Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
Jane Austen comenzó Orgullo y prejuicio (1813),
la más popular de sus novelas, con una frase que se ha hecho tan famosa
como las que escribieran Lev Tolstói para el inicio de Anna Karenina o Charles
Dickens para el de Historia de dos ciudades: «es una verdad
universalmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran
fortuna, necesita una esposa». Seth Grahame-Smith –autor también de
Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2010) que también tuvo su
respectiva adaptación cinematográfica un par de años después–
«reescribió» la novela de Austen y la «adaptó» al fenómeno zombi; y
comenzó su versión con una frase que, a su manera, homenajea el
original: «es una verdad universalmente reconocida que un zombi que
tiene cerebro necesita más cerebros». La novela, más o menos pertinente
(¿hasta qué punto Grahame-Smith es realmente el «autor» de unos
personajes que no son suyos?) inició una moda de adaptar personajes
clásicos a la coyuntura zombi tan de moda (en cine y televisión) en los
últimos años (Lazarillo, Don Quijote, las protagonistas de La casa de
Bernarda Alba,…) que, seamos sinceros, se nos ha ido de las manos. Pero
los productores de cine no dejan pasar la oportunidad de llevar un texto
de éxito a la gran pantalla y he aquí que llega a las nuestras Orgullo +
Prejuicio + Zombies, dirigida por Burr Steers, que también se hace
cargo de la (ya es redundante decirlo) adaptación de la novela al guion.
La trama de la película (y de la novela) es una versión, digamos,
alternativa de la que presentara Austen: a principios del siglo XIX, una
plaga de zombis (originada en las colonias) ha invadido Gran Bretaña y
ocupado Londres, alrededor de la cual se establecer un cordón sanitario.
En el condado de Hertfordshire viven los Bennet, familia que el lector
de la novela original conoce de sobra, así como las cuitas del padre de
familia (interpretado aquí por Charles Dance) para encontrar maridos
para sus cinco hijas, entre las que destaca Elizabeth, «Lizzy» (Lily
James). Cinco hijas que, en este mundo alternativo, son expertas en
arfes marciales (educadas en China, mientras que en las familias
aristocráticas se educan en la misma especialidad pero en Japón, de modo
que no se pierda el prejuicio social que ya estaba presente en la
novela de Austen, donde era la fortuna familiar lo que marcaba
distancias). Pues hay que hacer frente a los zombies o los «no muertos»,
que se nutren de cerebros y cuya mordedura provoca que la víctima se
convierta a su vez en zombi. La llegada del joven y acaudalado Charles
Bingley a la zona, para hacerse cargo de su propiedad en Netherfield
Park, induce a la señora Bennet a emparejarlo con alguna de sus hijas
(sabemos que Jane, la mayor, se enamorará de él), mientras que un primo
de la familia, el clérigo Parson Collins (Matt Smith), presumible
heredero de la finca Bennet (ya que sólo los hombres pueden heredar los
bienes rústicos en la Inglaterra de principios del siglo XIX), también
llegará para casarse con una de las muchachas Bennet, a poder ser Lizzy.
Pero esta (como sabemos bien), ha establecido una relación de
admiración y odio respecto el orgulloso y arrogante señor Darcy (Sam
Riley), amigo íntimo de Bingley. En fin, la trama que conocemos de la
novela austeniana, con el universo zombi de por medio.
La película de Steers combina la lucha apocalíptica contra los
zombis de toda la vida con el «guion» que estableciera Austen y un tono
de comedia que le viene bien a la cinta. Entre baile y baile en
Netherfield Park, entre cada proyecto matrimonial que la indiscreta
señora Bennet conchaba para sus hijas y entre las diversas escenas de
dimes y diretes entre Lizzy y Darcy –acerca del orgullo y el prejuicio
que dan título a la novela–, asistimos a los ataques de los zombis y a
las respuestas violentas de los humanos aún no infectados. Vamos, qué os
voy a contar, espectadores de The Walking Dead. El mérito de la
película está en combinar todos los elementos y mantener en pie una
trama ágil que, poco a poco –y al margen de que sepamos que la historia
de Lizzy y Darcy acabará como tiene que acabar–, se abre hacia un
pastiche paródico y sangriento, y en el que acabará jugando un rol
especial el villano de la novela: el despreciable señor Wickham (Jack
Huston). Por el camino, nos haremos a la idea de que las hermanas Bennet
llevan dagas bajos sus vestidos (para lo que pudiera pasar), los zombis
se preparan para la gran hecatombe humana final (Jinetes del
Apocalipsis incluidos), y la etiqueta y el elitismo propios de una alta
sociedad británica siguen tan en boga en el filme como en la novela de
Austen; incluso resulta curioso ver a una muy «diferente» lady
Catherine de Bourgh en la piel de una guerrera Lena Headey (y sin dejar
de acordarnos, en comparación, de Judi Dench en el mismo rol en la
espléndida película de Joe Wright de 2005 que protagonizara Keira
Knightley).
Pero estamos ante un producto que, inevitablemente, acaba por
provocar indiferencia. Sí, tiene una cierta gracia meter a los zombis en
las andanzas de los Bennet, Darcy, Bingley y Wickham de la novela de
Jane Austen… pero ¿para qué? ¿Para simplemente contarnos la historia que
ya conocemos pero con zombis como enemigos a los que hacer frente? ¿O,
más bien, para seguir estirando el chicle zombi? (apostamos por esto
último). Nos entretenemos con el punto de partida, sí, pero a medida que
avanza el metraje la película (que es bastante entretenida, que conste
en acta) va calando esa sensación de indiferencia, de inanidad incluso;
de que para este viaje no hacían falta tamañas alforjas. Queda el gancho
para los que no están saciados de zombis y acudan a las salas de cine…
aunque también la sensación de que con Bienvenidos a Zombieland (Ruben
Fleischer, 2009) ya se había cumplido (y bien) con la fórmula zombis +
comedia = éxito. ¿Era necesario acudir ahora a la novela de Jane Austen?
Sea como fuere, el entretenimiento está asegurado… pero no le pidamos
mucho más a este olmo. Tan sólo esperamos que no sea el inicio de más
adaptaciones de novelas y personajes clásicos al ya cansino universo
zombi. Cielos, no…
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