23 de enero de 2015

Reseña de El Tercer Reich y los judíos (2 vols.), de Saul Friedländer

«La lucha para salvarme es desesperada. […] Pero no importa. Porque yo puedo llevar mi relato hasta el final y confiar en que vea la luz del día, cuando llegue el momento adecuado. […] Y la gente sabrá lo que ha ocurrido. […] Y preguntarán: ¿es ésta la verdad? Y yo contesto por anticipado: no, ésta no es la verdad, sino sólo una pequeña parte, una diminuta fracción de la verdad. […] Ni la pluma más potente puede representar la verdad completa, real, esencial».
Stefan Ernest, El gueto de Varsovia, escrito a escondidas en 1943 en el lado «ario» de Varsovia. 
Y es posible rastrear la verdad sobre la Shoa, sobre el Holocausto. Y a esta tarea se ha dedicado durante décadas Saul Friedländer (n. 1932), profesor emérito de Historia en UCLA, Estados Unidos. Es difícil captar en una reseña lo que supone el díptico formado por El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución (publicado en inglés en 1997) y El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio (publicado en 2007 y merecedor del Premio Pulitzer en 2008), editados por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2009. Resulta complejo sintetizar en unos cuantos párrafos una obra que superas las 1.700 páginas. Una obra que bebe de decenas de diarios de «una inmensa masa de víctimas silenciosas», que se nutre de documentación oficial, de cartas, de discursos, de una masa casi inabarcable de bibliografía secundaria y especializada. Una obra que basa su fortaleza en una precisión documental impresionante, en el detallismo con el que se narra el trasfondo, la creación, la puesta en marcha y la ejecución del Holocausto. Una obra que se lee como una novela, que duele en el alma, que nos arrastra y nos quiebra. Una obra en la que la esperanza no es siquiera una estación de madrugada, en la que los trenes hacia los campos de exterminio pasan de largo.

Saul Friedländer.
Digamos de entrada que Friedländer focaliza la historia del Holocausto en las víctimas, a diferencia de Raul Hilberg en La destrucción de los judíos de Europa (1961, segunda edición revisada en 1985, traducido al castellano por Akal en 2005), quien puso el énfasis en la maquinaria del exterminio por parte de los perpetradores. No, Friedländer incide en las experiencias de las víctimas judías desde que el 30 de enero de 1933 Paul von Hindenburg, presidente del Reich alemán, designa canciller a Adolf Hitler, el líder del partido xenófobo y extremista NSDAP. Ya en los primeras semanas después del nombramiento de Hitler, comienza la persecución de los judíos en Alemania. De este modo, El Tercer Reich y los judíos (1933-1939). Los años de la persecución empieza, casi in media res con la expulsión de artistas e intelectuales de universidades, colegios, orquestas, editoriales, diarios, etc. Se inicia un proceso de persecución de médicos, abogados, científicos, periodistas, funcionarios,… judíos. Este libro sigue, de modo temático a la par que siguiendo la cronología de la primera parte del régimen nazi, los pasos que, desde el verano de 1942, se convertirá en la Shoa. Se recoge y se potencia un caldo de cultivo en la Alemania de las décadas anteriores y se vigor de ley a la diferenciación entre arios y no arios. Las Leyes de Nuremberg en 1935 fijan los principios fundamentales del Estado racial nazi. Se inician las primeras campañas de esterilización y de eutanasia de lo que los nazis consideran miembros degenerados de la sociedad aria alemana. La Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos (9-10 de noviembre de 1938) es el primer gran pogromo a nivel nacional… pero la violencia contra los judíos ya llevaba cinco años ejerciéndose de manera legal. Para cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi ha previsto qué hacer con los judíos, aunque las fases del exterminio serán graduales y paulatinas, premeditadamente decidido años antes de que empezaran a funcionar las cámaras de gas y los crematorios en Auschwitz, Belzec, Chelmno, Sobibor, Majdanek yTreblinka. 

