia en 1939 siguiendo los pasos de un marido que parece haberla olvidado y que tiene entre manos un negocio importante: vender una partida ganadera al ejército y, de paso, su propiedad, Faraway Downs, situada en el Territorio del Noroeste. Pero las cosas se complican: el marido ha muerto, asesinado, se dice, por un aborígen llamado King George; la cabaña ganadera ha sido medio robada y la propiedad está al borde de la ruina. Sarah retomará el negocio y confiará en un curioso e indomable capataz, Drover (Hugh Jackman), para poder llevar a Darwin la partida ganadera. Pero el potentado local, King Carney (Bryan Brown) y su secuaz Neil Fletcher (David Wenham) harán lo posible por impedirlo...

La película de Luhrman tiene aires de epopeya, con Australia como fondo y como tema: se nos habla de la "generación robada", los niños mestizos que el Gobierno de la época (y posteriores) arrancaron de los brazos de sus madres y asimilaron entre familias blancas a lo largo de la primera mitad del siglo XX (una política inicua que terminó en 1973 y por la que el primer ministro australiano pidió disculpas oficialmente en el pasado 2008). Se nos habla de un choque de culturas, entre la aristocrática Sarah Ashley y los rudos habitantes del Dominio australiano. Se nos habla de una historia de frontera, de far west (en este caso east), con todo lo que ello conlleva. Se nos habla de amor, que supera todas las barreras --como en Moulin Rouge-- y de aventuras en medio de la Segunda Guerra Mundial (el ataque japonés sobre Darwin en febrero de 1942).

La película es excesiva en metraje --casi 3 horas-- e irregular en su desarrollo. mucho mejor lograda en la primera parte, la aventura de trasladar el ganado de Faraway Downs a Darwin, que en la segunda, el ataque japonés sobre Darwin, con un interludio entre ambos episodios que lastra un relato que pretende ser épico (y en cierto modo lo es), pero que acaba siendo tópico. Con todo, la película funciona como historia de amor y aventuras, aunque no tanto como fábula (que es lo que el tráiler inducía a pensar). Desde luego, Luhrmann nos ofrece imágenes espectaculares y áereas de diversos lugares de Australia. La escena de la estampida al borde del precipicio es soberbia, por ejemplo. El tono ñoño y almibarado acerca del niño aborígen --que desvirtúa en cierta medida el mensaje de denuncia acerca de la "generación perdida"-- también acaba siendo algo cargante.

Pero, en definitiva, el resultado es positivo. Una historia atractiva, unas imágenes espectaculares, una música de David Hirschfelder que suena a trillada. Todo eso es Australia.

Canciones para el nuevo día (791/19): "Todas las flores"

Presuntos Implicados - Todas las flores



Disco: Siete (1997)



27 de noviembre de 2011

Reseña de El Libro del Día del Juicio Final, de Connie Willis

Me gusta la ciencia-ficción, pero no exclusivamente las novelas hard, sino especialmente aquellas situadas en mundos y épocas más o menos actuales y en los que el elemento CF es una excusa para analizar determinados elementos de una sociedad. En ese sentido, me gustan autores como David Brin, Robert J. Sawyer, Jasper Forde y, entre otros, Connie Willis. Descubrí a Willis un día de agosto de 2004, cuando compré Tránsito, una voluminosa novela suya sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM), con el hundimiento del Titanic como metáfora del cerebro que se muere poco a poco. Devoré esta novela. Un año después, en septiembre de 2005, compré por primera vez El Libro del Día del Juicio Final. Digo primera vez, porque esa misma tarde me robaron la mochila, perdiendo libro, CD’s, dinero y cachivaches de todo tipo que solía -y suelo llevar-, siempre a cuestas. Volví a comprar la novela, la devoré en apenas 4 días, me atrapó. Desde entonces, novela de Willis que se ha ido publicando (o reeditando), novela que he leído: Por no mencionar al perro, Oveja mansa y Los sueños de Lincoln. Y a ver si un día de estos cae en mis manos Remake.

Crítica de cine: Carlos, de Olivier Assayas

[24-IV -2011]



Estrenada hace una semana, fui a verla ayer, huyendo, ya agotado, de la muchedumbre santjordinesca. Concebida inicialmente como una miniserie de tres capítulos y algo más de cinco horas, ha llegado a la gran pantalla (tras su paso por el Festival de Cannes... como diría Gasset) en una versión reducida a dos horas y cuarenta y cinco minutos de la que se puede decir que, como mínimo, resulta descompensada.

