29 de junio de 2014

Crítica de cine: El sueño de Ellis, de James Gray

Durante décadas millones de inmigrantes llegaron a Ellis Island, un islote cerca de la costa de Nueva Jersey y con la ciudad de Nueva York en el horizonte. A escasa distancia de la Estatua de la Libertad, la isla fue la principal aduana del país y el lugar de paso obligado para los inmigrantes que trataban de entrar en el país a través del Atlántico. Aunque el país fue receptor de inmigrantes del Viejo Mundo que, por diversos motivos, trataban de empezar una nueva vida, el Gobierno federal impuso un férreo control desde finales del siglo XIX, de modo que todos aquellos que llegaban enfermos o se les consideraba "indeseables", por motivos penales o incluso morales, o bien pasaban una cuarentena hasta que se decidía su destino, en el caso de los primeros, o bien era denegada su petición de entrada al país y deportados a sus lugares de origen. La imagen de una tierra de esperanza y prometida pronto fue cayendo en el olvido y hasta mediado el siglo XX se inspeccionó a los recién llegados, en busca de parásitos y enfermedades, como si fueran ganado, y se expulsó a anarquistas, ex convictos o "indecentes". El sueño de la Libertad que la Estatua cercana les parecía prometer se truncaba en unos edificios que al mismo tiempo se convertían para algunos en limbo no imaginado. Algo similar le sucede a las hermanas Ewa (Marion Cotillard) y Magda, inmigrantes polacas que llegan a Ellis Island huyendo de horrores en Europa (y las consecuencias de la Gran Guerra) en 1921: Magda, enferma de tuberculosis, pasa a la cuarentena durante un período de seis meses, mientras Ewa, acusada de "relajada moral" está a punto de ser deportada... hasta que consigue la ayuda de Bruno Weiss, un tipo con contactos que le ofrece un trabajo y un lugar donde vivir... ocultándole que en realidad busca aprovecharse de ella en negocios mucho más turbios.

28 de junio de 2014

Reseña de Una societat assetjada. Barcelona, 1713-1714 , de Albert Garcia Espuche

«La història s’escriu a cal notari.»
Josep Pla 
Suele decirse que el día después de la rendición de Barcelona a las tropas de las Dos Coronas borbónicas, francesa y española, las tiendas y talleres abrieron sus puertas, los tenderos siguieron vendiendo sus productos, la gente trabajando y los servicios públicos funcionando, «con tranquilidad, como si dentro de la ciudad no hubiera sucedido cosa alguna» (Francesc de Castellví, Narraciones históricas). Albert Garcia Espuche (n. 1951) rebaja el optimismo de esta idea: «aquello que realmente tuvieron que hacer los habitantes de Barcelona aquel "día después" y todavía durante días, semanas, meses y años, fue mucho más difícil que abrir las tiendas y los talleres, trabajar y mostrar una firme voluntad de rehacerse después de la derrota. La voluntad estaba, pero faltaba el resto de elementos» (traducción propia, pp. 627-628). Y es que la realidad mostraba que la mayor parte de las casas de la ciudad estaban derruidas o muy maltrechas, apenas había materias primas o productos elaborados, y faltaban alimentos. De hecho, en los 414 días de asedio de la ciudad, desde el 25 de julio de 1713, los barceloneses se habían acostumbrado al hambre, a la falta de alimentos, a los precios caros y a un bloqueo por parte de los asediadores que, en ocasiones, se relajaba y permitía la llegada de algunos faluchos con alimentos. Lo que, sin embargo, sí muestra la documentación es que los notarios siguieron trabajando y hubo testigos en actos tan prosaicos como una boda (la del capitán del regimiento de San Narciso Sebastià Molet y Leocàdia Comellas, en la basílica de Santa María del Mar), funerales, bautizos, firmas de testamentos o ingresos de soldados heridos en el Hospital de la Santa Creu, debidamente registrados en el libro de entradas. Al día siguiente se hicieron muchos testamentos, se ejecutaron inventarios y muchas viudas llamaron a notarios para inventariar bienes de soldados, tenderos y menestrales que habían muerto en los días precedentes. Barcelona siguió latiendo, más lentamente, pero su corazón seguía vivo.

