4 de septiembre de 2016

Efemérides historizadas (IX): 4 de septiembre de 476 - Odoacro depone a Rómulo Augústulo

Un 4 de septiembre de 476 tuvo lugar un acto que certificaba la defunción ideológica de un imperio pero que, en términos prácticos, no dejaba de ser una decisión que para millones de personas del antaño Imperio Romano (de Occidente) pasaría desapercibida: el hérulo Odoacro depuso al emperador romano occidental Rómulo Augústulo, apenas un adolescente a quien su padre, el general medio germánico Flavio Orestes, había sentado en el trono imperial en Rávena un año atrás. Formalmente no fue el “último” emperador occidental, pues en Dalmacia languideció hasta su muerte, cuatro años después, Julio Nepote, a quien los emperadores romanos orientales (en Constantinopla) sí reconocían como un colega, a diferencia del pequeño Augusto (Augustulus), considerado un usurpador, y que en Rávena fue un títere en manos de su padre y los “bárbaros” con los que éste ora se aliaba, ora se enfrentaba. Nepote fue apartado del poder imperial, que con esfuerzos controlaba Italia y la costa dálmata, por un Orestes que jugó a ser un “hacedor de augustos”, como el militar suevo Ricimero, que unas décadas antes sentaba y derrocaba emperadores en Rávena.

17 de agosto de 2016

Crítica de cine: El caso Fischer, de Edward Zwick

En 1972 parecía que la Guerra Fría se había “enfriado” un poco: fue la denominada “distensión”. En febrero el presidente estadounidense Richard Nixon visitó China (o la “abrió” al bloque occidental, como le gustaba decir), estableciendo (más o menos) unas fluidas relaciones entre ambos países desde que los comunistas llegaran al poder en 1949. La guerra en Vietnam entró a lo largo de ese año en una fase de (cierta) relajación, previa a las negociaciones de paz que fructificarían al año siguiente; Nixon y su consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, fueron entonces conscientes de que la guerra en el país del Sudeste asiático era un callejón sin salida (no sirvieron de gran cosa los bombardeos masivos sobre Vietnam del Norteen ese mismo año) y optaron por dejar la guerra en manos de los dos países en liza (la también llamada “vietnamización” del conflicto), que acabaría siendo un desastre para la supervivencia de Vietnam del Sur, paulatinamente abandonada por su gran aliado mientras las tropas norvietnamitas iniciaban el avance definitivo al sur. En mayo Nixon y el premier soviético Leónid Breznev firmaron los Acuerdos de Limitación de Armas Estratégicas (SALT, por sus siglas en inglés), que frenarían la carrera atómica entre las dos superpotencias o al menos limitaban el número de misiles intercontinentales que ambos países poseían (y hasta cierto punto, pues los estadounidenses siguieron realizando pruebas atómicas). La masacre en los Juegos Olímpicos de Múnich, en septiembre, con el secuestro y asesinato de once miembros de la delegación olímpica israelí por parte de la organización terrorista palestina Septiembre Negro, puso sobre el tapete a escala mundial el conflicto en Oriente Medio y que iba más allá de la Guerra Fría. El mundo parecía entrar en una nueva fase; incluso la propia carrera política del hasta entonces exultante Nixon, que, a pesar de vencer clamorosamente en las elecciones presidenciales de noviembre (una soberana paliza al candidato demócrata George McGovern en los votos electorales, 520 frente a 17), pronto se hundiría en la ignominia tras destaparse y agravarse el escándalo de escuchas ilegales en el complejo de oficinas (y hotel) Watergate, sede del Comité Nacional del Partido Demócrata. Sí, podría parecer que se abría un nuevo escenario… pero la Guerra Fría no se había abandonado. De hecho, en aquel verano de 1972 se entablaría una batalla más de este conflicto larvado en Reikiavik. No fue una batalla en la que estadounidenses y soviéticos desplegaran sus ejércitos en tierra o lanzaran sus misiles: la batalla se jugó sobre un tablero de ajedrez, con peones, alfiles, torres, caballos, reyes y reinas; y dos hombres animarían a sus respectivos países, enarbolando una bandera de patriotismo, a través del ajedrez. Bobby Fischer y Boris Spassky disputaron el campeonato mundial de la especialidad, pero pocos habrían dudado, a pesar de los aires de “distensión” que en realidad estaba en juego algo más que un título mundial y bastante más que una serie de partidas de ajedrez.

Canciones para el nuevo día (2018/1247): "Maneater"

Hall & Oates - Maneater

Disco: H2O (1982)

 

12 de agosto de 2016

Crítica de cine: Cazafantasmas, de Paul Feig

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Se generó mucho (demasiado) ruido en las redes sociales a cuenta de esta película bastante tiempo antes de su estreno. Un bochornoso y machista ruido, de hecho, a cuenta de una remake (o reboot, llega un momento en que ya no veo la diferencia entre una cosa y otra en el panorama cinematográfico actual) de la película de 1984, uno de esos productos que provocan la nostalgia de muchos y las iras de algunos que consideran prácticamente una herejía realizar una nueva versión (y luego están, decíamos, los que se quejan de que en vez de cuatro hombres haya cuatro mujeres protagonistas… lamentable). La película de Ivan Reitman de los años ochenta caló en una generación que no le hizo demasiados ascos a una secuela en 1989 que no era lo mismo… pero que en el fondo seguía la misma estela. El rollo nostálgico sobre los años ochenta (que ya resulta cansino) nutre en gran parte las intenciones de esta nueva versión de 2016, corriendo el doble riesgo habitual de cuando haces algo echando la mirada atrás: no se logra que lo “nuevo” desbanque a lo “viejo” (siempre será algo imposible) y puede que revisitando lo “viejo” llegues a la conclusión de “cielos, pues qué bodrio era aquello”. Cazafantasmas (Paul Feig) acaba siendo una película más “lista” de lo que parecía, al echar mano de esa nostalgia (con unos suculentos cameos, además), situarnos en los tiempos actuales, tanto en trama como en intérpretes (ellas) y no renunciar a lo que es: justamente lo que esperamos de ella, una comedia de verano con elementos de acción, sin más complicaciones. Y aunque las comparaciones siempre serán odiosas, la cinta salva el envite con dignidad.

Canciones para el nuevo día (2015/1244): "Let's Never Stop Falling in Love"

 Pink Martini - Let's Never Stop Falling in Love

Disco: Hang On Little Tomato (2004)