23 de octubre de 2018

Crítica de cine: Caravaggio, en cuerpo y alma, de Jesús Garcés Lambert

Crítica publicada previamente en el portal Fantasumundo.

Nota: este documental llega a las salas de cine como evento cinematográfico. Exhibidores como Yelmo, Grup Balañà y los Cines Verdi en Barcelona, lo emitirán los días 22 o 23 de octubre, en algún caso (los Cines Verdi) vinculado a una programación cultural especial; consúltese sus webs o en FilmAffinity para saber en qué cines se emitirá.

Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio originalmente porque se creyó que nació en esta localidad de la provincia de Bérgamo –la partida de nacimiento encontrada hace unos años certifica que nació en Milán en 1571; falleció en 1610 en Porto Ercole, en la Toscana–, constituye uno de los grandes exponentes de la pintura italiana a caballo entre las últimas etapas del Renacimiento y los preludios del Barroco. Precursor del tenebrismo, con la utilización del claroscuro, en su obra hay diversas constantes: la desaparición del fondo, la utilización de prostitutas, mendigos y muchachos de la calle como modelos (lo cual a menudo provocaba escándalos), el naturalismo de las figuras, huyendo de una idealización de la belleza, y los temas religiosos como fundamental motivo de inspiración. Una inspiración que lidiaba con la necesidad de un mecenazgo que buscó a menudo en ámbitos eclesiásticos, entre los que halló protectores (el cardenal Francesco Maria del Monte) y no pocos detractores, que censuraban su estilo de vida y los modelos de sus obras. Su propia personalidad –irascible, rufianesca y disoluta– no ayudó a que hiciera amigos en las altas esferas: sus obras a menudo eran rechazadas por ser demasiado provocadoras o apartarse de los cánones que marcaba la Contrarreforma católica posterior al Concilio de Trento. En menos de dos décadas Caravaggio pintó una serie de obras maestras, que influyeron en artistas de las décadas posteriores como Vermeer, Rembrandt y Poussin, o en pintores del siglo XIX como Delacroix, Courbet y Manet. Su vida privada, desaforada, le llevó a trifulcas y peleas en Milán, Roma (donde fue acusado de un asesinato), Nápoles (lugar de exilio bajo la protección eclesiástica), Malta (donde logró el honor de ser nombrado Caballero de la Orden de Malta… y de la que fue expulsado ignominiosamente) y Sicilia. En Nápoles estuvo a punto de ser asesinado y su rostro quedó desfigurado: en dos cuadros de 1609-1610, Salomé con la cabeza de Juan Bautista y David con la cabeza de Goliat, su rostro es el del decapitado.

Canciones para el nuevo día (2587/1806): "Octopus"

Syd Barrett - Octopus 

Disco: Syd Barrett (1974) 



14 de octubre de 2018

Efemérides historizadas (XXXI): 14 de octubre de 1066 - batalla de Hastings

Muerte de Harold II, Tapiz de Bayeux, ca. 1082-1096, Museo del Tapiz de
Bayeux, Bayeux.
Un 14 de octubre de 1066 las tropas del duque de Normandía, Guillermo el Bastardo (en adelante, Guillermo I el Conquistador) derrotaron a las del último rey anglosajón de Inglaterra, Harold II, que murió en combate, en la batalla de Hastings. Las pugnas entre Guillermo y Harold por el trono de Inglaterra venían de lejos, pues ambos ansiaban ser el sucesor de Eduardo el Confesor (1042-1066). Eduardo III de Wessex, de hecho, es considerado el último soberano inglés de esta dinastía (con permiso de Egar II, que pretendió ser su heredero), aquella que fundara Alfredo I el Grande cerca de dos siglos antes; una dinastía que con dificultades se mantuvo en el trono del reino de Inglaterra, formado por Alfredo a finales del siglo IX, ante las invasiones danesas y la conformación, de hecho, de un reino de Dinamarca, Noruega e Inglaterra con el vikingo Canuto el Grande (1016-1035). Guillermo (nacido en el año 1035) era pariente de Eduardo a través del duque normando Ricardo I y siempre tuvo aspiraciones al trono inglés; de hecho, en el año 1051, Eduardo designó a Guillermo como su heredero. Pero el duque normando topó con la oposición de Godwin, descendiente del hermano de Alfredo el Grande, conde de Wessex (por designación de Canuto el danés) y padre de Harold, además de uno de los hombres más poderosos de Inglaterra. Por su parte, Harold, había heredado el condado de Wessex (recordemos, el reino que fue el origen de la dinastía anglosajona y que posteriormente se devaluó a condado con el nuevo reino de Inglaterra) a la muerte de Harold, en el año 1053, y aglutinó a gran parte de la nobleza contra las aspiraciones de Guillermo, el pretendiente “extranjero”.

