La sensación que a priori puede tener el espectador de esta película es que estamos ante otra película de superación personal basada en hechos reales. El eco de Intocable aún está cercano, aunque el punto de vista es muy diferente. En la película gala, los dos personajes principales, más allá de sus penurias personales, trataban de sobrevivir echándole optimismo y buscando vías de escape a una realidad que en ocasiones puede ser opresiva. En Las sesiones el leitmotiv de fondo es más prosaico: Mark O'Brien (John Hawkes) quiere perder la virginidad, a sus casi cuarenta años, y encuentra en una peculiar terapeuta sexual la respuesta a su clamor.
Hay que decir de entrada que esta película debe verse obligatoriamente en versión original. La voz de los personajes importa tanto como los diálogos que dicen o las situaciones que viven. Y la situación de Mark O'Brien es muy compleja: enfermó de poliomielitis siendo niño y le dejaron secuelas para toda la vida. Vive en un pulmón de acero, del que apenas sale unas pocas horas día; es tetrapléjico pero no insensible de cintura para abajo. Postrado permanentemente en una camilla, su visión del mundo es muy reducida, aunque se apaña bastante bien para sobrevivir. Periodista y escritor, recibe el encargo de escribir un artículo sobre cómo los discapacitados viven su sexualidad, algo que conmueve a Mark pues precisamente él no ha podido disfrutar del sexo. Ello le impulsa a buscar la solución a su situación personal y encuentra en Cheryl (Helen Hunt) una salida inesperada, incluso para el espectador. Cheryl trata con personas que tienen alguna disfunción o no disfrutan de su vida sexual. No es una prostituta, aunque pudiera parecerlo a ojos pacatos: por tanto, entre sus terapias está acostarse con sus clientes/pacientes (¿qué etiqueta se les debe poner a ambos, tanto la terapeuta o las personas como Mark?). ¿Cómo percibe el espectador la relación que se establece entre Msrk y Cheryl a lo largo de las sesiones de terapia sexual?
Mark no es un personaje cómodo. No busca la empatía del espectador, en ocasiones se muestra brusco e incluso poco sociable. No pretende dar lástima ni siquiera cuando las cosas no salen como quiere. Busca una relación de pareja, pero no escatima el sexo. Y es consciente de sus limitaciones (los primeros intentos siempre son complicados). Pero su peculiar sentido del humor, su manera de expresarse, su personalidad en ocasiones inestable, logran aquello que no pretende: y no es que te compadezcas del personaje, sino que en no pocas ocasiones conectes con su manera de ver la vida. Las conversaciones con el párroco de la iglesia a la que acude habitualmente (un William H. Macy también para darle de comer aparte), los silencios que a veces se establecen entre ambos y el modo en el que el sacerdote reflexiona en voz alta, son de lo mejorcito de la película. No hay adoctrinamiento ni monsergas. Mark no es perfecto, todos lo asumen. Del mismo modo, la relación de Mark con su asistente (Moon Bloodgood) ofrece un punto de vista diferente. Sorprenderá la naturalidad con la que Helen Hunt se enfrenta a las secuencias de terapia sexual, las situaciones incluso rozando lo cómico sin pretenderlo. Al final, conmoverse con los personajes resulta natural, no forzado, casi elegíaco. La historia de Mark te llega sin necesidad de buscar la emoción fácil. Que Ben Lewin, director y guionista de la cinta, también enfermara de polio en su infancia (aunque sin las secuelas de Mark) dota a la película de un toque de realidad no edulcorada y con un punto de humor negro.
Una película diferente, pues, muy de planteamiento indie y que se sube a la carrera de los Oscars para John Hawkes y Helen Hunt, especialmente.
Mark no es un personaje cómodo. No busca la empatía del espectador, en ocasiones se muestra brusco e incluso poco sociable. No pretende dar lástima ni siquiera cuando las cosas no salen como quiere. Busca una relación de pareja, pero no escatima el sexo. Y es consciente de sus limitaciones (los primeros intentos siempre son complicados). Pero su peculiar sentido del humor, su manera de expresarse, su personalidad en ocasiones inestable, logran aquello que no pretende: y no es que te compadezcas del personaje, sino que en no pocas ocasiones conectes con su manera de ver la vida. Las conversaciones con el párroco de la iglesia a la que acude habitualmente (un William H. Macy también para darle de comer aparte), los silencios que a veces se establecen entre ambos y el modo en el que el sacerdote reflexiona en voz alta, son de lo mejorcito de la película. No hay adoctrinamiento ni monsergas. Mark no es perfecto, todos lo asumen. Del mismo modo, la relación de Mark con su asistente (Moon Bloodgood) ofrece un punto de vista diferente. Sorprenderá la naturalidad con la que Helen Hunt se enfrenta a las secuencias de terapia sexual, las situaciones incluso rozando lo cómico sin pretenderlo. Al final, conmoverse con los personajes resulta natural, no forzado, casi elegíaco. La historia de Mark te llega sin necesidad de buscar la emoción fácil. Que Ben Lewin, director y guionista de la cinta, también enfermara de polio en su infancia (aunque sin las secuelas de Mark) dota a la película de un toque de realidad no edulcorada y con un punto de humor negro.
Una película diferente, pues, muy de planteamiento indie y que se sube a la carrera de los Oscars para John Hawkes y Helen Hunt, especialmente.
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