25 de octubre de 2015

Crítica de cine: Black Mass. Estrictamente criminal, de Scott Cooper

La historia de James "Whitey" Bulger merecía una película. Sin duda alguna. Quien se criara y criara en South Boston, un barrio en el que las mafias locales de irlandeses disputaban el control de las calles con mobsters italianos, y que acabara por convertirse en uno de los criminales más sanguinarios de la costa este estadounidense. Un tipo que actualmente cumple, a los 86 años de edad, dos cadenas perpetuas consecutivas por una veintena de asesinatos, así como por extorsión, pertenencia a organización criminal, tráfico de drogas, etc., y que fue capturado en 2011, tras quince años prófugo de la justicia. Una justicia que, a su manera, lo utilizó como informante entre 1975 y 1985. O esa era la "historia oficial" que el FBI manejara inicialmente para definir la relación, la "alianza" con Bulger, que a su vez entendió esa "alianza" como una oportunidad de oro para deshacerse del resto de bandas que operaban en Southie y erigir su propio imperio criminal. Detrás de esa alianza estaba John Connolly (Joel Edgerton), hasta cierto punto "amigo" de infancia de Bulger y que entendió, también a su manera, lo que era un código de honor, la justicia y la lealtad. O una "lealtad" y un "honor" mal entendidos.

¿Por qué esa "cara", Johnny Depp?
Johnny Depp compone una interpretación de Bulger que huele a candidatura de Oscar. Se mete en la piel de Bulger, construye una manera de caminar, de hablar, de actuar violentamente, de camelar y seducir (para a la menor oportunidad atacar con una visceralidad inusitada), y con ello se podría decir que se mete al público en el bote. Y quizá consiga la nominación, quién sabe, a este u otros premios, pero para quien esto escribe su interpretación es más forzada que natural, más histriónica y dependiente de tics y miradas que pretenden ser intensas, de provocar miedo en quienes le rodean; más pensando en el patio de butacas que de contarnos, realmente, quién era Whitey Bulger. Y, ojo, no es que haga un mal papel, todo lo contrario. Y no hay idealización en Bulger, un tipo que era respetado e idolatrado en su barrio, que muchos veían como un particular Robin Hood, un personaje que se hizo a sí mismo y logró ser respetado. No, el Bulger que Depp interpreta es cualquier cosa menos un mafioso con glamur y encanto de décadas anteriores (si es que había alguno que pudiera ser percibido así). Y, sin embargo, no acabo de "creérmelo". Su brutalidad acaba siendo previsible: sabes que, en una secuencia determinada, tras unos diálogos o en medio de una situación concreta, de pronto pasará de ser un tipo más o menos calmado y con carisma a un brutal asesino. Y ese proceso se repite una y otra vez, prácticamente de la misma manera, de modo que paulatinamente el personaje acaba siendo "plano". La única motivación que Bulger acaba teniendo es el crimen para mantenerse en un estatus determinado, pero sin más aristas. Ni la relación con su joven esposa (Dakota Johnson), la madre o su pequeño hijo acaban por aportar más "detalles" que conformen al personaje: sólo el crimen por el crimen. Y eso, a la postre, acaba lastrando un guion que, insistimos, no es nada malo, pero a la postre resulta simplista en cuanto a quien es el protagonista de la película. 

Compartamos unas viandas, criminal y agentes de la ley...
En el caso de Connolly encontramos un proceso que va de un agente de la ley con ambiciones pero al servicio de la justicia a un tipo que confunde la defensa de la ley con una manera muy personal de entender qué "es" la ley. Quizá el proceso de este personaje sea más lineal, pero a la postre resulta mejor perfilado. Connolly tiene sus propias ambiciones (que acabarán confundiéndose también con las de Bulger) y su "alianza" con el mafioso, no comprendida en un principio por sus colegas y superiores en el FBI, paulatinamente se convierte en una particular bajada a los infiernos personal. Puede resultar chocante que, aparentemente, la relación de Connolly con Jimmy Bulger y su hermano Billy Bulger (Benedict Cumberbatch), senador del estado de Massachussets, se base en unos lazos más o menos endebles forjados cuando los tres eran jóvenes y se criaron en el mismo barrio; que el motivo por el que Connolly sea tan "permisivo" con Whitey sea que este le defendió en una pelea en el colegio, daría mucho que hablar sobre su propia personalidad, sobre todo cuando con el tiempo ambos personajes se situaron a un lado y otro de la ley. Connolly no cesa de repetir que conoce a Bulger, que son del mismo barrio, que se criaron en las calles de Southie, y que puede controlar a Bulger. Su manera de entender hasta dónde llega la "alianza" del FBI con Bulger y el rol de este como informante es probablemente lo que más pueda sorprender (y escandalizar) al espectador: cómo un agente de la ley puede llegar a hacer la vista gorda (¿e incluso beneficiarse indirectamente?) con los crímenes de un tipo tan violento como Bulger. Quizá sea este el quid de la cuestión y el eje central de la película, y lo que acaba siendo lo más interesante de la misma.

Inevitablemente el espectador tiene en la retina películas clásicas del género, ya sea en los años treinta o en la filmografía de un director más interesante que Scott Cooper (director de esta cinat) como es Martin Scorsese, o incluso en películas ambientadas en Boston y dirigidas recientemente por Ben Affleck. Y es probable que la acabemos pensando más en aquellas películas, o que las tengamos más presentes en la retina, que en esta otra, que me temo que no acaba de ofrecer lo que a priori prometía. Pues no es una mala película, vuelvo a decirlo, pero no es lo que probablemente esperábamos cuando empezamos a leer sobre ella. O al menos es lo que a mí me sucede. Y eso que, concluyo, un personaje, o mejor dicho, una historia como la de Whitey Bulger sin duda merece una película...

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