El joven Petr Ginz, en su Diario de Praga (1941-1942) (publicado por Acantilado en 2006) conoció en su tierra natal el proceso que siguieron los judíos en Alemania desde 1933 y, de manera más evidente, desde abril de 1940: 
«Ahora todo el mundo sabe
quién es judío y quien es ario
porque al judío se le reconoce
por la estrella amarilla y negra.
Y el judío, una vez marcado,
tiene que acatar las ordenanzas:
Todos los días, a partir de las ocho,
debe dedicarse a su familia,
sólo puede trabajar de peón,
y no prestarle a nada atención,
no ser dueño ni de un cachorro
y de afeitarse ni hablar.
Y la judía que antes era rica
no puede tener ni siquiera un gato,
tiene que enseñar a los niños en casa,
hacer las compras de tres a cinco,
no puede haber joyas, ajo o vino,
conciertos, teatro o cine,
coches, casas o gramófonos,
pieles, esquís, teléfonos,
carne de cerdo, cebollas, queso,
aparatos o balanzas,
armónicas para tocar,
o un canario para entretenerse […]».
Miembros de las SS urgen al boicot general a las tiendas judías,
1 de abril de 1939. Las pancartas rezan: "¡Alemanes, defendeos!
¡No compréis a los judíos!" (Deutsche! Wehrt Euch! Kauft nicht
bei Juden!
).
Para entonces, como Friedländer disecciona con quirúrgica precisión en El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Los años del exterminio, la maquinaria asesina nazi ya está engrasada e inicia un proceso de horror continuado. Este segundo libro, estructurado en tres partes –«Terror. Otoño de 1939-verano de 1941», «Asesinatos en masa. Verano de 1941-verano de 1942» y «Shoa. Verano de 1942-primavera de 1945»– es un viaje al infierno por toda Europa, pues no se centra Friedländer exclusivamente en Alemania, Polonia y la zona soviética invadida desde junio de 1941. El exterminio judío también afectó a la mayor parte de Europa, de Bélgica, Holanda y Francia a Hungría, Rumanía y Bulgaria, de Dinamarca y Noruega a Italia y Grecia. Y afectó no sólo a los asesinos y las víctimas: incluyó a las Iglesias católica y protestante (cuya tibieza y, en no pocas ocasiones, tácita aceptación de lo que sucedía Friedländer denuncia en ambos libros), las élites e incluso la población alemana y de otros países en general, que aceptaron la persecución y con poquísimas excepciones que levantaran la voz en contra. Para entonces, ya en 1939-1940, las previsiones de una deportación de los judíos alemanes fuera del Reich (incluida la opción de Madagascar desde la primavera de 1940) se alteran: laenorme población judía de Polonia, desde octubre de 1939 (unos tres millones de judíos, aproximadamente), a los que se añaden los judíos de Ucrania y Bielorrusia obligan, en la lógica exterminadora nazi, a agilizar el proceso: comenzarán los asesinatos en masa. 

El autor traslada también la voz a los aliados del régimen nazi, a la Francia de Pétain, la Hungría de Horthy, la Eslovaquia de Tiso, la Rumanía de Antonescu y, cómo no, la Italia de Mussolini. En Antonescu y Tiso tuvo Hitler leales y activos colaboradores en la deportación y exterminio de la población judía en sus países; Tiso, precisamente, dijo en agosto de 1942, que «expulsar a los judíos es un acción cristiana, pues se hace por el bien del pueblo, que de ese modo se libra de la plaga que lo aflige». Con Pétain y sus gobiernos, la colaboración fue estrecha, aunque hasta el otoño de 1943 los alemanes no exigieron la entrega de los judíos franceses; del mismo modo sucedió con Horthy, que se resistió a entregar a casi un millón de judíos (la población judía no alemana más numerosa tras los polacos) hasta que la ocupación de Hungría por la Wehrmacht en marzo de 1944 le forzó a ello. 


¿Cuándo se produce el paso de los fusilamientos en masa y los experimentos de gaseado en camiones a la dinámica de los campos de exterminio, las cámaras de gas y los crematorios? Para Friedländer, y para otros especialistas, en el verano de 1942. Desde finales de 1941, además, la evolución de la guerra supuso una aceleración del programa del exterminio, con el estancamiento en Rusia y la entrada en el conflicto de Estados Unidos, a los que Hitler, alterando sus planes iniciales, declara la guerra en diciembre de 1941. Es entonces, tras los planes presentados por Heydrich en la llamada conferencia de Wannsee (enero de 1942), cuando se perfecciona, con una fría y horrenda precisión, el Holocausto.

