Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
¿Se están estrenando blockbusters por encima de nuestras posibilidades? Esta pregunta me la hice hace un par de días tras el pase de prensa de Men in Black: International. Repasemos el calendario: Glass (estrenada en enero), Alita: ángel de combate (febrero), Capitana Marvel (marzo), ¡Shazam! y Vengadores: Endgame (5 y 26 de abril, respectivamente), Aladdin (24 de mayo), X-Men: Fénix Oscura (7 de junio), Men in Black; International (14 de junio), Toy Story 4 (llegará el 21 de junio), Spider-Man: lejos de casa (5 de julio)… y lo que llegará en la segunda mitad del año. A estas alturas uno acaba agotado y con una saturación que, además, no permite un período de tiempo mínimo para digerir lo que se ha visto. Hace diez años, gran parte de esos blockbusters, con una promoción de semanas, por no decir meses, se habrían estrenado a lo largo de todo un año. Ahora salimos de uno de esos bombazos cinematográficos y prácticamente nos metemos en otro, y la máquina sigue en danza para seguir produciendo más y más películas que permitan que la cadena de montaje no se detenga y se sacien las exigencias (!) de un (segmento determinado del) público que (teóricamente) quiere más y más películas de este estilo. Pero, ¿realmente lo quiere, lo necesita y lo digiere?
Echemos un vistazo a 1997, el año en que se estrenó Men in Black de Barry Sonnenfeld y cotejemos las diez películas más taquilleras a nivel mundial: además de esta película (en tercer lugar, estrenada en julio), están Titanic (primer puesto; estrenada en diciembre, pegaría el pelotazo en el primer trimestre de 1998), El mundo perdido: Jurassic Park (segundo, estrenada en agosto), El mañana nunca muere (segunda película de James Bond con Pierce Brosnan al frente, en cuarto lugar, estrenada en diciembre), Air Force One (quinto, estrenada en agosto) y El quinto elemento (noveno lugar, estrenada en junio) como filmes que podríamos considerar eso, blockbusters. Seis películas que se presentaron a lo largo del año, especialmente en su segunda mitad. ¿Cuántas he mencionado antes para los primeros seis meses y medio de 2019?
Todo esto de un modo u otro afecta a la producción de una película que debe “petarlo” en taquillas lo suficientemente rápido como para rentabilizar sus costes y antes de que el espectador se haya “olvidado” de ella y pase a otra cosa. Titanic tuvo un presupuesto de 200 millones de dólares, una barbaridad en su momento (¿os acordáis de cuando los estudios se lanzaron las manos a la cabeza por su presupuesto o, dos años antes, por el de Waterworld? [172 millones]); recaudaría algo más de 1.800 millones durante los varios meses que estuvo en cartelera y con sus reestrenos y versiones remasterizadas, llegó a los casi 2.200 millones hasta 2017. Vengadores: Endgame ha costado 356 millones y nadie discute esa cifra; ha recaudado en mes y medio 2.733 millones, pero se puede considerar que ha dado de sí lo que podía, especialmente en el mercado estadounidense. Vimos la revancha contra Thanos y… a otra cosa.
Pero no sólo de ganar dinero va la cosa (pero no lo olvidemos, se trata de eso: de ganar pasta; los estudios no son organizaciones caritativas que quieran entretener sin más a la gente el fin de semana), pues una película también debe dejar un poso entre los espectadores lo suficientemente fuerte como para permanecer en su memoria y generar un convencimiento entre los creadores que, de un modo u otro, repetirán esquemas (a lo bruto) o se verán influenciados y homenajearán sus logros en otras películas (los más sutiles). Y es que, además, se trata de superar la prueba, de doblar la apuesta, de sorprender a los espectadores con algo que les haga olvidar lo que han visto y les impulse a ir de nuevo y en masa a una sala de cine. Combinar todos estos aspectos es complicado y con procesos que cada vez son más cortos (también es verdad que se optimizan recursos y que a veces se ruedan dos películas prácticamente al mismo tiempo), escribir guiones y plantear un entorno visual que resulte fresco y apabullante para el espectador… cuesta. Quizá, me temo, es lo que le pasa a Men in Black: International (sí, lector de esta crítica, ya llego a la película).
Cuarta entrega de una franquicia que, iniciada en 1997 con Men in Black (los Hombres de negro por antonomasia), protagonizada por Will Smith y Tommy Lee Jones como los agentes J y K, con un enorme éxito de taquilla y el apoyo de la crítica, continuó en 2002 con una segunda entrega, no tan bien recibida, y pareció resurgir con una tercera película en 2012, en la que se añadió a Josh Brolin como una versión más joven de K, Men in Black: International llega sin haber hecho tanto ruido como los anteriores estrenos de este año (con un presupuesto, además, más magro para lo que se supone que es una película de este calibre: “apenas” 115 millones de dólares). Pero lo cierto es que desde el estreno de la tercera entrega se estaba preparando esta nueva entrega de la serie. La maquinaria se puso en marcha y a tope desde febrero de 2018 con los fichajes de Chris Hemsworth como gran estrella protagonista (y que dejó el breve descanso que se tomó tras rodar los dos últimos episodios de Vengadores) y F. Gary Gray como director –curiosa apuesta, por cierto: a la postre su dirección resulta muy impersonal, limitándose a seguir una hoja de ruta–, y poco después se añadió a Tessa Thompson y Liam Neeson.