De este modo, para comprender una figura tan peculiar como Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, alias Chacal (n. 1949), Olivier Assayas comienza en Londres en 1973 y hasta su detención en Jartum en 1994. Pero dándole mayor énfasis a los primeros dos años, más o menos, especialmente al asalta a la reunión de la OPEP en Viena, en diciembre de 1975, y el secuestro de 42 personas, previo asesinato de otras tres (una de ella de fatales consecuencias para su misión). Al servicio de una fracción de la OLP al mando de Wadi Haddad (enfrentado a Yasir Arafat, a quien consideraba un traidoir), Carlos (Edgar Ramírez) resulta un personaje contradictorio entre su teoría revolucionaria (muy difusa) y su páctica armada, bastante desligada del mandato de quienes le pagaban. Carlos odia estar inactivo, pero una vez en acción mete la pata constantemente, de ahí que finalmente acabe formando su propia organización, bastante errática todo hay que decirlo, y acabe convirtiéndose, como día M de la saga James Bond, en un fósil de la Guerra Fría.

Carlos se nos muestra como un personaje incómodo, bastante cantamañanas y voluble, en muchas ocasiones incapaz de entender el componente político de la lucha armada revolucionaria. De tal modo que poco a poco se va quedando solo y apartado. No extraña que finalmente el líder religioso sudanés venga a decirle, más o menos, que los gobiernos capitalistas se lo tomen a chirigota, como una extravagancia pasada de época. Con todo, Carlos está en el meollo de las luchas entre los diversos bloques (Oeste-Este, Norte-Sur, sionismo-palestinismo), sobrevive (mal que bien) a la caída del Muro de Berlín y al cambio en la geopolítica mundial. Para entonces, en los últimos cuarenta y cinco minutos, la película ha dado un giro. Porque es en las primeras dos horas donde está mejor montada la película, con el episodio central del secuestro en al sede de la OPEP. El resto de la película, irregular, sin duda sacrificado en función de las tijeras para convertir la miniserie en una película de exhibnición comercial, nos lleva al declive físico y personal de Carlos. Para entonces el cantamañanas violento de años atrás se ha convertido, progresivamente, en una parodia de sí mismo (la escena de la captura así lo refleja, por ejemplo).

¿Justificación del personaje? La verdad es que poca, aunque hay un cierto intento de situarse en su piel y en su pensamiento: pero la plasmación en diálogos de la ideología revolucionaria del personaje acaba resultando ridícula, aunque lo ridículo sería descontextualizarla. Lo cierto, sin embargo, es que el espectador muestra escasa empatía hacia el personaje. Que el atentado terrorista propalestno en las Olimpiadas de Munich estuviera tan fresco en la memoria de la época quizá explica por qué Carlos y sus acólitos pudieron llevarse a 42 personas de Viena a Argel, luego a Túnez, a Trípoli y finalmente a Argel de nuevo para terminar en nada... quitando a varios muertos por el camino. El fracaso de la misión, en cuanto a los objetivos a conseguir, muestra también el fracaso de una lucha revolucionaria armada que, tras ciertos espejismos en los años sesenta, en la década siguiente (muy cutre en lo estético, por cierto, y no sólo en lo meramente referente al vestuario) no le queda más que languidecer.

Película irregular, mejor en la primera parte, que recuerda en cierto modo a RAF, Facción del Ejército Rojo. Con todo, interesante su visionado, testimonio histórico (a través de la ficcionalización) de una época y, especialmente, de un personaje que buscó más convertirse en estrella que en la propia revolución de la que tanto alardeaba.

26 de noviembre de 2011

Reseña de La revolución romana, de Ronald Syme

Annos undeviginti natus exercitum privato consilio et privata impensa comparavi, per quem rem publicam dominatione factionis oppressam in libertatem vindicavi
[a los diecinueve años de edad alcé, por decisión personal y a mis expensas, un ejército que me permitió devolver la libertad a la República, oprimida por el dominio de una facción] (Res Gestae Divi Augusti, 1; traducción de A. Blanco Freijeiro y G. Fatás).

En 1939, Ronald Syme (1903-1989) publicó The Roman Revolution, un libro que significa un antes y un después en la historiografía romanista. Un libro que Antonio Blanco Freijeiro tradujo al castellano en 1989, en una edición de Taurus, rápidamente descatalogada y que se convirtió en obra de culto, buscada, deseada, pocas veces encontrada. Y, en este 2010, el libro resurge de las sombras en una nueva edición de Crítica, ansiada, bienvenida, necesaria. Gracias a la editorial por poner al alcance del lector un clásico. Por fin, la búsqueda ha terminado.


