20 de septiembre de 2017
19 de septiembre de 2017
18 de septiembre de 2017
15 de septiembre de 2017
14 de septiembre de 2017
Crítica de cine: Experimenter: la historia de Stanley Milgram, de Michael Almereyda
Anoche aparqué momentáneamente las series para
ver una película que me interesaba mucho desde su estreno (pasó bastante
desapercibida cuando se estrenó a finales de agosto de 2016), Experimenter: la historia de Stanley Milgram.
Un filme sobre los experimentos sociales de Milgram sobre el
comportamiento humano, a principios de la década de 1960 mientras
trabajaba/investigaba en la Universidad de Yale, y que se realizaron en
paralelo al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, considerado el
"ingeniero" o el "arquitecto" de la Solución Final nazi, el exterminio
de los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. La figura de Milgram (1933-1984), personaje peculiar, psicólogo social que se abrió a la multidisciplinariedad y que creó experimentos de corte sociológico sobre el comportamiento humano y que tambiñen ahondó en el concepto de los seis grados de separación. Judío y de padres inmigrantes de orígenes rumano y húngaro, el Holocausto fue algo que le tocó de cerca, pues en su familia muchas personas acabaron en los campos de la muerte, y en sus estudios sobre la obediencia a la autoridad quedó siempre subyacente el tema del exterminio nazi y en cómo sus perpetradores lograron la colaboración, coercitiva o voluntaria, de toda una sociedad. En la película, Milgram asiste prácticamente "en directo" al juicio de Eichmann y, como Hannah Arendt, reflexionará sobre la participación del individuo en un asesinato en masa.
13 de septiembre de 2017
12 de septiembre de 2017
11 de septiembre de 2017
Crítica de cine: El amante doble, de François Ozon
Sucede a veces que una película acaba teniendo
más valor por el modo de presentar algo que por contar algo; o al menos
contarlo con un tono sostenido, con buen ritmo, en función de un guion
sólido y que llega a un clímax que deja no sólo buen sabor de boca sino
que además es convincente. A veces también sucede que una película, que
en el fondo no deja de ser pura imagen, se recrea en lo visual y
juguetea con la misma de manera que la trama puede supeditarse a ella o,
por qué no, ser netamente prescindible. El riesgo de caer en ello es
importante, desde luego, y se puede caer en un mero postureo visual en
el que el director acaba “pasando” del guion, de la palabra –ojo, que un
guion no tiene por qué constar única y necesariamente de palabras, de
diálogos, sino que también puede estar elaborado a partir de imágenes–;
entonces es cuando, se dice, todo un castillo de naipes –de imágenes, en
este caso– se hunde y cae por tierra. También puede suceder, cómo no,
que un exceso de “verbosidad”, una serie de diálogos y palabreos
encadenados asfixien una historia y la conduzcan a la inanidad. O una
combinación de estos y otros aspectos. Un ejemplo es Grand Piano (Eugeni
Mira, 2013), portentosa película con guion de Damien Chazelle (ya
sabéis, el director de Whiplash y La La Land) que construye de manera
preciosista y paulatina una trama muy interesante y que, en sus últimos
veinte minutos, cae estrepitosamente, hasta el punto de que uno se
lamente por lo magnífica película que habría sido si hubiera seguido por
esa línea que parecía ir a un buen final. Otro caso, no tan dramático,
es La mejor oferta (Giuseppe Tornatore, 2013), en la que, en cuanto al
elemento visual, el espectador puede acabar sufriendo un particular
síndrome de Stendhal cinematográfico y en la que el desarrollo y
especialmente la resolución de la trama se ven venir a legua. Lástima,
se dice quien esto escribe, pues estamos antes dos estupendas películas…
fallidas, como El amante doble, lo último de ese
director tan inclasificable como es François Ozon, quizá de los pocos o
el único que ha trabajado con las grandes actrices del cine francés de
los últimos cincuenta y sesenta años.
8 de septiembre de 2017
Crítica de cine: Churchill, de Jonathan Teplitzky
Crítica publicada previamente en Fantasymundo.
O a mí me lo parece o últimamente asistimos a una
Churchillmanía en el cine y la televisión. Un personaje como Winston
Churchill bien lo vale, considerado por los británicos como el mejor
primer ministro que han tenido en su historia. Un hombre que, con sus
destacables luces y también sus muchas sombras, se ha erigido en un
icono, incluso en el británico del milenio; un tipo con una personalidad
arrolladora y una tenacidad a prueba de crisis y guerras; en momentos
de emergencia nacional, nada como Winston para asumir las riendas del
Gobierno. En la aclamada serie The Crown (Netflix, 2016-), John Lithgow
compuso a un Churchill antológico, el primer primer ministro que tuvo
Isabel II cuando accedió al trono en 1952, ya en un estado de salud muy
débil pero que aún resistió tres años al frente del Gobierno. En la
película para televisión Churchill’s Secret (ITV, 2015), Michael Gambon
interpretó al Churchill de ese mismo período inicial de Isabel II y con
una trama que se pasaba más o menos de soslayo en la serie: los meses
del verano de 1953 en que estuvo ausente de Downing Street por los
gravísimos problemas de salud, hecho que se ocultó a la opinión pública.
En enero de 2018 está previsto el estreno en nuestro país de El
instante más oscuro (dirigida por Joe Wright), película en la que Gary
Oldman se pone en la piel de Winston Churchill en el trascendental mes
de mayo de 1940, cuando fue nombrado primer ministro: el período en el
que Winston Churchill se convirtió en el Winston Churchill icónico que
ha pasado a la historia; podemos anticipar que el guion, a cargo de
Anthony McCarten, se ha convertido en un magnífico y muy recomendable
libro que publicará la editorial Crítica este otoño. Pero llega ahora
las salas de cine Churchill, dirigida por el australiano Jonathan
Teplitzky.
7 de septiembre de 2017
6 de septiembre de 2017
5 de septiembre de 2017
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31 de agosto de 2017
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29 de agosto de 2017
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