2 de marzo de 2019

Crítica de cine: Van Gogh, a las puertas de la eternidad, de Julian Schnabel

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Al final de Van Gogh, a las puertas de la eternidad, sobre un fondo amarillo (el color favorito de Vincent), escuchamos unos extractos de un texto de Paul Gauguin, con quien compartió amistad y una temporada de trabajo pictórico en Arlés, en la Provenza; un texto publicado en Essais d’Art Libre en enero de 1894 y que «certificó» para la posteridad el mantra de que Vincent van Gogh (1853-1890) estaba loco (un texto que se cierra con la afirmación: «Décidément, cet homme était Fou».). Cierto es que el pintor neerlandés pasó por diversas etapas de depresión y con episodios luctuosos, caso de aquel en el que, tras una discusión con Gauguin, Vincent se cortó una oreja y se la entregó a Gaby, una joven que se decía que era prostituta (en realidad trabajaba como limpiadora en el Café de la Gare de Arlés), para que se la hiciera llegar a Gauguin. En ese texto (“Natures Mortes”), Gauguin afirma que, en un momento determinado, Vincent escribió en una pared: «Je suis Saint Esprit – Je suis sain d’esprit», un juego de palabras que se podría traducir como «yo soy el Espíritu Santo, yo estoy cuerdo [estoy sano de espíritu, literalmente]». Pero atendamos a lo que parece decir Gaugin: «Oh, sí, él amaba el amarillo, el buen Vincent, ese pintor holandés. Esos destellos de luz del sol reavivaban su alma, que aborrecía la niebla y necesitaba la calidez. Cuando los dos estábamos en Arlés, ambos enloquecimos en una guerra continua por la belleza del color. Yo amaba el rojo, ¿dónde podía encontrar un bermellón perfecto? Él escribió con su pincel más amarillo en la pared, que de pronto se tornó violeta: “Je suis Saint Esprit, je suis sain d’esprit”» (la cursiva es nuestra). Una pasión por los colores y una «locura» que se intuye más figurada que real.

27 de febrero de 2019

Crítica de cine: Destroyer. Una mujer herida, de Karyn Susama

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Suele decirse que cuando un actor o una actriz realizan un cambio físico importante es que buscan un Oscar. En 2003 Charlize Theron se llevó el Oscar a mejor actriz por su papel de la asesina en serie y ex prostituta Aileen Wuornos en la película Monster (Patty Jenkins); un papel para el que la actriz sudafricana cambió radicalmente su aspecto físico para parecerse al personaje: engordó quince kilos, se puso prótesis e incluso utilizó una dentadura falsa. El resultado fue hacerla casi irreconocible. Se “afeó”, se dijo de manera muy injusta, para ganar un Oscar, obviando los muchos matices del personaje, y lo logró. Un año antes, Nicole Kidman también cambió su aspecto para meterse en la piel de Virginia Woolf para el filme Las horas (Stephen Daldry); ganó el Oscar. Pero ese cambio físico (se oscureció el pelo y utilizó una prótesis en la nariz) no fue tan radical como el que tres lustros después ha realizado para interpretar a Erin Bell, la protagonista de Destroyer. Una mujer herida (Karyn Susama), la policía en horas bajas para quien parece ser cierto el adagio que Paul Thomas Anderson escribió en Magnolia y que dice que puede que hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros.

Canciones para el nuevo día (2678/1897): "Gotta Get Up"

Harry Nilsson - Gotta Get Up 

Disco: Nilsson Schmilsson (1971)



23 de febrero de 2019

Crítica de cine: Van Gogh: de los campos de trigo bajo cielos nublados, de Giovanni Piscaglia

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 25 y/o 26 de febrero, vinculado a una programación cultural especial; consúltese también en FilmAffinity para saber en qué otros cines se emitirá. 

Quieren lo exhibidores que con escasos días de diferencia podamos disfrutar en pantalla grande de una película y un documental sobre Vincent van Gogh (1853-1890), el genial pintor post-impresionista que pintó girasoles y cielos estrellados, y muchísimas cosas más (desde luego), y que para el común de los mortales es aquel señor que en un momento de furia se cortó el lóbulo de una de sus orejas (no toda la oreja). La película, Van Gogh, a las puertas de la eternidad, a cargo de Julian Schnabel y con Willem Dafoe en el rol protagonista (factores que ya predisponen a la curiosidad), se centra en los últimos años de vida (y obra) del pintor neerlandés, y sobre ella hablaremos en este espacio. El documental, objeto de esta crítica, Van Gogh: de los campos de trigo bajo cielos nublados –título en castellano que, gramaticalmente, resulta algo confuso y traduce el original italiano, Van Gogh: tra il grano e il cielo–, dirigido por Giovanni Piscaglia y con guion de Matteo Moneta, se construye como una doble biografía: la del pintor y la de Helene Kröller-Müller (1869-1939), la primera mujer europea en reunir una extensa colección privada de arte, parte de la cual se nutría de casi trescientas de las obras de Van Gogh (entre cuadros y dibujos). Una colección que se erigió, por deseo (y con gran parte de la fortuna) de Helene en un museo, finalmente construido por el Estado neerlandés en la onda de e inaugurado en 1938 en el parque nacional Hoge Veluwe, en la provincia de Güeldres: el Museo Kröller-Müller, que además de obras de Van Gogh reúne la de otros artistas del siglo XX, como Georges Braque, Pablo Picasso, Paul Gauguin, Juan Gris, Piet Mondrian y otros, y en sus jardines se albergan esculturas de Auguste Rodin, Jean Dubuffet, Henry Moore Claes Oldenbourg y otros artistas.