Crítica de cine: No tengas miedo, de Montxo Armendáriz

[1-V-2011]


Cómo escribir unas pocas palabras sobre esta película. Cómo reflejar en unas líneas las sensaciones que te provoca un filme que habla claramente sobre un terror cotidiano que no debería ser, ni existir. Cómo no quedarse afectado por el drama de Silvia (Michelle Jenner), que nos dispara a bocajarro sin estridencias ni juegos fílmicos. Narrar una historia de horror es fácil si no te paras a pensar un poco en como contarlo. Quizás por ello películas como Precious, donde el terror es excesivo y sin contemplaciones afectan menos (aunque asquean lo suyo) que esta película de Montxo Armendáriz, que regresa a las pantallas tras varios años de ausencia. Porque, en una senda similar a la magnífica Elisa K, esta es una película que muestra sin caer en lo visceral, atrapando al espectador sin manipularlo. Abriendo ventanas donde y cuando a veces las puertas no se vuelven a abrir nunca más.

Silvia tuvo el horror en casa, en la persona de un padre (Lluís Homar) que siempre la quiso, demasiado. La madre (Belén Rueda) asiste a la caída en los infiernos de su hija, ya de pequeña, en los cambios que algo que no puede contar pero que se palpa rascando un poco ha provocado en una niña de siete, catorce y, siempre niña, veinticinco años. A Silvia le quitaron algo más que un pasado: la posibilidad de forjar un futuro. Y en su camino errático, contraductorio en ocasiones, atrapado en un bucle que no cesa, Armendáriz nos lleva de la mano. Sin aspavientos, sin apenas más que una cámara que sigue a Silvia por las calles de una lluviosa ciudad. Silvia al violonchelo, Silvia jugando a las tragaperras, Silvia conociendo a un chico. Pero Silvia muda, aunque en sus ojos se lee todo. Hay una escena que quizá se pueda interpretar de muchas maneras: Silvia practicando al chelo con su amiga Maite (Núria Gago) al piano; tocan Falla, pero de pronto Silvia arranca con el Preludio de la Suite nº 1 de Bach. Un momento de pulsión, de mostrarse al mundo, de chillar a los cuatro vientos lo que Silvia siente. Pero aún nadie puede entenderla.

Preciosa, preciosísima película de Montxo Armendáriz, que nos habla de mucho más que del trauma por unos abusos sufridos en la infancia. Película de denuncia social de una realiad muy existente. Película de testimonio. Película de sentimientos.

Cine, señores, cine.

25 de noviembre de 2011

Reseña de Enrique V, de William Shakespeare

We few, we happy few, we band of brothers;
For he to-day that sheds his blood with me

Shall be my brother; be he ne’er so vile

This day shall gentle his condition.
Nosotros pocos, felices pocos, esta banda de hermanos;
Porque hoy el que vierta su sangre conmigo
Será mi hermano; pues, por muy vil que sea,
Este día ennoblecerá su condición.
[Acto IV, escena III]

En el final de esta obra, el Coro, que ha situado constantemente al espectador/lector en los diversos escenarios en los que transcurre la acción, en cierto modo anuncia la prematura muerte del rey-héroe Enrique V y anticipa los desastres del reinado de su sucesor, el rey-niño Enrique VI, las regencias y el camino hacia la Guerra de las Dos Rosas:
La Fortuna forjó su acero
Y, con éste, el mejor jardín del mundo conquistó,
Dejando en él a su hijo como imperial señor.
Enrique VI, en fajas de infante rey coronado
De Francia e Inglaterra, a este monarca sucedió,
Pero tantos tuvieron el gobierno de su estado
Que perdieron Francia e Inglaterra sangró.
[Acto V, escena III]

Crítica de cine: La Ola, de Dennis Gansel

[30-XI-2008]

¿Puede el fascismo volver en pleno siglo XXI? La pregunta no es baladí: los movimientos neonazis en Alemania siguen ahí, aletargados, pero no desaparecidos de la escena pública. En Italia hay loas al régimen fascista de Mussolini incluso desde algunas esferas del poder. En Austria ha habido personajes simpatizantes del régimen nazi al frente de alguna provincia. Y en Francia el movimiento ultra de Le Pen parece haber perdido fuelle, aunque tuvo una influencia no desdeñable en algunas elecciones presidenciales y legislativas. Pero, ¿puede volver el fascimo a nuestra sociedad actual? ¿Es posible que las masas puedan sentirse fascinadas de nuevo por la parafernalia, la ideología y los uniformes nazis? Puede que la pregunta sea exagerada, pero quizá podamos pararnos un momento a pensarlo. Y eso es lo que ha hecho Dennis Gansel en su opera prima, La Ola (Die welle). La película se basa en una novela de Todd Strasser, que recogía un hecho sucedido en una escuela estadounidense en 1967. 

