Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Mike Newell, director de algunos exitosos filmes británicos –Cuatro bodas y un funeral (1994), sobre todo; Harry Potter y el cáliz de fuego (2005), Grandes esperanzas (2012)– y de filmes también muy resultones en Estados Unidos (La sonrisa de Mona Lisa, 2003, Donnie Brasco, 1997), entre otros, asume el reto de llevar a la gran pantalla una de esas novelas británicas que se han hecho enormemente populares en los últimos años: La Sociedad Literaria del Pastel de Piel de Patata de Guernsey de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows, publicada en 2008 y que por nuestros lares tradujo Ediciones Salamandra. Su protagonista es Juliet Ashton (Lily James), una joven escritora que, en enero de 1946, recibe en Londres la carta de un desconocido: un habitante de la isla de Guernsey, en el Canal de la Mancha, que le escribe porque tiene en su poder un libro de Charles Lamb que en el pasado perteneció a Juliet, que dejó sus señas en una de las primeras páginas, y le pide ayuda para conseguir más libros de Lamb que podrán leer los (pocos) miembros de la curiosa sociedad que da título a la novela. Picada en su curiosidad, Juliet intercambia correspondencia con el remitente de la carta, Dawsey Adams (Michiel Huisman), que se dedica a la crianza de cerdos en la isla inglesa, y decide dar el salto al vacío y autoinvitarse a una reunión de la citada sociedad literaria, presentándose por sorpresa en Guernsey. Allí conocerá al peculiar grupo de personas que han dado vida a un club de lectura durante la ocupación alemana de la isla, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, y los secretos (y algunas tiranteces locales) relacionados con uno de sus miembros, Elizabeth (Jessica Brown Findlay), que fue deportada por los nazis al continente y de la que no se ha vuelto a saber nada más. La llegada de Juliet removerá algunas conciencias y lidiará con el dolor soterrado de los miembros de la sociedad literaria, que aún esperan que regrese Elizabeth.
La sociedad literaria y el pastel de piel de patata tiene muchos alicientes para lograr ser un (relativo) éxito en taquilla y agradar a espectadores de una cierta edad (reconozcámoslo, no parece ser realizada para los jóvenes que prefieren abonarse al cine de superhéroes): la literatura es uno de los temas de fondo o, mejor dicho, el amor por la literatura, especialmente en tiempos oscuros, como lo fue la ocupación alemana de la isla de Guernsey entre finales de junio de 1940 y mayo de 1945, que se erige en otro de los argumentos del filme; la presencia, siempre agradable de la muy solicitada Lily James, a la que hemos visto en este 2018 en Mamma Mia: una y otra vez y en El instante más oscuro, así como en Baby Driver, Orgullo+Prejuicio+Zombies y la adaptación de la novela Guerra y paz de Lev Tolstói que realizó la BBC hace un par de años, también es un factor a destacar, pues logra conquistarnos con la interpretación de un personaje como Juliet, escritora que busca su camino en la literatura, apremiada por su editor, Sidney (Matthew Goode en uno de esos papeles que tan bien le salen), y que también debe decidir si su relación con un oficial estadounidense, Mark Reynolds (Glen Powell). Con Huisman (Sonny en la fabulosa serie Treme, Daario Naharis en Juego de tronos, ambas de HBO), James logra crear una cierta química y se desarrolla una trama romántica que podría despeñarse hacia lo empalagoso, algo que no llega a producirse, afortunadamente (por el nivel de azúcar en sangre, claro está). Y es que la película echa mano de un tercer ingrediente, el estilo netamente británico de contar historias y hacer películas, que Newell conoce bien, y que nos “enamora” desde prácticamente la primera secuencia, en la que se cuenta el origen del nombre del club de lectura.
Quizá a la trama se le ven algo las costuras, pero también es verdad que uno se siente muy cómodo ante lo que se le presente y cuenta; con unos pocos retazos se logra que enseguida nos veamos en situación. El juego de flashbacks para contar la ocupación alemana de Guernsey, las escaseces alimentarias que esta conlleva y las estrategias de supervivencia que los habitantes locales crean, es muy eficaz; permite además conocer a unos personajes –Eben (Tom Courtenay), el cartero y creador del dichoso pastel; Isola (Katherine Parkinson), la fabricante y vendedora de licores; Amelia (Penelope Wilton), que perdió a una hija y que tuvo en la desaparecida Elizabeth un segundo vástago; la pequeña Kit (Florence Keen), hija de Elizabeth, que ansía el retorno de su madre; la estricta Charlotte (Bronagh Gallagher), que alquila una habitación a Juliet y echa pestes sobre los miembros de la sociedad– que, con algunas pinceladas, consiguen que nos interesemos por ellos y que les cojas cariño (no a todos, claro). Sobrevuela un triángulo romántico, con Juliet debatiéndose entre la seguridad que le ofrece Mark y la sencillez de Dawsey, que también podría ser una rémora para una trama que nos interesa por los otros elementos.
Todo funciona bien en un filme hecho con esa forma tan propia de las comedias románticas y los filmes de época que a los hijos de la Gran Bretaña se les da de fábula, como pudimos comprobar en la reciente Su mejor historia (Lone Scherfig, 2017). Una forma y un fondo que atrapan al espectador, manejados con eficacia y pulcritud por un artesano del género como es Mike Newell, mucho más impersonal en su cine que Richard Curtis –Love Actually, Una cuestión de tiempo, Notting Hill–, y que fue el guionista de Cuatro bodas y un funeral, pero con los suficientes arrestos tras la cámara. El resultado es una película deliciosa (mucho más que el indigesto pastel de piel de patata, desde luego) y que depara algo más de hora y media de una historia especialmente bien recreada: la evacuación de los niños de Guernsey previa a la llegada de los alemanes, la propia ocupación, el Londres de la primera posguerra, que aún sufre las cicatrices de los bombardeos, etc. Lily James nos conquista con un personaje que desborda pasión y curiosidad por las historias bien contadas. Y eso es lo que buscamos en una película, ¿verdad?
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