For he to-day that sheds his blood with me
Shall be my brother; be he ne’er so vile,
This day shall gentle his condition;
And gentlemen in England now a-bed
Shall think themselves accurs’d they were not here,
And hold their manhoods cheap whiles any speaks
That fought with us upon Saint Crispin’s day.
William Shakespeare, Henry V, acto IV, escena 3ª
La arenga shakesperiana del rey Enrique V
de Inglaterra en el campo de batalla de Agincourt (Azincourt para los
franceses) es quizá uno de los discursos más recordados de la historia
universal. Y es también una invención del Bardo. Probablemente, Enrique V
pronunció una arenga a sus soldados, pero no la conocemos tanto como la
que se escribió casi dos siglos después. Pero en el imaginario
colectivo ha quedado este discurso, esta «band of brothers».
Merecidamente, pero la Historia se escribe con otros renglones.
«Their finest hour», decía Winston
Churchill en junio de 1940, para definir a los soldados británicos que
luchaban en Francia tras la invasión alemana. En cierto modo, también se
podría aplicar a los alrededor de 12.000 ingleses que desembarcaron en
Normandía en agosto de 1415, siguiendo los designios de Enrique V, rey
inglés de la casa de Lancaster desde dos años atrás, quien reivindicó la
corona de Francia, tras casi medio siglo de combates dispersos en la
llamada Guerra de los Cien Años. Una cuestión personal que el monarca
convirtió en el asunto de toda una nación. Menos de la mitad de esos
combatientes lucharon, dos meses después, en las llanuras cercanas al
castillo de Agincourt en Picardía, agotados, hambrientos y en
inferioridad de condiciones. Enfrente, al menos dos o tres veces más de
combatientes franceses, seguros y convencidos de la victoria. Y sin
embargo, al finalizar ese 25 de octubre de 1415, festividad de San
Crispín y San Crispiniano, la victoria fue para Enrique V y su «band of
brothers», mientras que ese día sería de funesto recuerdo, una journée malhereuse, para los franceses.
Agincourt. El arte de la estrategia de Juliet Barker
(Ariel, 2009) es un libro único en el mercado editorial español.
Dejando de lado un volumen dedicado a la batalla por el prestigioso
sello Osprey (publicado en España por Ediciones del Prado,1991),
dedicado a la historia militar, y a algún capítulo en historias
generales del conflicto –como LaGuerra de los Cien Años de
Edouard Perroy (Akal, 1982) o un libro homólogo de Philippe Contamine
(Crítica)–, hasta ahora no contábamos en castellano con un libro que
analizara a fondo la campaña y la batalla de Agincourt (a diferencia del
mundo anglosajón). Y llega de la mano de una especialista en el torneo
medieval, digna discípula de Maurice Keen, autor de La caballería
(Ariel, 2008). Y no es baladí esta referencia a la obra de Keen, pues
en Agincourt, en toda la campaña, el honor caballeresco estuvo muy
presente, como Juliet Barker remarca a lo largo de su libro. El subtítulo en inglés del libro le hace
más justicia que el de la edición castellana: «The King, The Campaign,
The Battle», pues marca la estructura de este libro. Tenemos una primera
parte dedicada a la figura de Enrique V, monarca piadoso aunque
ambicioso, con experiencia de combate en las campañas contra los galeses
siendo príncipe de Gales, notable aprendiz en el arte de la política,
decidido a reivindicar lo que considera suyo por derecho de nacimiento,
la corona de Francia, tal y como hiciera su bisabuelo Eduardo III más de
medio siglo antes. La experiencia de sus ancestros marca el camino a
seguir para el hijo de un usurpador (Enrique IV), que necesita que la
nación inglesa olvide la mancha de su origen ilegítimo mediante una
campaña gloriosa contra el enemigo secular, Francia, y cuyos derechos
legítimos a la corona son más que una mera reclamación. En esta primera
parte, además, Barker disecciona los preparativos de la campaña, al
mismo tiempo que analiza la situación política de Francia: un rey,
Carlos VI (1380-1422), incapacitado para gobernar a causa de
discontinuos desequilibrios mentales (cuando no locura, que le hacían
creer que estaba hecho de cristal), con dos clanes luchando por el poder
(Orleáns y Borgoña), con un clima de guerra civil al que ni siquiera la
invasión inglesa pudo poner fin. Enfrente, todo lo contrario: un
monarca fuerte, un país unido en una misión, unos preparativos bélicos
minuciosos.
Enrique V, artista anónimo, c. 1520, National Portrait Gallery, Londres. |
En esta primera parte, Barker nos habla
del camino hacia la reanudación del conflicto, de cómo Enrique V sofocó
la conjura de algunos de sus súbditos y colaboradores (el conde de
Cambridge y lord Henry de Scroope, como se muestra en la obra
shakesperiana), de los combatientes y los contratos para pagar sus
soldadas, de armamento (el arco largo inglés), de cómo se reunieron las
huestes en Southampton, etc. De una manera amena, la autora nos cuenta
los preparativos de la campaña, para pasar a la campaña misma en la
segunda parte del libro: el desembarco en la desembocadura del río Sena,
a apenas 120 km de un París escenario de conflictos internos; el asedio
y la captura de la importante ciudad de Harfleur, que costó a Enrique
más de lo esperado, con lo que ello comportaba respecto a las bajas
militares, nutridas también por una epidemia de disentería; la marcha
hacia Calais, preconizada por el monarca contra el consejo de sus
colaboradores (pues temían que la cabalgada real se convirtiera en un
desastre militar, atosigados por el creciente ejército francés reunido
en su contra); el vado del río Somme, que obligó a Enrique a apartarse
de la costa, pues los franceses ocuparon los puntos principales de paso;
y la llegada a Agincourt, donde los franceses, liderados por los duques
de Borbón y Orleáns y por el condestable de Francia, Charles de Albret,
habían reunido un ejército que, como mínimo, triplicaba las cifras de
los combatientes ingleses. Y la batalla, por supuesto.