Un profesor con pasado anarquista y okupa, Reiner (Jürgen Vogel), ha de tratar un tema concreto en una especie de asignatura de Educación para la Ciudadanía en un instituto de bachillerato. La Semana de los Proyectos, así se llama la experiencia docente, incluye diversos temas que tratar en clase, entre ellos anarquía y autocracia. Reiner prefiere el tema anarquista (el pasado okupa tira mucho), pero otro profesor, mayor en edad, se lo queda, y Reiner se ve obligado a desarrollar el tema de la autocracia. "¿Qué define la autocracia?", pregunta Reiner a los alumnos. Éstos son renuentes a responder: "ya no se dan las circunstancias para que haya otro Tercer Reich", dicen. Reiner no está muy convencido y decide experimentar en el aula. Que lo alumnos le llamen "señor Wenger" y se pongan en pie para hablar es un primer paso. Que den patadas en el suelo, casi marciales, para que todos vayan al mismo paso, al unísono, es otro. Que se pongan camisas blancas como uniformes, que pongan nombre al grupo (La Ola), con logo y saludo propios, va entusiasmando a los alumnos, que pensaban que la asignatura sería un rollo. Pero las cosas se van desmadrando poco a poco y sin que Reiner se dé cuenta: junto a las camisas blancas -eco de las camisas negras del fascismo de Mussolini y de las camisas pardas de las SA nazis-, el saludo -como el brazo a la romana fascista-, y el logo - que tapa otros logos y que es pintado en las paredes y los locales por toda la ciudad-, aparecen la exclusión, la violencia, la marginación de quien no forma parte del grupo o de quien critica sus métodos. 

Reiner vive la experiencia docente, pero esta experiencia ha calado en los alumnos de otra manera, en especial en algunos de ellos: no casualmente los que no tienen una familia a su alrededor (Marco) o cuyos padres "pasan" de su hijo (Tim). Los críticos con La Ola son apartados y excluidos sin piedad, incluso se les prohíbe entrar en algunos espacios del instituto (les pasa a Karo y a Mona). No importa que haya "alemanes" de nueva generación en el grupo (caso de Sinan, el turco), siempre que sean miembros de La Ola serán bien recibidos. Y todo hasta llegar a una situación límite, de la que finalmente es consciente Reiner, que intenta atajar algo que se le ha ido de las manos. 

El filme de Gansel plantea una pregunta y unas dudas: ¿es posible un regreso del fascismo? Sin embargo, banaliza las causas de una posible reinstauración, dejando de lado otras que sí son de peso. La vida en el instituto de bachillerato parece ideal, con buenas instalaciones y actividades extraescolares (waterpolo, por ejemplo). Fuera del aula, los alumnos van a fiestas, discotecas, se enamoran, se drogan, se divierten, como cualquier adolescente. ¿Qué podría llevarles a adherirse a un movimiento violento, excluyente, xenófobo y totalitario? Los totalitarismos no aparecen en situaciones de bonanza económica, de paz social o de estabilidad política. El fascismo italiano y el nazismo alemán aparecieron en momentos de crisis política, social y económica; en el caso del nazismo, la crisis económica de los primeros años 30 fue el catalizador de las masas, que apoyaron (no mayoritariamente) a un partido como el NSDAP. Aunque banaliza las causas, la película apunta con no poca profundidad a otros elementos: la seducción por pertenecer a un grupo exclusivo, especial, único. El hecho de pertenecer a La Ola es lo que marcará, durante a una semana, a algunos alumnos (Tim, sobre todo, el marginado por antonomasia). Llevar camisas blancas crea dinámica de grupo. Un saludo y un logo "molan". No son suficientes, en mi opinión, para crear una dinámica "fascista": Nike hace lo mismo con sus Air Jordan, pero no por ello diríamos que promociona el fascismo. Cargando las tintas en las formas, más que en el contenido de La Ola, es donde la película flaquea. 

