En el inicio del último capítulo de su libro (“Dream”), y que funciona a modo de epílogo, Roma Agrawal (n. 1983) comenta:
«Imagina, por un momento, un mundo sin ingenieros. Abandona a Arquímedes. Destierra a Brunelleschi, Bessemer, Brunel y Bazalgette. Olvida a Fazlur Khan, expulsa a Otis y, sí, obvia a Emily Roebling y Roma Agrawal. ¿Qué ves? Más o menos nada» (traducción propia).
Y no es una cuestión baladí, todo lo contrario: imaginar un mundo en el que la ingeniería no existiera nos llevaría, y parafraseo a la autora, a un panorama sin rascacielos, sin ascensores, sin acero, sin elevadores, sin casas, sin alcantarillas; tampoco teléfonos móviles, ni Internet ni televisión. No habría coches ni siquiera carretillas, y por tanto ni carreteras ni puentes. Ni siquiera ropa, si nos apuramos, ni herramientas, ni fuego, barro para adobes, ni madera para cabañas. Por supuesto, existirían el fuego, el agua, la tierra y el viento como elementos naturales, pero no serían utilizados por el ser humano, que no vería una necesidad en utilizarlos y adaptarlos para sus medios. Sin la ingeniería, el hombre, me dejo llevar por ese razonamiento, se hubiera extinguido como especie humana; sería un animal más.