A Martin Scorsese siempre le han preocupado la fe
religiosa y sus múltiples manifestaciones. Antiguo seminarista que iba
para sacerdote pero abandonó el camino (¿perdió la fe o quizá la manera
de entenderla?), en su filmografía (y más allá de La última tentación de
Cristo) subyace un interés por los aspectos más diversos de la religión
y la propia vivencia religiosa. Quizá por ello le interesara, hace
treinta años, una novela de Shusaku Endo, novelista japonés católico. El
argumento de la novela traza las andanzas de dos misioneros jesuitas,
Sebastião Rodrigues y Francisco Garrope, que viajan al Japón de 1640
para encontrar al padre Cristóval Ferreira, de quien cartas llegadas a
Occidente dejan caer el rumor de que ha apostatado en el seno de una
persecución de los cristianos japoneses (kirishitan)
por parte de las autoridades del período. Las azarosas calamidades de
los dos jóvenes jesuitas son relatadas a modo de diario por Rodrigues,
que se verá impelido a replantearse (a la fuerza) muchas de sus
creencias personales sobre la fe, la evangelización y la verdad. La
novela de Endo, que ya tuvo una primera versión cinematográfica japonesa
hace más de cuatro décadas, ha sido finalmente realizada por Scorsese,
que no sólo asume la dirección sino también la coautoría del guion
adaptado. Y el resultado es Silencio,
una película densa en contenido, con un exceso de metraje, un tempo
narrativo pausado… y las señas de identidad de un tipo tan personalísimo
como es Martin Scorsese.
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Está de más decir que la fotografía es hermosa, alternando grandes
panorámicas con encuadres más íntimos, verdes espacios con embarrados y
míseros lugares. Todo lo que a menudo tienen de excesivamente violento
algunas películas de Scorsese, aquí es más sencillo, pero igual de
impactante (crudo pero sencillo en su formulación, sin necesidad de
alargar en demasía lo que resulta perturbador). Interiores bien
realizados, precisos, de la austeridad tridentina de la estancia en la
que se reúnen los dos jóvenes jesuitas con su superior a una cueva en
penumbra o una cabaña en medio del bosque. Música justa y necesaria,
sonidos naturales, ¿qué más hace falta? En lo técnico la película
desborda calidad, no hay duda.
El resultado es una película muy interesante, excesivamente larga (como a menudo le suele pasar a los filmes de Scorsese), con algunos tiempos muertos innecesarios, pero que se compensan con algunas secuencias estupendamente narradas. Uno, en coña, podría decir aquello de “ir pa ná es tontería” como conclusión de las aventuras de Rodrigues y Garrope en aquel Japón de mediados del Seiscientos; pero lo cierto es que en el choque de mentalidades (y “verdades”) y en la plasmación de la búsqueda activa de un fantasma y del sentido de la fe desde los recovecos más silenciosos del alma humana es donde encontramos una, a grandes rasgos, espléndida película. Eso sí, no apta para espectadores acostumbrados al Scorsese de sus películas más “mafiosas”.
El resultado es una película muy interesante, excesivamente larga (como a menudo le suele pasar a los filmes de Scorsese), con algunos tiempos muertos innecesarios, pero que se compensan con algunas secuencias estupendamente narradas. Uno, en coña, podría decir aquello de “ir pa ná es tontería” como conclusión de las aventuras de Rodrigues y Garrope en aquel Japón de mediados del Seiscientos; pero lo cierto es que en el choque de mentalidades (y “verdades”) y en la plasmación de la búsqueda activa de un fantasma y del sentido de la fe desde los recovecos más silenciosos del alma humana es donde encontramos una, a grandes rasgos, espléndida película. Eso sí, no apta para espectadores acostumbrados al Scorsese de sus películas más “mafiosas”.
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