Del mismo modo, Gansel no sale de un desarrollo previsible de la trama, cuyo final se apunta bastante antes de que termine el metraje. En ese sentido, en una estructura algo acartonada, es donde la película flojea. En cambio, en el desarrollo de La Ola como grupo, de las experiencias de los alumnos, dentro y fuera del aula, incluso de los críticos del mismo, es donde Gansel consigue convencer. Del mismo modo que en American History X o en Battle Royale se apuntaba una crítica a los totalitarismos y el darwinismo social exacerbado, en La Ola Gansel consigue que el espectador reflexione, aunque sea por un momento. 

El final, la última secuencia, es simplona y ataca donde quizá no debiera, cargando las tintas sobre un personaje en concreto, y dejando a los demás (que son lo que son... y no sigo, ved la película) sin ninguna responsabilidad... siendo justamente lo que son. En definitiva, una interesante película, muy en boga actualmente con temas como el olvido, la memoria histórica y el lugar de los totalitarismos en la historia y en la educación.

Canciones para el nuevo día (790/18): "Vuelve el amor"

La Unión - Vuelve el amor


Disco: Love Sessions (2006)



24 de noviembre de 2011

Crítica de cine: X-Men. Primera generación, de Matthew Vaughn

[5-VI-2011]



La vi el viernes por la tarde. Refundación efímera (tras el final de esta película, ¿caben más entregas?) de la saga de los mutantes. Y esta vez con Matthew Vaughn (el director de Kick-Ass) tras la cámara. Uno se preguntaba, tras la trilogía original (de la que el tercer episodio es el más flojo) y la película sobre Lobezno, si la cosa daba más de sí. Y la verdad es que sí, a nivel de entretenimiento, pero también no, a nivel de la propia historia interna de la saga.

La cosa nos lleva a los orígenes de los X-Men, esencialmente del profesor Charles Xavier (James McAvoy), de Erik Lehnsherr, futuro Magneto (Michael Fassbender), de Raven/Mística (Jennifer Lawrence y brevísimo cameo de Rebecca Romijn Stamos), de Bestia (Nicholas Hoult) y algunos más (porque muchos que recordamos de la trilogía, por su juventud, no aparecen). E incluso hay un divertídisimo cameo de Lobezno/Hugh Jackman, muy en su estilo. De Erik conocemos el origen de sus poderes (y de su ira) en un campo de concentración en la Polonia ocupada por los nazis (¿qué tendrá el elemento nazi como evocador de maldad suprema? Véase también el caso de Hannibal, el origen del mal, por mencionar algo reciente; búsquense muchos más ejemplos). Conocemos la pedantería y el buenrrollismo del joven Charles Xavier. Y vemos el objeto de la ira de Erik, un doctor alemán (sosías de un Mengele cualquiera), interesadísimo en los poderes del pequeño mutante, rejuvenecido posteriormente y reconvertido en el oscuro Sebastian Shaw (Kevin Bacon), que busca el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la URSS con la crisis de los misiles de Cuba de 1962 mediante.

Como película de entretenimiento, el filme de Vaughn cumple eficazmente. Seguimos el origen de los personajes, como se conocen entre ellos, la típica fase de adiestramiento, el reconocimiento de un enemigo común (Shaw) y la batalla final. Lo malo, por ponerle una pega a esta película, es la previsibilidad de una trama que conduce a lo que el espectador lleva esperando desde el principio: el enfrentamiento entre los mutantes y la división entre los que se atrincheran con Erik, ya Magneto, y que no quieren componendas con los humanos "normales", y los que se unen bajo la égida benefactora del ya Profesor Xavier y su sueño de hermanar a humanos y mutantes. Acaba la película y el espectador ya puede ponerse a ver X-Men de Bryan Singer (2000) para encontrar la solución de continuidad.

Por el camino han quedado reflexiones interesantes (la evolución, el papel de los mutantes como objeto de mofa y temor, e incluso, como esclavos de los humanos) y una estética muy James Bond de los años 60 : no sólo en elñ estilismo y el vestuario, sino en algunos guiños como, por ejemplo, Emma Frost/January Jones evocando a Honor Blackman en Golfinger. Y como curiosidad española, un Alex González que no dice ni mú.

Por lo demás, buena película, interesante aunque previsible revisitación del fenómeno mutante. Pero, especialmente, mucho entretenimiento.

Canciones para el nuevo día (789/17): "Mammagamma"


The Alan Parsons Project - Mammagamma



Disco: Eye In The Sky (1982)