Un 4 de septiembre de 476 tuvo lugar un acto que
certificaba la defunción ideológica de un imperio pero que, en términos
prácticos, no dejaba de ser una decisión que para millones de personas
del antaño Imperio Romano (de Occidente) pasaría desapercibida: el
hérulo Odoacro depuso al emperador romano occidental Rómulo Augústulo,
apenas un adolescente a quien su padre, el general medio germánico
Flavio Orestes, había sentado en el trono imperial en Rávena un año
atrás. Formalmente no fue el “último” emperador occidental, pues en
Dalmacia languideció hasta su muerte, cuatro años después, Julio Nepote,
a quien los emperadores romanos orientales (en Constantinopla) sí
reconocían como un colega, a diferencia del pequeño Augusto
(Augustulus), considerado un usurpador, y que en Rávena fue un títere
en manos de su padre y los “bárbaros” con los que éste ora se aliaba,
ora se enfrentaba. Nepote fue apartado del poder imperial, que con
esfuerzos controlaba Italia y la costa dálmata, por un Orestes que jugó a
ser un “hacedor de augustos”, como el militar suevo Ricimero, que unas
décadas antes sentaba y derrocaba emperadores en Rávena.
4 de septiembre de 2016
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18 de agosto de 2016
17 de agosto de 2016
Crítica de cine: El caso Fischer, de Edward Zwick
16 de agosto de 2016
15 de agosto de 2016
12 de agosto de 2016
Crítica de cine: Cazafantasmas, de Paul Feig
Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Se generó mucho (demasiado) ruido en las
redes sociales a cuenta de esta película bastante tiempo antes de su
estreno. Un bochornoso y machista ruido, de hecho, a cuenta de una
remake (o reboot, llega un momento en que ya no veo la diferencia entre
una cosa y otra en el panorama cinematográfico actual) de la película de
1984, uno de esos productos que provocan la nostalgia de muchos y las
iras de algunos que consideran prácticamente una herejía realizar una
nueva versión (y luego están, decíamos, los que se quejan de que en vez
de cuatro hombres haya cuatro mujeres protagonistas… lamentable). La
película de Ivan Reitman de los años ochenta caló en una
generación que no le hizo demasiados ascos a una secuela en 1989 que no
era lo mismo… pero que en el fondo seguía la misma estela. El rollo nostálgico sobre los años ochenta (que ya resulta cansino)
nutre en gran parte las intenciones de esta nueva versión de 2016,
corriendo el doble riesgo habitual de cuando haces algo echando la
mirada atrás: no se logra que lo “nuevo” desbanque a lo “viejo” (siempre
será algo imposible) y puede que revisitando lo “viejo” llegues a la
conclusión de “cielos, pues qué bodrio era aquello”. Cazafantasmas (Paul Feig)
acaba siendo una película más “lista” de lo que parecía, al echar mano
de esa nostalgia (con unos suculentos cameos, además), situarnos en los
tiempos actuales, tanto en trama como en intérpretes (ellas) y no
renunciar a lo que es: justamente lo que esperamos de ella, una comedia
de verano con elementos de acción, sin más complicaciones. Y aunque las
comparaciones siempre serán odiosas, la cinta salva el envite con
dignidad.
11 de agosto de 2016
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