Quizá Democracy: A Life (Oxford University Press, 2016) sea el libro más ambicioso de Paul
Cartledge, intelectualmente hablando: una historia de la democracia y, por derivación, de la
historia griegas, que a su vez es una reflexión sobre las diferencias
respecto al modelo democrático actual. Su análisis pivota sobre dos
ejes: en primer lugar, la idea de que en la antigua Grecia no sólo hubo
un modelo predominante de democracia (el más conocido), el ateniense,
sino que deberíamos abrir el abanico a la “democracia” a modelos
diversos en otras muchas póleis griegas; y en segundo lugar, la
distinción que podemos establecer entre un ejercicio directo del poder
por parte del pueblo –que sería lo que significaría realmente
demokratía– en los tiempos antiguos (griegos) y la democracia
representativa de los tiempos modernos.
Estructurado en cinco “actos”, como una obra de teatro, el libro de
Cartledge comienza con un repaso a las fuentes, tanto literarias como
epigráficas, con un “guía” particular que es Aristóteles y dos de sus
obras, Política y Constitución de los atenienses; un viaje a las fuentes
en el que no pueden faltar Heródoto, Tucídides, Demóstenes, Esquines,
Jenofonte y, por supuesto, Platón, entre otros. Al mismo tiempo se
escogen unas cuantas leyes atenienses que han sobrevivido (sobre
piedra), regulaciones y decretos.
El acto II, que en cierto modo supone
el núcleo del libro, se centra (inevitablemente) en Atenas, desde la
época arcaica y hasta el primer tercio del siglo IV a.C.; de la stásis y
las reformas de Solón (que significaron una tímida redistribución del
poder) y que permitieron el acceso de las clases medias a las
principales instituciones de la ciudad: arcontado, Areópago (y la
Heliea) y asamblea (Ekklesia); las reformas de Clístenes, que plantearon
una democracia moderada, y las de Efialtes (una democracia radical), y
el breve interludio oligárquico al final de la Guerra del Peloponeso.
Cartledge establece también un espejo teórico con el “debate persa” que
refleja Heródoto en su obra histórica, la crítica de Platón al modelo
oficial de democracia y el análisis matizado de Aristóteles. Al mismo
tiempo, el autor británico ofrece un catálogo amplio de “democracias”
griegas, por bien que sean menos conocidas que la ateniense.
Paul Cartledge. |
El tercer acto trata lo que Cartledge considera el período dorado de
la democracia griega: el siglo IV a.C., que va más allá de Atenas (en
la época del orador Licurgo) y pone también el enfoque en casos como los
de Mantinea, Corinto, Tebas y Argos. Acabado el período clásico, el
acto IV cubre el período entre la muerte de Alejandro Magno y el final
de la Edad Media; apenas cincuenta páginas para pasar, a vuelapluma,
sobre los períodos helenístico, romano (republicano e imperial, con
incidencia en la tesis de la democracia romana de Fergus Millar en las
últimas décadas republicanas), bizantino y un largo salto hasta la Carta
Magna inglesa, las ciudades-estado italianas de la Baja Edad Media y la
Florencia renacentista. Lo que en las partes precedentes era un jugoso
análisis ahora se convierte en una narración más descriptiva y, por qué
no, superficial (inevitablemente…). La quinta parte trata sobre la
reevaluación de la democracia en los tiempos modernos (de hecho, un
modelo muy diferente al griego), que transita por la Inglaterra del
siglo XVII (los Debates Putney), la Revolución “Gloriosa” de 1688-1689,
la Francia revolucionaria y la democracia de los Estados Unidos del
siglo XIX (y brevemente del también decimonónico Reino Unido), con
autores como Thomas Paine, los padres fundadores estadounidenses
(Jefferson, especialmente) y Alexis de Tocqueville. Quedaría una
conclusión, que bascula entre el optimismo y el pesimismo que suscita el
futuro de la democracia ante amenazas como ISIS/Estado Islámico o el
eventual modelo de China (un país, dos sistemas… y mucha corrupción).
Estamos, pues, ante un libro que aúna narración histórica, análisis de ciencia política y reflexión “posmoderna” en torno a la evolución del concepto de “democracia”. Un libro de corte académico en el que el tratamiento de fuentes y la recepción en autores modernos se combina de manera amena, rigurosa y también accesible para un lector acostumbrado a obras más “livianas” por parte de Cartledge. Un libro que se aparta de la prolija reevaluación de la democracia por parte de Luciano Canfora en su reciente obra El mundo de Atenas (Anagrama, 2014): Cartledge incide también en los críticos con el modelo (democrático) ateniense, como hace el autor italiano, pero abre el objetivo de la cámara a un mundo más amplio (y diverso) que el ateniense, y su análisis no resulta tan negativo en cuanto al alcance del modelo democrático de esta polis. Quizá se acerque a un poco más al que tratara, ya hace décadas, Francisco Rodríguez Adrados en La democracia ateniense (Alianza Editorial, diversas ediciones), pero con una mayor claridad expositiva, no tan filológica y desde luego no tan abstrusa como en ocasiones puede parecerle la obra del helenista español a un lector profano en la materia. Cierto es que el objetivo de Cartledge difiere de ambos autores, siendo más ambicioso que el de Claude Mossé en Historia de una democracia: Atenas (Akal, 1981), a su vez, o no tan dependiente sobre el análisis institucional como hacía R.K. Sinclair en Democracia y participación en Atenas (Alianza Editorial, 1999).
