Hay ocasiones en que una mala impresión inicial
puede ser nefasta. Cojamos este libro, observemos la portada: la imagen
es interesante –el rostro de una mujer que no mira de frente,
simbolizando lo poco que sabemos con certeza de la protagonista– y
también estridente –colores vivos, ropaje y joyería que tratan de
seducir simplonamente–, de modo que algunos pensarán que es un intento
por captar a lectores que buscan una lectura ligera y vistosa sobre la
reina de Egipto. Por otro lado –y me incluyo entre quienes buscaban una
lectura ligera–, empiezas a leer y ya en las primeras noventa páginas
encuentras una serie de erratas: por dos veces se dice que Pompeyo era
«cuñado de César» (cuando fue su yerno); lees «sabemos que jugaba con
muñecas y casitas de terracota, juegos de té [...]» (¿juegos de té en la
Alejandría del siglo I a.C.?); te encuentras un veni, vedi, vinci
[sic., es vici] que hace año a la vista; más adelante se menciona que
Juba II, futuro rey de Mauritania e hijo del último rey de Numidia, se
casaría con la hermana de Cleopatra, cuando lo hizo con su hija,
Cleopatra Selene; e incluso en el pliego de imágenes, en la última
imagen, se incluye un busto de Octavia… sólo que no es Octavia, la
hermana de Octaviano, sino su tercera esposa, Livia Drusila (esa
estructura ósea de la cara es inconfundible). Y no son erratas que vayas
buscando, sino que te las encuentras a medida que avanzas en un libro
que, sin embargo, no sólo es bueno, muy bueno, sino que quizá sea una de
las mejores biografías sobre Cleopatra VII de Egipto que hayan caído en
mis manos. Y es una lástima que una serie de erratas, fácilmente
subsanables si uno está atento y concentrado en el proceso de escritura y
especialmente de revisión de un manuscrito, vayan a dejar en mal lugar
un libro que no lo merece. Pues Cleopatra: una nueva mirada a la
deslumbrante vida de la reina que sedujo al Mundo Antiguo de Stacy
Schiff (Destino, 2011) es un excelente libro.