7 de febrero de 2015

Crítica de cine: Foxcatcher, de Bennett Miller

Bennett Miller tiene una interesante manera de acercarse a hechos reales y los personajes que los viveron, y contar una historia alrededor de los mismos que trasciende el propio tema tratado para contar temas universales. De sus cuatro películas, tres "se basan en hechos reales", esa etiqueta que puede ser tan contraproducente como atractiva y que los telefilmes de sobremesa han devaluado. Con Truman Capote (2005) nos aproximó al conflicto moral de un escritor ante unos hechos (un asesinato brutal) y a la propia psique del protagonista, un Truman Capote torturado y divo. En Moneyball (2011) Miller nos habló de béisbol y matemáticas, sí, pero también el tesón de un hombre que entendió que el deporte podía aporta mucho más de lo que parecía. Fueron películas muy diferentes entre sí y la tercera, Foxcatcher, seguro que se aparta de ellas. Recoge de ambas algunas ideas (un crimen, una pasión) y nos traslada, esta vez a los años ochenta, período ultraconservador en los Estados Unidos de América, la época de Ronald Reagan y una nueva "revolución" americana, y utiliza un leitmotiv que por estos lares nuestros se nos hará incomprensible, como es la lucha libre olímpica (el wrestling que no hay que confundir con ese espectáculo televisivo de masas que por aquí se llamó "pressing catch" por el programa de los años noventa en Telecinco). Pero, como en las anteriores películas de Miller, la lucha libre olímpica es lo de menos...

6 de febrero de 2015

31 de enero de 2015

Crítica de cine: Nightcrawler, de Dan Gilroy

Un nightcrawler (que podríamos traducir como "merodeador" o "rondador nocturno", si nos acordamos del personaje de cómic) es, en la jerga estadounidense, un fotógrafo o cámara que se dedica a retratar sucesos: en los años cuarenta y cincuenta era alguien que aparecía en los lugares donde habia sucedido algo (un crimen violento, un accidente, un incendio) y realizaba fotografías, algunas de ellas muy explícitas, para la prensa sensacionalista; quizá recordemos algunas imágenes de L.A. Confidential, la película de Curtis Hanson de 1997, en el que aparecían imágenes de ese estilo, y de hecho las novelas de James Ellroy tiene una influencia de la figura del nightcrawler en su desarrollo y descripciones. Actualmente, un nightcrawler es un freelance que va en coche o furgoneta, equipado con un portátil, una buena cámara (con visión nocturna y un buen micrófono), un escáner de emisoras de la policía, y que conduce por la noche a la espera (o mejor dicho, a la caza) de un suceso, un crimen; espera llegar antes de que la policía desmonte la escena del crimen y, desde luego, antes de que alguna otra persona como él le robe la "exclusiva". Después, esas imágenes grabadas se editan (en apenas unos minutos con un buen software) y se venden a cadenas de televisión, preferentemente las locales, que abrirán con ellas sus informativos de la mañana para informar o, seamos sinceros, impactar a los telespectadores que se acaban de levantar. En nuestro país la figura del nightcrawler es inédita, ya se encargan las redacciones de (des)informativos a enviar a sus "rondadores" diurnos y nocturnos a cazar imágenes morbosas o a provocar el impacto de programas matinales con la "autopsia catódica", el "análisis de la víscera" de sucesos de todo tipo. Y ahora nos llega esta película, Nightcrawler, que indaga en esta figura del "periodismo" sensacionalista y con una vuelta de tuerca más.

29 de enero de 2015

28 de enero de 2015

Reportaje sobre Empire en Serielizados


Con un reportaje sobre la Primera Guerra Mundial en algunas series recientes de la BBC, inicié mi colaboración con Serielizados, la estupendñisima revista on line de crítica y análisis de series de televisión creada por Betu Martínez y Víctor Sala. Ayer publicaron un nuevo texto mío: “Empire”: We Are (a Black) Family…

Un artículo sobre esta serie que FOX España estrena hoy, que ya lleva tres episodios en USA y con audiencias millonarias; tan bien ha funcionado la fórmula de culebrón + serie de/por/para negros + hip hop,  que la cadena ya se ha renovado la serie para una segunda temporada.

El inicio de mi reportaje:
Con Revenge (ABC, 2011-) y Nashville (ABC, 2012-) la soap opera de prestancia lujosa, con escenarios de ensueño y personajes arquetípicos, parece haberse puesto de moda últimamente. Algo mustios quedaban los laureles de series ochenteras como Dallas (CBS, 1978-1991), Dinastía (ABC, 1981-1989) y Falcon Crest (CBS, 1981-1990): ejemplos paradigmáticos de un producto televisivo muy definido, con una raigambre folletinesca, momentos y finales de temporada impactantes (el cliffhanger) y audiencias millonarias durante años. Se trataba de un culebrón fino y reiterativo en las fórmulas utilizadas, como en las novelas de Danielle Steel: familias que se disputaban algo (siempre había una oportunidad para lanzarse como una jauría de hienas tras la posesión de una empresa, una herencia o una mansión), maridos y mujeres muy glamurosos y con pasta que gastar, vástagos acostumbrados a no dar golpe y a vivir muy bien a costa de la riqueza familiar, y parientes inesperados que de pronto aparecían para fastidiar la “normalidad” y apuntarse al carro del despelleje y el reparto de bienes; por no hablar de esos “hijos secretos” que con precisión cronológica asomaban la patita para recordarle al patriarca de turno que escondía un par de cadáveres en el armario y que ya empezaban a oler mal, así como para exigir un trozo del pastel que, casi por derecho divino, les correspondía.
... y el resto, en Serielizados. ¡No os lo perdáis!