25 de junio de 2014

21 de junio de 2014

Reseña de El último cortejo, de Laurent Gaudé

Son muchas las novelas que se han escrito sobre Alejandro III, rey de Macedonia, conquistador y soberano de Asia. Aléxandros ho Mégas, Alejandro el Grande, el incomparable. Quizá no haya un personaje de la Antigüedad que haya perdurado tanto en la memoria colectiva de la humanidad (occidental, claro está) desde hace más de dos milenios. Los conquistadores (occidentales, por supuesto) posteriores intentaron igualarlo, sin conseguirlo. La imitatio Alexandri se extendió en Roma, ya desde Pompeyo Magnus (que desde jovencito hacía divulgar entre sus tropas su parecido [!] físico con el macedonio. César lloró ante un busto suyo cuando era cuestor: a su edad Alejandro había conquistado todo un imperio y él apenas empezaba su carrera política. Augusto visitó su tumba y le rompió la nariz al tocarlo; cuando le quisieron mostrar los sepulcros de los Tolomeos dijo que había ido a ver a un rey, no a unos cadáveres. Trajano quiso emularle y conquistar el imperio parto, heredero del persa, y se dice que también lloró cuando sus tropas no quisieron continuar adelante (como las del macedonio en el Hífasis). Caracalla trató de emularlo, sin apenas conseguir nada antes de ser asesinado. Juliano, llamado el Apóstata, murió cuando a su misma edad luchaba contra otros persas (sasánidas) en Mesopotamia. Su tumba en Alejandría era un monumento de visita y reverencia obligada; desapareció como su cadáver en el siglo VII, con la conquista islámica. Su recuerdo perduró entre los persas conquistados, para quienes era Iskander la Serpiente, o Al-Iskandar al-Akbar entre sus sucesores en el mundo islámico. En época medieval se escribió El Libro de Alexandre, un poema, recreación fabulosa de su vida en la que el rey tenía dotes fabulosas y sobrenaturales. La literatura, de Mary Renault a Gisbert Haefs (quienes mejor lo han recreado en el género de la novela histórica) ha mantenido la fascinación por Alejandro, por sus dotes militares y políticas, por su sueño de unir dos mundos antagónicos, el griego-macedonio y el persa, por unir civilizaciones, por hermanar a unos y otros… o eso se contó y nos han contado. Pero Alejandro era mortal (evidentemente) y quizá el hecho de que muriera en la gloria siendo tan joven dejara una imagen tan sobredimensionada. Con El último cortejo (Salamandra, 2013), el novelista francés Laurent Gaudé trata de ser épico, pero de otra manera. Pues Alejandro era único, pero no dejaba de ser un hombre.

19 de junio de 2014

Las puertas del Hades (relato)

«Pero la Fortuna frustró su alegría y confianza en su descendencia y en la disciplina de su casa. Las dos Julias, su hija y su nieta, se deshonraron con todo tipo de vicios, y las relegó [...] soportó con bastante más resignacion la muerte de los suyos que su deshonor. La perdida de Gayo y Lucio no le dejó, en efecto, tan abatido, mientras que, en lo concerniente a su hija, informó al Senado sin estar él presente y mediante un escrito leído por un cuestor, manteniéndose además, por vergüenza, alejado durante bastante tiempo de toda reunión, y pensando incluso en matarla. Lo cierto es que cuando, por el mismo tiempo, una de sus cómplices, la liberta Febe, puso fin a su vida ahorcandose, Augusto declaró que habría preferido ser el padre de Febe.»
Suetonio, Vida del divino Augusto, 65 (trad. de Rosa Mª Agudo Cubas, Gredos, 1992).  

Oigo como golpea en la puerta, con rabia, lloriqueando y balbuceando excusas que no puedo creerme. Pronto se cansará y si Livia no ha enviado a un par de guardias para que se la lleven, aunque sea a rastras, es porque aún no se le ha ocurrido. Pero lo hará, estoy seguro de ello. Y se la llevarán, ya está decidido. Que desaparezca, que se hunda en el lodo de su corrupción, no quiero volver a saber de ella. Ya no es mi hija, está muerta, muerta, muerta… ¿Me oyes? ¡Estás muerta! ¡Deja de golpear mi puerta, no pienso abrirte! ¡Vete, no te quiero aquí! ¿Es que no me oyes? ¡Márchate! Si no se marcha ahora llamaré a la guardia, no quiero escuchar ni un solo alarido más. Es peor que las perras que chillan cuando las matan cuando les llega la hora, que esos gatitos que maúllan cuando los meten en un saco y los lanzan al río para que mueran. Pero yo sólo tuve una hija, sólo una. Ni un varón, sólo ella. Y la quise tanto, oh, los dioses saben cuánto la quise...