13 de octubre de 2018

Crítica de cine: First Man, de Damien Chazelle

El cine del espacio es un género propio, en el que a veces se mezcla el retrato de misiones reales con lo fantástico, el terror o incluso el thriller (ejemplos hay tantos que cada cual puede mencionar los que quiera). En clave más “histórica” hemos tenido desde las pruebas del Proyecto Mercury (1961-1963) para enviar tripulantes al espacio en Elegidos para la gloria (Philip Kauffman, 1983) a un “glorioso fracaso” como fue la misión de Jim Lovell, Fred Haise y Jack Swigert en el Apolo 13, en abril de 1970, en la película homónima de Ron Howard (1995). Pero sobre el primer alunizaje en nuestro satélite, la misión Apolo 11 (julio de 1969), el cine aún no se había acercado. Y es curioso, pues se trató del mayor éxito que logró la NASA hasta entonces (y casi me atrevería a decir que también desde entonces): lograr que dos hombres, Neil Armstrong y Edwin Buzz Aldrin, pasearan por la superficie lunar (con un tercero, Michael Collins, orbitando alrededor del satélite). “Este es un pequeño paso para [un] hombre, un gran salto para la humanidad”, la famosísima frase que pronunció Armstrong cuando pisó por primera vez la superficie de la Luna, pasó a la historia, de la misma manera que lo hizo el personaje, que, como Charles Lindbergh cuando cruzó el océano Atlántico en avión por primera vez en 1927, ya no pudo despegarse de la leyenda de lo que hizo entonces. Un Neil Armstrong, no obstante, que pudo no ser ese “primer hombre” al que hace referencia la película de Damien Chazelle y no buscó una fama que prefería evitar. Su vida pareció encauzada para lograr aquella hazaña, pero en su interior había otras cosas aparte de la épica y el triunfalismo: había mucho dolor y un sentimiento de pérdida que quizá no le abandonó jamás.

2 de octubre de 2018

Crítica de cine: El reverendo, de Paul Schrader

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

La carrera de Paul Schrader estuvo durante un tiempo vinculada a la de Martin Scorsese. Ambos se criaron en familias en las que la religión era importante: Schrader creció con el calvinismo (o cristianismo reformado, para ser puristas) y Scorsese en el catolicismo, y ello se nota en las películas que han escrito y/o dirigido. En el caso de Scorsese, la culpa y el perdón son dos de los temas que suele tratar en su filmografía; para Schrader, el remordimiento y la angustia (existencial) son elementos constantes en su obra. Vaya dos personajes, a priori tan diferentes en cuanto a formación y creencias, se podría decir. Pero el suyo ha sido un viaje personal hacia una modulación de la fe religiosa desde puntos de vista ortodoxos y con caminos que en cierto modo divergen de lo más “canónico”, por emplear esta palabra. Ambos trabajaron juntos en películas como Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980) y Al límite (1999), filmes en los que muchas de sus cuitas personales están muy presentes; y también estuvieron detrás de una cinta tan polémica en su momento como fue La última tentación de Cristo (1988). No deja de ser curioso que las últimas películas que ambos han estrenado sean precisamente obras en las que la religión es el tema (¿o quizá la excusa argumental para ir más allá?) como son Silencio (2017) en el caso de Scorsese y El reverendo (2018) para Schrader. Películas muy alejadas de la premura y la pirotecnia que suele pulular en las salas de cine actualmente y que apuestan por la reflexión y la incertidumbre como marcas de distinción.