Estamos, pues, ante un libro que aúna narración histórica, análisis de ciencia política y reflexión “posmoderna” en torno a la evolución del concepto de “democracia”. Un libro de corte académico en el que el tratamiento de fuentes y la recepción en autores modernos se combina de manera amena, rigurosa y también accesible para un lector acostumbrado a obras más “livianas” por parte de Cartledge. Un libro que se aparta de la prolija reevaluación de la democracia por parte de Luciano Canfora en su reciente obra El mundo de Atenas (Anagrama, 2014): Cartledge incide también en los críticos con el modelo (democrático) ateniense, como hace el autor italiano, pero abre el objetivo de la cámara a un mundo más amplio (y diverso) que el ateniense, y su análisis no resulta tan negativo en cuanto al alcance del modelo democrático de esta polis. Quizá se acerque a un poco más al que tratara, ya hace décadas, Francisco Rodríguez Adrados en La democracia ateniense (Alianza Editorial, diversas ediciones), pero con una mayor claridad expositiva, no tan filológica y desde luego no tan abstrusa como en ocasiones puede parecerle la obra del helenista español a un lector profano en la materia. Cierto es que el objetivo de Cartledge difiere de ambos autores, siendo más ambicioso que el de Claude Mossé en Historia de una democracia: Atenas (Akal, 1981), a su vez, o no tan dependiente sobre el análisis institucional como hacía R.K. Sinclair en Democracia y participación en Atenas (Alianza Editorial, 1999).
Reconstrucción idealizada del ágora de Atenas en el siglo IV a.C. Dibujo de G. Rehlender (1915). |
Resulta interesante el hecho de que Cartledge incida en las
diferencias entre la democracia antigua y la moderna, poniendo el
énfasis en el caso de la primera (y especialmente en Atenas) en el hecho
de que la demokratía exigía de la ciudadanía una participación directa
(que en la actualidad parece haberse perdido), y en cómo la forja de esa
demokratía requiere de leyes e instituciones que permitan al ciudadano
un acceso directo a la toma de decisiones; quizá sea ese el elemento que
en su análisis de la democracia moderna eche de menos el autor, dentro
de ese “pesimismo” que subyace en su reflexión final (amén de las
amenazas violentas al modelo democrático). Y eso sucedió en la Atenas,
principalmente, de los siglos V-IV a.C. Por ello los capítulos
pertenecientes a las partes cuarta y quinta del libro pueden parecer
cargados de una ciertas ingenuidad a la hora de mostrar otras
experiencias “democráticas” (de hecho, la tesis de Millar sobre una
“democracia romana” ha sido muy discutida por los especialistas; y quien
esto escribe no puede evitar mostrar un cierto escepticismo: en Roma
hubo intentos de que el pueblo tuviera un acceso directo a la toma de
decisiones, pero el Senado siempre fue un elemento, digamos,
“oligárquico”; y populus y plebs no eran elementos indistinguibles).
Más superficial, decíamos, pueden parecer las dos últimas partes del libro y quizá incidiendo en la lectura que ha quedado de la experiencia democrática en los siglos modernos y en la actualidad, cuando el paradigma democrático ha mutado hacia una formulación representativa (e indirecta) de la misma. Una formulación que partía de un amplio debate entre lo que se consideraba aceptable del modelo griego (y ateniense) y aquello que era considerado demasiado “radical” o revolucionario. Quizá (otro quizá) es que el espejo que tengamos de la Grecia clásica nos ilumine al punto de cegarnos respecto a que, por muy directa la toma de decisiones entre la ciudadanía, esta misma ciudadanía quedaba limitada a los hombres libres y de una cierta edad. También el convulso (y violento) contexto de la Inglaterra del siglo XVII y las guerras de independencia estadounidense o revolucionaria francesa atempera el grado de “fidelidad” al modelo primigenio, el griego.
Más superficial, decíamos, pueden parecer las dos últimas partes del libro y quizá incidiendo en la lectura que ha quedado de la experiencia democrática en los siglos modernos y en la actualidad, cuando el paradigma democrático ha mutado hacia una formulación representativa (e indirecta) de la misma. Una formulación que partía de un amplio debate entre lo que se consideraba aceptable del modelo griego (y ateniense) y aquello que era considerado demasiado “radical” o revolucionario. Quizá (otro quizá) es que el espejo que tengamos de la Grecia clásica nos ilumine al punto de cegarnos respecto a que, por muy directa la toma de decisiones entre la ciudadanía, esta misma ciudadanía quedaba limitada a los hombres libres y de una cierta edad. También el convulso (y violento) contexto de la Inglaterra del siglo XVII y las guerras de independencia estadounidense o revolucionaria francesa atempera el grado de “fidelidad” al modelo primigenio, el griego.
En conclusión, estamos ante un libro ambicioso, espléndidamente documentado y bien trabado en cuanto al análisis; al menos en sus tres primeras partes, sin descartar la interesante lectura “postclásica” de la cuarta parte o la reflexión “moderna” que subyace en la quinta. Un libro que supone un estupendo estado de la cuestión sobre la democracia griega (y sobre todo ateniense) y cómo la propia palabra (y lo que significa en sí sobre la participación del pueblo en la toma de decisiones) ha evolucionado a lo largo de los siglos hasta el modelo actual.
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