Cuando acabó la película, en una sala de cine con
apenas una docena de espectadores en una primera sesión de tarde, me
quedé un rato sentado en la butaca, a medida que iban pasando los
títulos de crédito. Por un lado trataba de saborear las últimas
sensaciones que The Master
me había ofrecido; por otro, también barruntaba alguna valoración
general. Pero lo cierto es que la pregunta que surgía en mi mente era:
"¿se ha superado Paul Thomas Anderson con esta película?". Mi primera
respuesta mental era a su vez una pregunta: "¿para bien o para mal?",
para a continuación pensar: "¿dónde quedó el Paul Thomas Anderson de Boogie Nights o Magnolia?".
Para bien o para mal. Pues mi primera conclusión es que no estamos ante
el mismo director; y eso es bueno, pues a sus 42 años, Anderson ha
madurado y crecido como director y guionista. Lo último ya lo tenía
claro con las dos películas mencionadas, añadamos Sydney e incluso una obra menor como Punch Drunk Love.
Es el guionista que nos ofrecía en sus tres primeras películas un
universo coral, un retrato de diversas etapas de la sociedad
estadounidense; era un escritor nato, como lo es Cesc Gay a su manera.
Con Pozos de ambición adaptaba
una novela de Upton Sinclair para llevarnos a una particular historia
personal del capitalismo, abandonaba un estilo que ya era marca de la
casa y ofrecía un relato denso, desarraigado, estilísticamente audaz y
con una secuencia final que, no sé los demás espectadores, pero a mí
casi me levantó de la butaca. En The Master
encontramos a un Paul Thomas Anderson evolucionado, muy evolucionado,
menos accesible, narrativamente más osado y quizá pensando menos en la
tesitura de contar una historia al uso. No es cine de palomitas, que
quede claro; ni tiene por qué serlo, como tampoco lo era Pozos de ambición.

Sí, es la historia de una secta, de sus inicios, de cómo Dodd y su esposa Peggy (Amy Adams) tratan de llevar con puntos de vista hasta cierto punto divergentes el rumbo de un grupo que va de ciudad en ciudad captando seguidores. De cómo no siempre consiguen sus propósitos, de cuál es la esencia de doctrina que Dodd cuenta. De momentos surrealistas (¿es parte de la inestabilidad mental de Freddie el hecho que de pronto vea a las mujeres desnudas durante una performance de Dodd?), de salidas de tono del Maestro, de lo inquietante que en no pocas ocasiones resulta Peggy (más incluso que Dodd). Pero es bastante más; es una particular radiografia de un estado de ánimo: el de una generaciòn sin rumbo tras el final de la guerra, el de una adormecida sociedad (a pesar de la victoria), el de charlatanes que se aprovechan de todo ello. La película es de ritmo desigual (y no precisamente en un sentido negativo): Anderson da viveza al relato cuando conviene, lo ralentiza cuando quiere potenciar algún elemento (habitualmente relacionado comn Freddy). La musica de Jonny Greenwood (componente de Radiohead) atrapa al espectador sin desasosegarlo (como sucedía en Pozos de ambición).
Una película, pues, no apta para todos los públicos (desde luego no el que busque una historia sensacionalista). De visionado siempre sorprendente, me atrevería a decir. Para bien o para mal. Y lo vengo repitiendo ya por tercera vez, pues aunque la película me ha parecido magnífica, (injustamente) echo de menos al Paul Thomas Anderson de Magnolia. Pero, claro, siendo esta una de mis películas fetiche... Por cierto, ¿podría ser Lancaster Dodd el precursor de Frank T.J. Mackie?
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