Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
En una secuencia de Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), dos de los protagonistas, Theo (Louis Garrel) y Matthew (Michael Pitt) discuten sobre quién es mejor, si Charles Chaplin o Buster Keaton. Todo viene a cuenta a partir de una cita que lee Theo de un libro (no se menciona al autor, pero es de suponer que pertenezca –o Bertolucci la adapte– a algún cineasta francés de la Nouvelle Vague que echara la vista atrás, a las primeras décadas del cine en Estados Unidos): «La diferencia entre Keaton y Chaplin es la diferencia entre la prosa y la poesía, entre la aristocracia y el vagabundo, entre la excentricidad y el misticismo, entre el hombre como máquina o como ángel». La discusión, en cierto modo, es un clásico en los debates cinéfilos que se precien: ¿quién era mejor, quién más gracioso: Keaton o Chaplin? Una “rivalidad” creada más a posteriori que en su momento. (Nota: no olvidemos tampoco al tercero en discordia, Harold Lloyd).