Crítica publicada previamente en Fantasymundo (4-XI-2015).
Con Daniel Craig como James Bond del siglo XXI (si dejamos al margen Muere otro día, la película de 2002 con la que Pierce Brosnan se despidió del personaje), la saga sobre el agente 007 (con licencia para matar) creada por Ian Fleming en 1952 inició un particular reboot. Y lo necesitaba… si es que la serie de películas, ambientada en la Guerra Fría y que conjuntaba el espionaje y la acción con una mirada pop (o incluso kitsch en los años setenta), no se había quedado «obsoleta» por no decir «pasada de moda». El Bond que interpretó Brosnan en los años noventa y el cambio de milenio ya trató (hasta cierto punto) de «adaptarse» a los tiempos (aunque una M en la piel de Judi Dench lo tildara de «despojo de la Guerra Fría»), en los que ya no había organizaciones secretas como SPECTRA o ambiciosos generales soviéticos, pero sí millonarios megalómanos, agentes traidores y gánsteres pasados de rosca que aún tenían mucho peligro que provocar. James Bond es hijo y deudor de su época, en gran parte los años cincuenta y para las películas los sesenta, y entró en una cierta decadencia argumental en los setenta (al tiempo que con Roger Moore se potenciaba el elemento cómico) y una discreta recepción popular en los ochenta, con un Timothy Dalton menos icónico para lo que el personaje requería. James Bond era también el agente por antonomasia del MI6 en la época dorada (y a menudo chapucera) de los servicios de inteligencia, con la CIA y el KGB a la cabeza, e imagen de una cierta «Britishness» que mucho más tarde encontraría derivaciones tan peculiares como Austin Powers (Mike Myers). James Bond inició, en aquellos años sesenta, la moda de presentar a espías bien vestidos y seductores en alternativas versiones de agentes que trabajaban, ya no para el Gobierno de Su Majestad, sino para entidades internacionales: casos de Derek Flint (James Coburn) y Napoleón Solo e Ilya Kuryakin en películas y una serie de televisión, respectivamente. Si Bond se enfrentó como paladín británico a SPECTRA, Solo y Kuryakin superaron la dialéctica de dos superpotencias enfrentadas entre sí y colaboraron en la organización U.N.C.L.E. para detener los malvados planes de THRUSH, y el mundo se salvó varias veces gracias a ellos; por su parte, Flint, agente de la también no gubernamental ZOWIE (sí, también se pusieron de moda las siglas), hacía lo propio y tenía tiempo para pasárselo en grande en fiestas y saraos de todo tipo. Ah, aquellos encantadores años sesenta…