Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Durante unos años quien esto escribe fue lector profesional de libros de ficción: fueron muchos los manuscritos que leí y pocos los que valoré positivamente (hubo muchísima más paja que grano). Mi labor era esa, valorar un manuscrito, tanto desde el aspecto literario como el comercial: en función de esa primera valoración, a la que seguirían otras en el seno de la editorial, ésta decidía si publicaba el libro o no; que recuerde, dos de esas novelas se acabarían publicando, aunque no parece que tuvieran demasiado éxito de ventas (lástima). Las editoriales no son ONGs y no pueden publicar (lógicamente) todo lo que les llega y los rechazos de manuscritos, tras una valoración, son habituales. ¿Dónde acaban estos libros que no se publican? Quién sabe: es de suponer que muchos de ellos irán de editorial en editorial hasta que, quizá, encuentre un editor receptivo que ha visto algo que los demás no han visto (o valora algo que los demás dejan de lado) y publica el libro, y puede que sea la sorpresa del año… o de la década (añádanse los títulos que el lector de esta crítica considere). Pero es de suponer también muchos de estos libros rechazados acaben el olvido y nunca más se sepa de ellos.
David Foenkinos, autor de varias novelas, alguna de ellas llevada a la gran pantalla junto a su hermano Stéphane, como La delicadeza (2011) –también presentaron hace un año la película Algo celosa, escrita por los dos–, publicó en 2016 la novela La biblioteca de los libros rechazados (el título original es Le Mystère Henri Pick; llegó un año después al mercado hispano de la mano de Alfaguara), que presentaba la existencia de una biblioteca en la Bretaña francesa que albergaba una sala en la que se podían dejar manuscritos rechazados por las editoriales. Con un punto de chanza, la novela lanzaba sus dardos contra el mundillo editorial, a la vez que planteaba una trama detectivesca en torno a un libro que, ubicado en dicha biblioteca, ha sido escrito por el dueño de una pizzería en la bretona ciudad de Crozon, Henri Pick, y es descubierto por una editora júnior de una gran editorial y se convierte en un éxito de ventas brutal. Pero no todo el mundo aplaude el nuevo fenómeno literario: el periodista literario Jean-Michel Rouche sospecha que hay gato encerrado, que no es posible que un humilde restaurador que apenas leyó un libro en su vida (según sus allegados) fuera capaz de escribir una novela en la que abundan los detalles especializados en torno a Pushkin y la cultura rusa, y que las claves del éxito son puro márquetin y al margen de la calidad literaria del texto. Su tozudez le llevará a viajar a Crozon y tratar de encontrar al “auténtico” escritor de la novela de marras.
El éxito de la novela de Foenkinos (o la facilidad con la que desde hace unos años se llevan novelas a la gran pantalla) hizo que no tardara en llegar la adaptación cinematográfica: y así ha sido, de la mano del director Rémi Bezançon –autor de Un amor de altura (2005), El primer día del resto de tu vida (2009) y Un feliz acontecimiento (2012), entre otras cintas, y que actualmente pueden verse en Filmin–, quien además se hace cargo del guion. Con el siempre eficaz Fabrice Luchini (El juez, En la casa, Háblame de ti, Las chicas de la 6ª planta, entre otras) en el papel de Rouche, una mezcla de Bernard Pivot (para quienes conozcan sus programas sobre libros en la televisión francesa; aquí sería un equivalente de Emili Manzano y su programa La hora del lector hace unos años en un canal autonómico catalán o de Óscar López y su programa actual Página Dos en la 2 de TVE) y Colombo con un ácido sentido del humor. La película, que se aleja un tanto de la comedia francesa al uso a la que ya estamos acostumbrados desde hace un tiempo, ofrece una mirada irónica sobre algunos entresijos del mundo editorial, el postureo intelectual (hay algunas bromas realmente divertidas a lo largo del filme y de las que participa, incluso como “víctima”, el protagonista) y la literatura en general como elemento que despierta emociones en las personas. Las andanzas de Rouche y su relación con la hija del pizzero/supuesto escritor, Joséphine (Camille Cottin), que transcurre de la animadversión de esta última por el periodista a la colaboración a lo buddy movie, jalonan una película en la que los espectadores seguimos la pista de Henri Pick, su novela, la biblioteca de libros rechazados en la que se encontró y el fundador de esta, el misterioso Jean-Pierre Gourvec, décadas atrás. Por el camino nos encontraremos con entusiasmadas (y ambiciosas) editoras como la que encontró el manuscrito, Daphné Despero (Alice Isaaz), su jefa (y una editora con muchas más tablas) Inès de Crécy (Astrid Whettnall) o el novio de Daphné y escritor fracasado Fred Koskas (Bastien Bouillon), y la presencia estelar en un papel secundario de la veterana actriz Hanna Schygulla.
La película de Bezançon tiene un punto de frescura y algo de cinismo que sorprenden cuando piensas que vas a ver una comedia de esas para desconectar durante poco más de hora y media… y ya. La trama “detectivesca” tiene su interés y permite al espectador, aunque con bastante previsibilidad en algunos aspectos, que juegue al planteamiento que, tenazmente, persigue Rouche: encontrar al autor de la novela y que, erre que erre, no puede ser un humilde restaurador sin filias literarias conocidas; y sin que ella suponga mirar a nadie por encima del hombro, pues Joséphine, la hija del pizzero, es una empedernida lectora y sólo falta que en algún momento haga callar a Rouche y le diga, parafraseando a Anton Ego en Ratatouille (Brad Bird, 2005), que «no es que cualquiera no pueda ser un gran artista, sino que los grandes artistas pueden proceder de cualquier lugar». De hecho, resulta más interesante ese viaje de indagación que la propia resolución del “caso” y el final del filme se antoja algo apresurado. La química que traslucen Rouche y Joséphine (algo forzada a veces), las pullas y referencias sobre autores y elementos literarios, y el tono sandunguero de todo el asunto otorgan al filme alicientes suficientes como para que te dejes llevar y pases un buen rato; sobre todo si eres lector asiduo, pues de un modo u otro te verás reflejado en algunas de las escenas de la película.
El resultado es una película muy entretenida y más que digna que, con todo y ya puestos a ponerse en plan satírico (las secuencias sobre el programa televisivo de Rouche así lo anticipaban), podría haber añadido algo más de veneno en esa mirada sarcástica del ámbito editorial y no disparar solamente contra el aspecto comercial de la literatura de éxito: a fin de cuentas, también hay influencers en el mundillo literario y estrategias editoriales que a menudo pretenden dárnosla con queso con según qué novelas de “éxito”.
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