Que Lars von Trier es un tipo raro... bien lo
sabemos. El hombre de aquel experimento que acabó en nada (no podía ser
de otra amnera) y que se llamó Dogma. El tipo que epata
pretendiéndolo... e incluso sin pretenderlo. Su cine es cautivador a la
par que extraño y en ocasiones sin sentido. Pero también es un tipo que
hace lo que quiere y cómo quiere. Tras Melancholia
(2011), cuya promoción en Cannes (más unos desafortunados comentarios)
le dejaron en el arroyo, presentó el que sería su siguiente y no menos
controvertido proyecto: una película con secuencias de sexo real.
Stanley Kubrick barajó un proecyo similar, aunque sí con la etiqueta de
pornográfico. Von Trier se contenta con añadir secuencias de sexo, pero
no realizadas por actores conocidos: rodadas con actores porno, en
postproducción se han añadido las caras conocidas a los "dobles"
sexuales. Pero lo que llamaba la atención era que había secuencias porno
en una película comercial, estrenada en salas de cine comerciales. Y
comenzó la leyenda de Nymphomaniac:
que si Von Trier sometió a los actores a un rodaje agotador, que si la
protagonista, Charlotte Gainsbourg, llegó a decir que el director la
había llevado más allá de la humillación, que si el propio Lars se había
negado a recortar un solo minuto de sus cinco horas y media de
película... Parece ser que sólo lo último es cierto, aunque Von Trier ha
permitido que la película sea dividida en dos partes, de dos horas cada
una, para tranquilizar a los exhibidores, que veían imposible estrenar
el montaje original en una sala de cine. Cobarde decisión, más allá de
lo que se haya podido editar en cuanto a las secuencias de sexo real.
Pues esta película debería poder contemplarse en su totalidad. Que,
cuando más abducido estás por la trama, la cosa se corte y te inviten a
regresar a la sala de cine casi un mes después... eso sí es un
gatillazo. Y de los malos.
Porque, como muchos podrán imaginarse, Nymphomaniac
es una película que va más allá de la controversia y de sus secuencias
pornográficas. Lo que subyace, lo que interesa y mantiene al espectador
en vilo, es la historia que Joe (Gainsbourg) le explica a Seligman
(Stellan Skarsgård), el hombre que la recoge en un callejón, tirada y
magullada, y se la lleva a su casa. Como la Sherezade de Las mil y una noches,
Joe le contará una historia dividida en ocho episodios. es la historia
de su vida, de como su obsesión por el sexo la ha convertido en una
ninfómana, de cómo se considera una mala persona, de cómo su concepción
del pecado la traumatiza y le hace desear que se merece lo que le está
pasando. El primer volumen nos presenta la juventid de Joe (Stacy
Martin), mientras la segunda parte se centrará en la Joe ya adulta
(Gainsbourg). Comenzando con esa pantalla en negro durante un par de
minutos y un poderoso tema de Rammstein, la película nos lleva a esa
callejón, a esa mujer tirada en el suelo y con señales de haber sido
golpeada. Luego el hogar de Seligman, Joe en una cama, bebiendo una taza
de té y contándole esa historia a un hombre que no acaba de entender
por qué Joe se obsesiona con el pecado. A partir de ahí, una atractiva
trama que atrapa al espectador, trufada con digresiones sobre fresnos,
la pesca con mosca y la polifonía de Bach. Y el sexo, por supuesto; no
tantas secuencias como se pudiera esperar (lo que ha quedado después del
montaje no deseado por Lars). ¿Secuencias gratuitas? Que lo juzgue cada
espectador que quiera asomarse a esta película; a mí no me sobró nada,
si acaso me faltó ver la película en su totalidad. Algo que los cobardes
distribuidores me han escamoteado.
Esta no es una película para todos los gustos,
eso ya se lo pueden imaginar muchos (no suele serlo el cine de Lars von
Trier). A muchos les parecerá una provocación absoluta y gratuita. Pero
yo me quedo con una historia que atrapa: esa Joe que vive obsesionada
por el sexo, sí, pero cuyas carencias son más profundas. No me han
impactado las secuencias pornográficas, sino esa Mrs. H (Uma Thurman)
que lleva a sus hijos a casa de Joe, cuando su marido, uno de tantos
amantes de Joe, los ha abandonado. Y con una increíble sangre fría les
pide a los niños que conozcan la mujer, la casa y la cama por los que
les ha dejado y por los que a ella misma ha destrozado la vida. Entre la
comedia y el drama, el desconcierto más absoluto. O la agonía de un
padre (Christian Slater), que sabe que va a morir, que como médico
conoce lo que le va a suceder, y cuyo dolor es insoportable para la
propia Joe. O la extrañísima relación de Joe con Jérôme (Shia Laboeuf),
el hombre al que animó a arrebatarle su virginidad y con quien se
reencuentra en el futuro. Impacta la secuencia del tren y la competición
por una bolsa de chocolatinas que Joe y una amiga realizan cuando son
adolescentes. Sorprende Joe, como personaje, sus vivencias, sus miedos,
su fobia al amor y su falta de empatía en ocasiones. Porque ella es
auténtica, como lo es una película que traspasa la polémica y atrapa al
espectador por aquello que más importa: la trama.
Me habría quedado en el cine para ver el segundo volumen de esta película. Porque me interesa ESA historia. Por encima de controversias y provocaciones de Lars von Trier, que juega con el espectador y le lleva a un terreno en el que él, dentro de su locura, se siente cómodo. Para que te sientas incómodo... o no. Como en La vida de Adèle, lo que importa no es el envoltorio, sino el contenido...
Me habría quedado en el cine para ver el segundo volumen de esta película. Porque me interesa ESA historia. Por encima de controversias y provocaciones de Lars von Trier, que juega con el espectador y le lleva a un terreno en el que él, dentro de su locura, se siente cómodo. Para que te sientas incómodo... o no. Como en La vida de Adèle, lo que importa no es el envoltorio, sino el contenido...
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