Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Se generó mucho (demasiado) ruido en las
redes sociales a cuenta de esta película bastante tiempo antes de su
estreno. Un bochornoso y machista ruido, de hecho, a cuenta de una
remake (o reboot, llega un momento en que ya no veo la diferencia entre
una cosa y otra en el panorama cinematográfico actual) de la película de
1984, uno de esos productos que provocan la nostalgia de muchos y las
iras de algunos que consideran prácticamente una herejía realizar una
nueva versión (y luego están, decíamos, los que se quejan de que en vez
de cuatro hombres haya cuatro mujeres protagonistas… lamentable). La
película de Ivan Reitman de los años ochenta caló en una
generación que no le hizo demasiados ascos a una secuela en 1989 que no
era lo mismo… pero que en el fondo seguía la misma estela. El rollo nostálgico sobre los años ochenta (que ya resulta cansino)
nutre en gran parte las intenciones de esta nueva versión de 2016,
corriendo el doble riesgo habitual de cuando haces algo echando la
mirada atrás: no se logra que lo “nuevo” desbanque a lo “viejo” (siempre
será algo imposible) y puede que revisitando lo “viejo” llegues a la
conclusión de “cielos, pues qué bodrio era aquello”. Cazafantasmas (Paul Feig)
acaba siendo una película más “lista” de lo que parecía, al echar mano
de esa nostalgia (con unos suculentos cameos, además), situarnos en los
tiempos actuales, tanto en trama como en intérpretes (ellas) y no
renunciar a lo que es: justamente lo que esperamos de ella, una comedia
de verano con elementos de acción, sin más complicaciones. Y aunque las
comparaciones siempre serán odiosas, la cinta salva el envite con
dignidad.
Estupideces sexistas al margen, la película de Feig sigue
el esquema clásico: las protagonistas se conocen y reúnen, surge el
conflicto que deben resolver (y aparece el villano de turno que, cómo
no, se las da de muy listo) y llega la gran conflagración final, con el
resultado que todos suponemos. Y tampoco hay diferencias en cuanto a la
parcela cómica en la que juegan los intérpretes: si en la película de
1984 teníamos a actores muy peculiares (Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson
como los cuatro “cazafantasmas”), surgidos del medio televisivo y, la
mayoría de ellos, de Saturday Nigh Live, pues en esta ocasión
encontramos a unas actrices (Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones) que también proceden de este medio y de este ya mítico programa. Si en el original tuvimos a Sigourney Weaver como “la chica guapa”, en esta ocasión (los tiempos cambian y donde las dan las toman, sexistas de turno) encontramos a Chris Hemsworth
como “el chico guapo y (muy) tonto” que, mira por dónde, se convierte
en el personaje más gracioso de la película y un inopinado robaescenas. Y
todo ello con mucha ironía: pongamos a cuatro mujeres muy activas y de
armas tomar (pero no “virilizadas” sin sentido) y a un chico guapo pero
en un rol muy tonto y rompamos
con la tópica visión de que las mujeres en los blockbusters de verano
son meramente accesorias, siempre en situaciones románticas y
subordinadas a (y dependientes de) héroes musculosos (como el Thor de
Los Vengadores… ahora en un papel muy diferente). Está claro no se va a
cambiar el mundo con esta inversión de roles, pero Cazafantasmas le
devuelve la pelota a los sexistas de las redes sociales que clamaron al
cielo sin sentido con aquello que estas cuatro actrices (y el inesperado
actor cachas) saben hacer: comedia.
Y esta película es básicamente eso: una comedia a cuenta de los
fantasmas que se mantienen latentes en las entrañas de Nueva York y de
las cuatro “cazadoras” que se empeñan en encontrarlos; de la discusión
entre lo que es ciencia (o académicamente debe ser) y lo que es
charlatanería, y que es la pugna en la que están los personajes de Wiig y
McCarthy (a McKinnon, la particular Q del cuarteto, se la trae al pairo
todo eso); y de la diferencia entre las “amateurs” y los que se suponen
que deben protegernos (las fuerzas del orden, ya sean locales o
federales, que no salen bien paradas) ante amenazas fantásticas (tómese
el adjetivo en sus diversas acepciones). Abby, Erin, Holtzmann y Patty (vamos
a llamarlas por sus nombres como personajes) se sitúan en un lado de
todas esas discusiones, lo hacen con valentía, humor y bastante locura
(aunque traten de echarle seriedad al asunto), y se erigen con propiedad
como auténticas heroínas; por delante de quienes dudan de ellas desde
la ciencia académica (Charles Dance en un rol muy suyo) o desde las instancias de poder (Andy García, como el alcalde neoyorquino que trata de sacar rédito de todo el asunto).
Quizá seamos benévolos con un producto que, reconozcámoslo, aporta poco o
nada, abusa un poco de las humoradas (uno tiene la sensación de que las
cuatro actrices acaban pisándose las unas a las otras en pos de quién
dice o hace la cosa más graciosa) y es tan previsible como podíamos
esperar… en todo (villano, fantasmas, batalla y resolución). Pero es que
esta película es lo que esperábamos… y no tan mal como nos temíamos. Los
cameos de mayor o menor entidad de quienes participaron en la película
de 1984 (sólo faltan el malogrado Harold Ramis, a quien se dedica el
filme, y Rick Moranis, que declinó participar) aportan
la nota nostálgica que se requiere, el ritmo es irregular (como, de
hecho, suelen ser estos productos de verano), los fantasmas una vez
desatados (y algunos de ellos muy reconocibles) juegan su papel, los
guiños y referencias al espectador en cuanto al “universo Cazafantasmas”
cumplen su función sin resultar cargantes… y nos pasamos casi dos horas
en una sala de cine sin perder la sonrisa (y sin bostezar demasiado en
alguna ocasión). Los créditos finales (hay que verlos) son graciosos y
“bailables”, y se abre la puerta a una franquicia que puede dar muchos
réditos y entretenimiento asegurado. Y es que, en comparación con otras
películas de este verano (y no miro a nadie…), Cazafantasmas promete,
cumple y hace pasar un buen rato. ¿Qué más queremos?
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