Ayer por la tarde me acerqué a la Filmoteca de Catalunya a ver Satiricón de Fellini (subtitulada en YouTube),
una película de 1969 basada en la novela incompleta de Petronio. Aunque
la vi hace mucho tiempo (ah, años universitarios...), en cierto modo es
como si la viera por primera vez, recordaba vagamente algunos detalles.
Sí recordaba que no es una película de esas que pasas un rato
entretenido. No, Federico Fellini, adaptando libremente (en algunas
secuencias) el texto romano, no se preocupa por "entretener" al
espectador. De hecho, como ya es el texto de Petronio, no hay una
narración lineal al uso, sino que Fellini pasa de una trama a otra, de
un episodio al siguiente, a veces con abruptos y radicales saltos
narrativos. Vas a "sentir" la película, más que a ver una historia con
principio, desarrollo y fin. Y hay momentos, especialmente en el tramo
final, que la historia es tan enrevesada, como suele serlo la novela de
Petronio, que no sabes realmente qué te cuenta y por qué. Tienes que,
simplemente, dejarte llevar por las sensaciones, por la imagen (más que
por la palabra) y entrar en un mundo lleno de referencias a una cultura
romano-helenística en la que prima sobre todo el punto de vista de las
clases bajas. Eso sí, ayuda que se haya leído la novela de Petronio,
para situar al espectador en los personajes y las aventuras que viven
esos tres protagonistas llamados Encolpio, Ascilto y Gitón.
Que Lars von Trier es un tipo raro... bien lo
sabemos. El hombre de aquel experimento que acabó en nada (no podía ser
de otra amnera) y que se llamó Dogma. El tipo que epata
pretendiéndolo... e incluso sin pretenderlo. Su cine es cautivador a la
par que extraño y en ocasiones sin sentido. Pero también es un tipo que
hace lo que quiere y cómo quiere. Tras Melancholia
(2011), cuya promoción en Cannes (más unos desafortunados comentarios)
le dejaron en el arroyo, presentó el que sería su siguiente y no menos
controvertido proyecto: una película con secuencias de sexo real.
Stanley Kubrick barajó un proecyo similar, aunque sí con la etiqueta de
pornográfico. Von Trier se contenta con añadir secuencias de sexo, pero
no realizadas por actores conocidos: rodadas con actores porno, en
postproducción se han añadido las caras conocidas a los "dobles"
sexuales. Pero lo que llamaba la atención era que había secuencias porno
en una película comercial, estrenada en salas de cine comerciales. Y
comenzó la leyenda de Nymphomaniac:
que si Von Trier sometió a los actores a un rodaje agotador, que si la
protagonista, Charlotte Gainsbourg, llegó a decir que el director la
había llevado más allá de la humillación, que si el propio Lars se había
negado a recortar un solo minuto de sus cinco horas y media de
película... Parece ser que sólo lo último es cierto, aunque Von Trier ha
permitido que la película sea dividida en dos partes, de dos horas cada
una, para tranquilizar a los exhibidores, que veían imposible estrenar
el montaje original en una sala de cine. Cobarde decisión, más allá de
lo que se haya podido editar en cuanto a las secuencias de sexo real.
Pues esta película debería poder contemplarse en su totalidad. Que,
cuando más abducido estás por la trama, la cosa se corte y te inviten a
regresar a la sala de cine casi un mes después... eso sí es un
gatillazo. Y de los malos.
Que Ethan y Joel Coen sienten predilección, casi
obsesión, por los perdedores... es casi un tópico. No hay más que
repasar su filmografía para encontrar a toda una serie de personajes
perdidos en la nebulosa de sus propias contradicciones, tropezando
varias veces con la misma piedra, incapaces incluso de entender por qué
les pasa lo que les pasa... y por qué no ponen algo más de sí mismos
para tratar de salir de esa deriva hacia la nada. El Llewyn Davis de
esta película es el último de una larga serie (Barton
Fink, Sangre entre las flores, Fargo, El Gran Lebowski, El hombre que
nunca estuvo allí, No es país para viejos, Un tipo serio) de
losers, de panolis, de tipos anodinos, de personajes inmaduros que trata
de tirar hacia adelante... y no lo consigue. Pero, en esta ocasión, nos
acercanos a la historia de este particular Sísifo para poner la óptica
en el ambiente y en la época, de una manera muy sutil: el Village
neoyorquino de principios de la década de 1960. El microuniverso de los
cantantes folk. La historia de un perdedor, la cara B de uno que, a
diferencia de Bob Dylan, no triunfó, aun teniendo talento.
Y terminamos la tanda de repasos anuales (son un poco cansinos, ¿verdad?), con lo que falta: el cine. En un año en el que la subida del IVA al 21% ha sido un mazazo, he sido bastante selectivo con lo que he ido a ver a una sala de cine. He tirado de tarjetas y puntos de fidelización, he ido a cines que ofrecían ofertas, he aposatdo predominantemente por la versión original subtitulada (menos gente molesta) y he pasado de bastante bodriaco blockbusterizado. No estamos para gastar el dinero en majaderías. Pero cuando alguna película ha sido más que buena, me he permitido el lujo de repetir. Hay ausencias (Amor de Haneke, por ejemplo) y alguna película más que se me ha escapado de la cartelera. Y aún así, han sido unas cuantas películas.