Afirma Richard J. Evans en una reseña de Los años del exterminio que
«[éste] no es un libro académico más. Realmente, Friedländer parece haber leído cada fuente impresa y cada monografía secundaria que se ha publicado en inglés, alemán y francés. Sus juicios son escrupulosos y a un nivel altísimo. Y trata las controversias históricas que han dado pie a los principales tópicos sobre el tema con un tono desapasionado aunque incansable. Escribe sin rastro alguno de polémica o de una inevitable retrospectiva moralizante. El libro satisface con meticulosidad todo requisito propio de una obra histórica profesional» (las traducciones del inglés son mías).
La insignia o estrella amarilla que señalaba a la población
judía, introducida por primera vez en Polonia en el
otoño de 1939; extendida a todo el conjunto del Reich
alemán en septiembre de 1941.
Y, sigue Evans, «lo que eleva Los años del exterminio al nivel de la literatura es, no obstante, el experto tejido de los testimonios personales con la descripción más amplia de los acontecimientos». Y no es para menos, familiarícese el lector con estos nombres: Victor Klemperer (de Dresde), Mihail Sebastian (de Bucarest), Abraham Tory (de Kovno), Hersch Wasser (de Varsovia); Etty Hillesum, Ana Frank, Ben Wessels y Philip Mechanicus, de Amsterdam; Raymond-Raoul Lambert, Jacques Biélinsky y Louise Jacobson, de París; Moshe Flinker, de La Haya y Beuselas; Jochen Klepper y Herta Feisner, de Berlín; Lilli Jahn, de Colonia; Ernst Krombach, de Essen; Gond Redlich y Oskar Rosenfeld, de Praga; Dawid Sierakowiak, Josef Zelkowicz, varios «cronistas» y diaristas anónimos, de Lodz; Elisheva (Elsa Binder) y su desconocida «diarista invitada», de Stanisłalow; Adam Czerników, Emanuel Ringelblum, Simon Huberband, Chaim Kaplan, Abraham Lwein y Janusz Korczak, de Varsovia; Calel Perechodnik, de Ottwock; Dawid Rubinowicz, de Kielce, Aryeh y Malwina Klonicki, de Kovel y Buczacz; Herman Kruk, Itzhok Rudashevski y Zelig Kalmanovitch, de Vilna, y el diarista del Sonderkommando de Auschwitz, Zalman Gradowski. A todos ellos, algunos muy conocidos, y a bastantes más, da voz Friedländer en ambos libros, especialmente el segundo. Muchos fueron asesinados, unos pocos quedaron con vida. 

Y no sólo a las víctimas judías cede Friedländer la palabra: su obra también menciona la muerte de millones de prisioneros soviéticos, el sistemático exterminio de la «intelligentsia» polaca, el asesinato de alrededor de 200.000 discapacitados físicos y mentales alemanes, la aniquiliación de gran parte de los gitanos europeos, etc. Como afirma Evans en su reseña,
«la política racial del Tercer Reich debe ser entendida como parte de una política más amplia que tenía como objetivo una reestructuración étnica de Europa. Las comparaciones con estas otras víctimas evidenciarían, pues, que los judíos ocupaban un lugar especial en la mentalidad exterminadora de los nazis; fueron percibidos no sólo como un obstáculo a escala regional, sino como una amenaza global, no como inferiores insectos a los que aplastar sino como poderosos enemigos, y cuya existencia era un terrible peligro para el futuro de la raza alemana».
"El trabajo os hará libres": inscripción en la puerta de
entrada al campo de concentración Auschwitz I.
Para la primavera de 1945, entre cinco y seis millones de judíos habían sido asesinados; de ellos, más de un millón y medio tenía menos de catorce años. Dice Friedländer de los supervivientes: «de los pocos cientos de miles de judíos que habiendo permanecido en la Europa ocupada habían sobrevivido, la mayoría echaron raíces en su nuevo entorno, fuera por necesidad o por elección; reconstruyeron sus vidas, ocultaron sus cicatrices con resolución y experimentaron las habituales alegrías y penas que lleva consigo la vida cotidiana. Durante varias décadas muchos evocaban el pasado sólo entre ellos, a puerta cerrada, por así decirlo; algunos se convirtieron en testigos ocasionales, otros optaron por el silencio. Sin embargo, eligieran el rumbo que eligiesen, aquellos años siguieron siendo para todos ellos el período más significativo de sus vidas. Estaban atrapados por en él: de forma recurrente les retrotraía a un terror abrumador, y entretanto, a pesar del tiempo transcurrido, llevaba consigo la indeleble memoria de los muertos» (Los años del exterminio, pp. 861-862). 

Vuelvo al inicio de esta reseña: es difícil sintetizar este díptico de Friedländer. Duele el alma sólo de pensar en lo que narra, en aquello que nos arrastra y nos quiebra. Pero pensemos en lo que significó el Holocausto. Alcemos el grito, como un clamor, y no escondamos la verdad. Szmuel Zygelboym lo hizo en una carta a sus camaradas de Nueva York antes de suicidarse en Varsovia el 12 de mayo de 1943: «Que mi muerte sea un enérgico grito de protesta contra la indiferencia del mundo que asiste al exterminio del pueblo judío sin tomar ninguna medida para impedirlo».

2 comentarios:

Maqroll dijo...

Estaba esperando la reseña de "Sonámbulos" (dudando leerlo) y me encuentro esta de una obra que lleva en la mesa esperando turno desde el verano y ha reavivado mi interés. Te lo agradezco. Te sigo de cerca desde mi descubrimiento y pasión por la República Romana.
Saludos

Oscar González dijo...

Tardará unas semanas la reseña de 'Sonámbulos', pero no dudes en leerlo... Estupendo libro. ¡Saludos!