Canciones para el nuevo día (1613/842): "The Miracle And Finale (Ben-Hur)"

Roman Peplums' Week (III):
Miklós Rozsa - The Miracle And Finale (Ben-Hur)




Disco: Ben-Hur - score (1959)



26 de enero de 2015

Reseña de La Alemania de Weimar: presagio y tragedia , de Eric D. Weitz


«La Alemania de Weimar significa todavía algo para nosotros. Su increíble creatividad y sus experimentos liberadores, tanto en el terreno de la política como en de la cultura, nos llevan a pensar que es posible alcanzar unas condiciones de vida mejores, más humanas y más prometedoras. Nos recuerda que la democracia, que es un objeto delicado, y la sociedad, fruto de un equilibrio inestable, siempre se ven amenazadas y pueden saltar por los aires. Weimar es una muestra de los peligros que pueden aparecer cuando no hay consenso social en ninguna de las cuestiones fundamentales, ya sean políticas, sociales o culturales. La democracia es un terreno abonado para mantener toda clase de debates que merezcan la pena, para que germine el espíritu de la cultura». (p. 424)
Entre finales de 1918 y principios de 1933 (se podría alargar el período hasta junio de 1933, cuando los nazis han desmantelado por completo el régimen republicano), Alemania vivió su primera experiencia democrática: la República de Weimar; un nombre que los historiadores han puesto a este período a posteriori, pues el nombre oficial del país en este años seguía siendo  un Deutsches Reich (Imperio Alemán). En Weimar, la ciudad de Goethe, de Schiller, de Nietzcshe y de Schopenhauer, se reunieron los diputados de la Asamblea Constituyente para redactar la Constitución que estaría en vigor hasta la creación de la República Federal Alemana en 1949. Weimar nació bajo el espectro de la derrota en la Primera Guerra Mundial, alentada por un movimiento de masas de cariz revolucionario, contando con la oposición de la derecha, la magistratura, la alta burocracia y gran parte del ejército, y  defendida casi únicamente por los partidos de la llamada «Coalición de Weimar» (Partido Socialdemócrata Alemán, Zentrum y Partido Demócrata Alemán). Durante los años veinte, Alemania sufrió intentonas revolucionarias de comunistas y ultraderechistas, el Diktat de Versalles, el fantasma de la Dolchtoss o puñalada por al espalda, la invasión franco-belga del Ruhr, la hiperinflación de 1923, el peso de las reparaciones de guerra y, cuando las cosas empezaban a mejorar, las consecuencias del crac de Wall Street y de la Gran Depresión, que fueron devastadores para los alemanes. Una época turbulenta, en la que los apoyos que tenía el régimen cada vez eran mayores y más poderosos, pero que, en cambio, supuso un ensayo de la democracia que los alemanes disfrutaron después de la Segunda Guerra Mundial.

Canciones para el nuevo día (1611/840): "Cleopatra Enters Rome"

Roman Peplums' Week (I):
Alex North - Cleopatra Enters Rome



Disco: Cleopatra: Original Motion Picture Soundtrack (2001 [1963])

24 de enero de 2015

Crítica de cine: Whiplash, de Damien Chazelle

En 2013 se estrenó Grand Piano, película de Eugenio Mira con guion de Damien Chazelle, y aunque pasó algo desapercibida por las salas de cine españolas, tenía suficientes alicientes para tenerla en cuenta. La historia de un pianista en crisis (Elijah Wood), atormentado por una obra imposible (“La Cinquette”) y que tras un tiempo volvía a subirse a los escenarios, llamaba la atención. Y lo hacía por el estilo de thriller à la Hitchcock, con una trama que se tensionaba cuando un anónimo personaje (John Cusack) le chantajeaba con matar a su novia si no tocaba la dichosa pieza a la perfección; la cosa se complicaba pues el villano no aparecía en escena, sino que oíamos su voz: se ponía en contacto con el pianista a través de un pinganillo y lo llevaba de un lado a otro en pro de sus objetivos. La tensión se dosificaba bien, la música era especialmente destacable (magnífico score de Víctor Reyes), el eco hitchcockiano se revelaba acertado… pero todo el edificio se derrumbaba, como un castillo de naipes, en la media hora final de la película. Y el espectador, en este caso servidor, se quedó con la sensación de que le habían estafado. Pero esa primera hora de película, sólo esa primera hora redimía una película que fracasaba en lo más importante de un thriller: una resolución de altura o mínimamente eficaz. Pensaba anoche en Grand Piano mientras veía Whiplash, una de las películas destacadas de este inicio de 2015 en los cines de nuestros lares… y lo hacía porque Chazelle, guionista de la película de Mira, es el director y escritor de esta otra cinta. Una película que comenzó como cortometraje, al no conseguirse inicialmente el dinero necesario para hacer un largo, y que ahora, convencidos los productores, llega en formato extendido. Y pensaba especialmente en lo divergentes que son ambas películas…