Este 2013 será mi año con más series de TV vistas. La verdad es que han sido muchas, no tengo una lista al respecto (odio las listas), pero no me equivocaría demasiado si dijese que han sido más de cuarenta. Muchas horas plantado delante de la pequeña pantalla, disfrutando de la serialidad de una trama, de unos personajes que funcionen, sean coherentes (o no), nos mantengan en vilo, nos emocionen o nos cabreen. Porque muchas veces, las series de TV funcionan por personajes, que nos hacemos propios, que a menudo se convierten en parte de nuestra familia; de hecho, con algunos mantienes una interrelación propia, personal.
2013 ha sido el año del cierre triunfal de series como Breaking Bad (que no he visto; me quedé en la 1ª temporada) o del adiós entre la decepción de Dexter (tampoco lo seguí desde su segunda entrega). Ha sido el año del schock de una boda roja en Game of Thrones, de la explotación de un original escandinavo (Bron/Broen y sus remakes estadounidense y franco-británico), del desparrame de American Horror Story (por si no hubiera sido suficiente con su primera temporada), del ¿fracaso? de Homeland (no estoy de acuerdo, pero sí que la serie como la conocíamos ha finalizado), de agradables sorpresas como Utopia, Dates y especialmente Orange is the new black, de la fortaleza de Mad Men (más viva que nunca) y del mantenimiento de los mundos de Yupi de Aaron Sorkin (The Newsroom). Ha sido el año de las enormes decepciones (The Following, Bates Motel, Vicious,... así las series de las que vi apenas uno o dos pilotos y que abandoné, especialmente en otoño). El año de Masters of Sex, en definitiva.
La última película de Ben Stiller es de las que
se esperaba desde hace tiempo cuando los primeros tráilers y teasers
empezaron a pulular por las redes sociales e Internet en general.
Personalmente, me interesaba aunque iba algo escamado ante lo que
parecía un alarde visual que podía estar vacío de contenido e incluso de
alma. Algunas críticas publicadas tampoco dejaban la película en un
buen lugar... aunque, claro, las críticas son eso, críticas, y como
todas, subjetivas y discutibles. Pospuesto un primer intento el día de
Navidad, que es cuando se estrenó, por causa mayor (medio asfixiado por
los miasmas de la gripe), ayer domingo por la tarde me acerqué en buena
compañía para ver esta película basada en el cuento corto de James
Thurber y que ya tuvo un antecedente cinematográfico en 1947, con Danny
Kaye de protagonista. Recuerdo muy vagamente esa primera versión,
recuerdos de infancia confusos. Stiller ha cogido la historia de Thurber
y la traslada al presente, alejándola de la esencia del cuento y de la
película de Kaye (lógicamente), para acercarla a escenarios, inquietudes
y lenguajes más propios del siglo XXI. Y el resultado ha sido bueno,
digámoslo de entrada. Mejor de lo esperado. Hay que decir, no obstante, que mis temores de contemplar una preciosa escayola hueca no iban del todo desencaminados. La vida secreta de Walter Mitty
es un cuento moderno precioso y lleno de optimismo, sí, pero también a
ratos se acerca a un extralargo anuncio televisivo posmoderno, a una
sobredosis de rollo de autoayuda y crecimiento personal e incluso tiene
picos de nadería new age. Y
también momentos para el surrealismo y la humorada stilleriana al uso
(el momento Benjamin Button).
Acaba el año y llega el tradicional repaso de lecturas. Siempre me surge la duda: ¿de qué estamos hablando, de los mejores libros publicados en 2013 o de los mejores libros leídos en este año, independientemente de la fecha de su publicación? En los suplementos culturales de revistas y periódicos se incide especialmente en el primer aspecto, pero el lector común no va tan al día. Siempre hay libros que llevan años (o décadas) en tu estantería que piden ser leídos, y cuya lectura se mezcla con la de las novedades de la temporada literaria en curso. En mi caso, hay un mucho de cada una de las dos "categorías"; cierto es que leo mucha novedad, la mayor parte de lo que leo se ha publicado en el año de marras.y digamos que siempre estoy a l'aguait (al acecho) de lo que las editoriales editan cada mes o de las próximas publicaciones que llegarán. Bueno, qué os voy a contar a los que leáis con periodicidad este blog...
Empezamos el repaso de este 2013 que está a punto de acabar. Y en esta ocasión, a las categorías ya clásicas de libros y cine, y de series de TV que añadí en 2012, incluyo un repaso de los mejores scores que he podido disfrutar en 2013. Puntualizo: escojo temas, más que scores completos, aunque hay partituras completas que son simplemente magistrales.
10. Alexandre Desplat - Zero Dark Thirty (Maya On Plane)
Desplat es uno de los compositores más prolíficos y versátiles en la actualidad. No decae (por ahora) en un vicio habitual en los creadores de música de cine, la autorreferencia (en algunos casos sonados, el autoplagio, ¿verdad, señores Horner y Zimmer?), sino que indaga en estilos muy diferentes y busca siempre que la música de las películas en las que participa tenga algo propio y que evoque justamente el escenario que se presenta en la gran pantalla. En este score querría destacar la sencillez de un tema que acompaña la secuencia final del filme, ese momento de intimidad de Maya consigo misma y asumiendo que finalmente lo ha conseguido. Por encima de esa línea que separa el lo moral y lo inmoral y que, en busca de justicia y venganza a un mismo tiempo, se cruza en la misión que hay que llevar a buen puerto.