En el asedio de Harfleur, Juliet Barker
destaca la figura de Raoul de Gaucourt, que desesperó al rey inglés con
su férrea defensa de esta ciudad; no se lo perdonó Enrique V, quien
aceptó su rendición y que le hizo pagar su heroica resistencia con una
larga prisión en tierras inglesas después de Agincourt. Junto a
Gaucourt, la autora resalta la valentía de militares como el mariscal
Boucicaut o los condes de Richemont (pariente de Enrique V), Eu y
Vendôme. Analiza el papel de Armagnacs y borgoñones (con el duque Juan
Sin Miedo y su ambivalencia al frente) como señal de la debilidad
francesa a pesar de la preponderancia numérica en Agincourt: las luchas
partidistas, que se desarrollaban en Francia desde una década atrás,
imposibilitaron que el país se revolviera unido contra la invasión
inglesa. Enrique V, además, ya desde su principado de Gales, azuzó a uno
u otro bando, siguiendo el lema romano divide et impera y
buscando, al mismo tiempo, un apoyo francés a sus reivindicaciones en
Francia, ya fuera a la corona o a un ducado de Aquitania ampliado como
en el Tratado de Brétigny (1360), al que se añadiría Normando, Anjou y
Ponthieu. Estas disensiones en el bando francés continuaron y se
agudizaron mientras Enrique asediaba Harfleur o marchaba hacia Calais.
La tragedia para los franceses fue que en Agincourt pereció o fue
capturada gran parte de los Armagnacs, mientras que los bortgoñones del
duque Juan Sin Miedo o bien se mantuvieron al margen o bien facilitaron
el triunfo inglés.
Del mismo modo ameno y ágil de la
primera parte, el relato de la batalla de Agincourt se convierte en una
lectura vivaz y dinámica, en el que las descripciones de los elementos
militares no están reñidas con un análisis de lo que significó la
batalla. No obvia la autora, a pesar de la simpatía que siente hacia el
personaje, un elemento tan controvertido (y hasta cierto punto contrario
a las leyes caballerescas de las que presumía el rey), la decisión de
Enrique V, en el fragor del combate, de ordenar la ejecución de los
numerosos franceses que se habían rendido o habían sido capturados (pp.
358-365): aunque las necesidades del momento (pues se temía un
contraataque potencialmente devastador para los ingleses) lo podían
justificar, se trataba de una mancha para el honor de Enrique V. La
autora no lo especifica ni comenta, pero es posible que, en términos
modernos, se pudiera hablar de crímenes de guerra.
Miniatura del siglo XV sobre la batalla de Agincourt; |
Ya en la tercera parte, Juliet Barker
analiza las consecuencias de la batalla, empezando por el número (y la
importancia) de los caídos. Posteriormente, describe el regreso de
Enrique V a Inglaterra y el recibimiento triunfal con el que fue
dispensado. En un postrero capítulo, se habla de los frutos de la
victoria, de las consecuencias para una Francia que no pudo resistir la
segunda campaña de Enrique V (1417), triunfal, aunque con no tantas
resonancias gloriosas, que finalmente llevó al Tratado de Troyes (1420) y
a que el rey inglés fuera reconocido como el heredero del trono de
Francia. Un triunfo que finalmente se truncó con la prematura muerte de
Enrique V en 1422, a los 35 años de edad. Con su muerte se inició la
parte final de la guerra, intensa hasta 1435, languideciente hasta 1451 y
la derrota final y reconquista francesa en 1453: la minoría de edad de
Enrique VI, por un tiempo rey de Francia e Inglaterra, y la falta de un
soporte a este rey, las disensiones francesas, las campañas de Juana de
Arco, la reconciliación del duque de Borgoña (Felipe el Atrevido,
sucesor del asesinado Juan Sin Miedo en 1419), etc. En esta parte final
se analiza, especialmente, el destino de los prisioneros franceses (los
duques reales, como los de Borbón y Orleáns, los héroes como Gaucourt o
Boucicaut, etc.).
En definitiva, estamos ante un libro
valioso, ágil, amenísimo (y muy riguroso, al mismo tiempo), que pone en
el lugar que le corresponde la historia real de la campaña de Agincourt y
deja en donde también le corresponde la obra de William Shakespeare.
Las interesantísimas notas al final del libro (un error, en mi opinión,
pues dificultan su lectura) dan fe del uso y el tratamiento de las
fuentes que realiza la autora. Añadamos a ello una meritoria traducción y
un apartado visual (mapas e ilustraciones) muy cuidado. En todos los
sentidos, un gran libro, de obligatoria lectura para todos aquellos
interesados en la historia de una campaña militar, de una batalla de
relumbrante recuerdo, en un monarca y en dos países.
No os lo perdáis.
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