La trama de esta nueva entrega deja de lado a los personajes ya conocidos y nos presenta a otros nuevos: H (Hemsworth), quien salvara a la Tierra de una amenaza externa, la Colmena, en 2016, pero que desde entonces vive de rentas la vida loca (vamos, que se está durmiendo en los laureles y oxidando a un mismo tiempo); M (Thompson), que, en lo narrativo de su personaje, sigue un proceso parecido al de J (Will Smith) en la primera película (alguien ajeno a la agencia MiB que es reclutado contra todo pronóstico); y T (“High T” en la versión original; Neeson), como el director de la división en Londres de la agencia MiB. Y es que, al margen del reclutamiento de M, dejamos Nueva York y Estados Unidos y nos trasladamos a Londres, con derivaciones a París, Marrakech y Nápoles. Pero, en lo fundamental, la cosa sigue igual: los Hombres (y ahora Mujeres, que los tiempos también cambian) de Negro se encargan de controlar la llegada de extraterrestres a la Tierra, manteniéndolos ocultos a los habitantes (humanos) del planeta. Y si en anteriores películas la amenaza de un bicho o un poderoso alien podía dar al traste con todo, en esta ocasión la cosa pinta parecida, pues el enemigo que parecía derrotado (la Colmena) vuelve a poner en peligro la existencia de nuestro planeta.
Men in Black: International juega con (bastante) acierto las mismas cartas de las entregas anteriores: las secuencias de acción con logrados efectos especiales mezcladas con no pocos momentos cómicos, guiños a personajes reales (torpemente elegido en el caso español) y referencias metanarrativas que tratan de hacer pasar un buen rato al espectador. Pero, claro, de la primera entrega de la franquicia a esta cuarta película han pasado 22 años y el tiempo no pasa en balde, sobre todo porque el espectador ya conoce la fórmula. Una receta que se repite en lo esencial y que avanza poco al respecto (tampoco es que en las películas del MCU de la Marvel haya la repanocha de recursos narrativos que cambien de una cinta a otra); de hecho, una primera mitad del filme evoca en exceso el primer Men in Black, pues básicamente repite en M lo que entonces se planteara en J. Luego están los desajustes narrativos, empezando por quienes parecen ser los grandes villanos del filme, unos gemelos que son capaces de alterar su morfología “chupando” la energía de sus víctimas (Laurent y Larry Bourgeois) y que tampoco lo serán tanto (al menos para el ruido que han hecho), pues el filme juega al despiste con la amenaza latente de un enemigo interno en el seno de la propia agencia (y que no le cuesta al espectador descubrir quién es). Se diversifican escenarios y se hace viajar a la pareja de agentes protagonistas (a lo James Bond), pero en realidad la estructura narrativa es circular, pues se vuelve al lugar donde se inicia todo el asunto. Se añade un personaje muletilla, Pawny (“Peoncín”; Kumail Nanjiani), un extraterrestre con forma de peón de ajedrez que acompañará a M y H en sus pesquisas y añadirá las (necesarias y en muchos casos también previsibles) notas de humor que en la primera entrega introducía Will Smith (o personajes como Frank, el perro carlino alien, que tiene su breve cameo).
La película entretiene (¡cómo no va a hacerlo con todos sus ingredientes!), pero se construye como si fuera un tejido patchwork: con retazos de aquí y allá que parece que funcionan y que en ocasiones parecen pegotes, como el personaje de Riza (Rebecca Ferguson), una traficante intergaláctica con la que H ha mantenido una relación, o el agente C (Rafe Spall), “celoso” del éxito de H, por no olvidarnos de los gemelos extraterrestres. Pero, por muchos viajes que se hagan, personajes que se añadan a la trama de manera progresiva y (toscos) giros de guion que haya, el conjunto no logra ocultar que la narración no es tan sólida como se pretende (a pesar de los flashbacks y la estructura circular) y que la película se sustenta en fórmulas reiterativas (y que vienen de fábrica). La química de Hemsworth y Thompson –ya los vimos en Thor: Ragnarok (2017) y Vengadores: Endgame (2019) como Thor y la Valquíria, respectivamente– funciona, algunos personajes secundarios funcionan (Emma Thompson como la agente O, jefa de la división estadounidense de MiB, sucesora de Z en la tercera entrega), el tono cómico funciona (por reiterativo que sea) y en general todo luce bien.
Pero queda una sensación de falta de ideas, por un lado, y nos tememos que la película pase con más pena que gloria, por el otro. Y no porque carezca de (algunos) méritos, sino especialmente porque parece haberse generado de manera que se verá y olvidará con mucha más rapidez de la prevista. Uno sale del cine con la sensación de haberse entretenido… y a otra cosa, mariposa. No deja huella este filme, como me temo que no están dejando huella muchos de los blockbusters que desde hace un tiempo llegan. Se presentan tan seguidos que, además de saturación, producen rutina e incluso indiferencia. “Ya vi Men In Black International, ¿qué toca ahora? Ah sí, Spider-Man: lejos de casa”. Y la cadena sigue y sigue…
El resultado es una película que apenas deja poso (malo), cumple lo justo para justificar su asistencia al cine (¿bueno?), presenta a unos personajes con empatía (bueno, al menos en el caso de Tessa Thompson, que le gana claramente la partida a un Chris Hemsworth que estaba mucho más gracioso en el Cazafantasmas de hace tres veranos) y entretiene durante casi dos horas (bueno… ¿no?). Pero es también una muestra de los cada vez más clamorosos problemas de un cine blockbuster que se está consumiendo a sí mismo a pasos agigantados y por encima de nuestras posibilidades como espectadores.
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