23 de enero de 2015

Reseña de El Tercer Reich y los judíos (2 vols.), de Saul Friedländer

«La lucha para salvarme es desesperada. […] Pero no importa. Porque yo puedo llevar mi relato hasta el final y confiar en que vea la luz del día, cuando llegue el momento adecuado. […] Y la gente sabrá lo que ha ocurrido. […] Y preguntarán: ¿es ésta la verdad? Y yo contesto por anticipado: no, ésta no es la verdad, sino sólo una pequeña parte, una diminuta fracción de la verdad. […] Ni la pluma más potente puede representar la verdad completa, real, esencial».
Stefan Ernest, El gueto de Varsovia, escrito a escondidas en 1943 en el lado «ario» de Varsovia. 
Y es posible rastrear la verdad sobre la Shoa, sobre el Holocausto. Y a esta tarea se ha dedicado durante décadas Saul Friedländer (n. 1932), profesor emérito de Historia en UCLA, Estados Unidos. Es difícil captar en una reseña lo que supone el díptico formado por El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución (publicado en inglés en 1997) y El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio (publicado en 2007 y merecedor del Premio Pulitzer en 2008), editados por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2009. Resulta complejo sintetizar en unos cuantos párrafos una obra que superas las 1.700 páginas. Una obra que bebe de decenas de diarios de «una inmensa masa de víctimas silenciosas», que se nutre de documentación oficial, de cartas, de discursos, de una masa casi inabarcable de bibliografía secundaria y especializada. Una obra que basa su fortaleza en una precisión documental impresionante, en el detallismo con el que se narra el trasfondo, la creación, la puesta en marcha y la ejecución del Holocausto. Una obra que se lee como una novela, que duele en el alma, que nos arrastra y nos quiebra. Una obra en la que la esperanza no es siquiera una estación de madrugada, en la que los trenes hacia los campos de exterminio pasan de largo.

Canciones para el nuevo día (1610/839): "Thou Swell"

Ella Fitzgerald - Thou Swell



Disco: The Cole Porter And Rodgers & Hart Songbook (2008)


22 de enero de 2015

Reseña de El telegrama Zimmermann, de Barbara W. Tuchman

«Cuando el pueblo norteamericano entre en guerra, la libertad, la tolerancia y el sentido común caerán en el olvido» (Woodrow Wilson). 
Barbara W. Tuchman (1912-1989) no es autora ‘nueva’ para el lector aficionado al género histórico: Los cañones de agosto (1962) se ha convertido en un clásico de la historiografía sobre la Primera Guerra Mundial –aunque trate sólo el primer mes del conflicto–, al mismo tiempo que se ha revelado como una obra literaria de enorme calado, conjugando crónica periodística con relato histórico y con una narración trepidante, amén de un retrato psicológico de una serie de personajes (Guillermo II de Alemania, Joseph Joffre, sir John French, Herbert Asquith, lord Kitchener, etc.). Una obra que atrapa al lector desde el primer capítulo (los funerales de Eduardo VII) y que no le permite dejar el libro hasta que, de pronto, nos encontramos en medio del avance de las tropas alemanas sobre Bélgica y Alemania, o nos encontramos resistiendo a los alemanes en medio de la melée como si nos hubiéramos puesto en la piel del general Lanrezac. Suele aburrirme la historia militar de puro desarrollo de batallas pero este libro es la gran excepción a mi norma: me mantiene en vilo, sin perderme ni aburrirme, esperando de un momento a otro que los alemanes lleguen a París y no se vean atrapados, como así fue, en el Marne. La torre del orgullo, también publicado en 1962, es otro de sus grandes libros, un repaso a los veinticinco años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial tomando como eje narrativo a una serie de personajes o de acontecimientos (los lores Salisbury y Balfour, el anarquismo europeo, el presidente de la Cámara de los Representantes estadounidense Thomas L. Reed, el caso Dreyfus, Richard Strauss, Jean Jaurès, etc.).  Pero Barbara Tuchman se labró éxito de crítica y público con una obra precedente, publicada originalmente en 1959, traducida al castellano hace treinta años y que logra una nueva vida en forma de reedición: El telegrama Zimmermann (RBA, 2010).

Canciones para el nuevo día (1609/838): "La consagración de la primavera: Acto I, La adoración de la Tierra (Augurios primaverales/Danza de las adolescentes)"

Igor Stravinski - La consagración de la primavera: Acto I, La adoración de la Tierra (Augurios primaverales/Danza de las adolescentes)



Disco: Stravinski: The Rite of Spring (1990)