Canciones para el nuevo día (1454/683): "American Skin (41 Shots)"

Bruce Springsteen - American Skin (41 Shots)



Disco: High Hopes (2014)



16 de junio de 2014

Crítica de cine: Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jarmusch

El cine de Jim Jarmusch es de los más originales en las últimas décadas. Independiente, rompedor, diferente. Hay películas suyas que me interesan (Coffee and Cigarrettes, Flores rotas), otras que no tanto (Dead Man, Ghost Dog), pero siempre tiene algo divergente con los cánones habituales que ofrecer. Y en estos tiempos de adocenamiento del 3-D, de pirotecnia visual y escasez de ideas, volver por los fueros de lo clásico, de lo que siempre ha sido clásico y de lo que siempre será clásico, es una bendición. Y nada más clásico que los vampiros. Pero no vampiros adolescentes ñoños. No, el tema del vampiro merece una (re)lectura que siga aportando algo, que saque lo mejor de un tema literario tan eterno en un mundo posmoderno. Vampiros, literatura y posmodernidad: he ahí tres patas que sostienen el banco sobre el que se levanta Sólo los amantes sobreviven, una de las películas más interesantes del panorama cinematográfico actual. En cierto modo, a medida que la veía pensaba en películas como La mejor oferta de Giuseppe Tornatore, en esa fastuosidad visual, ese manierismo de la exquisitez de un envoltorio que importaba más que el contenido. Y con su última película, Jarmusch consigue evocarme algo similar... aunque con mejor historia que narrar.

Canciones para el nuevo día (1451/680): "Mil pedazos"

Juanes - Mil pedazos



Disco: Loco de amor (2014)


11 de junio de 2014

Reseña de La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII, de Ana Rodríguez

«Ni desesperadamente oprimidas, ni maravillosamente libres.» 
Pensar en mujeres en la Edad Media es asimilar su papel a una posición subordinada al preponderante rol masculino. Un rol masculino en un mundo eminentemente masculino (como lo han sido todos, ¿verdad?). Pensar en mujeres de los siglos XII y XIII como Leonor de Aquitania, su nieta Berenguela de Castilla, Urraca de Castilla y León (hija de Alfonso VI de ambos reinos y madre del imperator Alfonso VII), Blanca de Castilla (madre de Luis IX de Francia) es acercarnos a mujeres únicas, excepcionales en la gestión del poder y en la capacidad de decidir. Hubo más Eloísas que Leonores, tengámoslo en cuenta. Y cuando estas mujeres tuvieron acceso al poder, las crónicas de la época las presentaron como viragos (mujeres con características viriles) o jezabeles (reinas manipuladores y lujuriosas), merecedoras de críticas y de una conveniente damnatio memoriae. El mundo de los hombres que ejercían, ostentaban o aspiraban al poder necesitaba el olvido del rol de las mujeres de las que habían heredado ese poder. Leonor de Aquitania (1124-1204) se convirtió en símbolo de una época: dos veces reina (de Francia y de Inglaterra), heredera del mayor ducado en el reino franco, madre de diez hijos en sus dos matrimonios, protectora y animadora de las ambiciones de varios de ellos contra el León inglés (cómo no recordar a Katharine Hepburn en el papel de este personaje en El león en invierno [1968]), guía de sus nietas (acompañó a la pequeña Blanca, hija del rey Alfonso VIII de Castilla, a la corte del rey francés para convertirla en la esposa del futuro Luis VIII) y mecenas del monasterio de Fontevraud (donde moriría) simboliza a esas mujeres de la élite medieval que estuvieron cerca y disfrutaron del poder. Su estirpe fue numerosa: reinas en diversos territorios europeos, fundadoras de monasterios, patrocinadoras de crónicas, mecenas del arte. Mujeres con historias que contar, y a este empeño dedica Ana Rodríguez el delicioso libro La estirpe de Leonor de Aquitania. Mujeres y poder en los siglos XII y XIII (Crítica, 2014), una más que recomendable lectura.

Canciones para el nuevo día (1448/677): "Sabor de amor"

Danza Invisible - Sabor de amor



Disco: A tu alcance (1988)