Llegan los últimos días del año, aquellos en los que, tradicionalmente, este blog dedica algunas entradas a repasar lo que han dado de sí esos 365 días previos. Este año, en cuanto a cine, ha sido parco (para lo que soy yo, claro): apenas 35 películas vistas en una sala de cine. Y algunas se quedaron en el tintero: Puro vicio de Paul Thomas Anderson, por ejemplo, quizá sea la película que más lamente no haber visto en una sala comercial... siendo Anderson uno de mis directores favoritos. Los que me conocéis ya sabéis que no me interesan los Mad Max o Jurassic Park, y que en cuestión de blockbusters marvelizados y similares... pues he acabado pelín hastiado. Ni Vengadores (que sí vi y me dejó más bien frío), ni Ant-Man (que ni me interesó) ni demás parafernalias; frente a esas películas me quedo con Marte de Ridley Scott o The Walk de Robert Zemeckis. Del mismo modo, ha habido muchas películas que me han dado bastante pereza como para acercarme a una sala (La teoría del todo, por ejemplo, o Siempre Alice, que me parecen demasiado convencionales), otras que me han dejado frío y esperaba mucho de ellas (The Imitation Game o el consabido Episodio VII de Star Wars); otras que prometían, sobre todo por el personaje y el actor que lo interpreta, y que han acabado siendo menos logradas de lo esperado (Mr. Holmes); o que eran desiguales, como Whiplash, con una media hora final que redime, en mi humilde, lo que hasta entonces era un déjà-vu constante. En cine español, este año ha habido menos películas, pero La novia (sobre todo) o Truman, que he acabado dejando fuera, salvan el panorama patrio, además de Un día perfecto de Fernando León de Aranoa o Mi gran noche de Álex de la Iglesia Ha sido un año de cine de espías: Kingsman, que también se me escapó, Misión: Imposible. Nación secreta (estupenda película) y el último Bond, Spectre, que a pesar de una (en general) buena crítica que le hice, finalmente la aparqué de la relación final.
29 de diciembre de 2015
28 de diciembre de 2015
25 de diciembre de 2015
24 de diciembre de 2015
23 de diciembre de 2015
22 de diciembre de 2015
Reseña de Tierras mártires, de Enrique Gómez Carrillo
El periodista y escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo
(1873-1927) –quien, como menciona María José Galván, editora de este
libro, probablemente sea más conocido por haber sido esposo de Raquel
Meller– fue enviado a Francia como corresponsal de El Liberal,
periódico de orientación republicana moderada, que durante un breve
tiempo dirigió, para cubrir las noticias sobre la Primera Guerra
Mundial. Su labor como corresponsal de prensa, parangonable a la de
escritores de la talla de Vicente Blasco Ibáñez, Julio Camba, Ramiro de
Maeztu y otros tantos, no era nueva: ya había escrito crónicas y libros
en numerosos viajes en los años anteriores: Rusia, India, Grecia, Japón,
Palestina, Egipto, Argentina… Pero Tierras mártires (Ediciones Evohé, 2015),
el volumen que recoge diversas crónicas periodísticas, es una obra
diferente en su producción de libros de viajes, como comenta Galván en
su valioso prólogo: «deudora de su matriz periodística, el evidente
carácter documental, la tensión entre testimonio y recreación literaria,
los elementos biográficos y la versatilidad de géneros (narración,
poesía, entrevista y ensayo histórico)» (p. 16). Cabe decir, por quien
esto escribe, que su brevedad (apenas unas 120 páginas de texto) no es
un hándicap para poder valorar esos elementos que se concretan; por el
contrario, cada página vale su peso en oro y suponen una agradabilísima
sorpresa… aunque ello se tiña a veces también de una sensación de
estremecimiento por lo que relata Gómez Carrillo.
21 de diciembre de 2015
18 de diciembre de 2015
Crítica de cine: Steve Jobs, de Danny Boyle
Al final de La red social
(2010), una de las abogadas del equipo legal que representa a Mark
Zuckerberg (Jesse Eisenberg) en las diversas demandas que el cofundador
de Facebook tiene abiertas le dice: "No eres un gilipollas, Mark, pero
te empeñas en serlo". Uno no puede evitar pensar en aquella película en
algunos momentos de Steve Jobs,
película dirigida por Danny Boyle, que en breve llegará a las
carteleras españolas (anoche asistí a un preestreno en una céntrica sala
barcelonesa) y que comparte con aquella otra al mismo guionista: Aaron
Sorkin. Este hecho ya es en sí mismo una aliciente, o al menos lo es
para mí: Sorkin me seduce siempre, ya sea como guionista de otra
películas (Algunos hombres buenos, El presidente y Miss Wade, Moneyball, etc.), o en series de televisión como El Ala Oeste de la Casa Blanca y The Newsroom.
Quien se acerque a una sala de cine desde el 1 de enero de 2016 para
ver esta aproximación a la biografía de Jobs ya sabe de entrada lo que
va encontrarse: un toma y daca dialéctico muy sorkiniano, un estilo ágil
en el guion y un producto que deja huella (para bien o para mal). Y más
con Steve Jobs como tema a tratar. ¿Biopic al estilo de Jobs
(Joshua Michael Stern, 2013), que aun siendo una interesante
película pasó bastante desapercibida? No, no lo es. Basada en la
biografía de Walter Isaacson (publicada en castellano por Debate y
posteriormente por DeBolsillo), Sorkin escoge tres momentos de la vida
del hombre que fundó, junto a otro Steve (Wozniak) y Ronald Wayne,
Apple, la gran empresa multinacional que ha revolucionado el mundo de la
informática y el entretenimiento en las últimas cuatro décadas. Tres
momentos, tres años, de hecho, que jalonan la vida de un tipo que, en
esencia, podía parecer e incluso ser tan gilipollas como Zuckerberg.
17 de diciembre de 2015
16 de diciembre de 2015
15 de diciembre de 2015
14 de diciembre de 2015
Crítica de cine: La novia, de Paula Ortiz
Puede suponer una osadía trasladar un texto
teatral a la gran pantalla y hacerlo en un siglo XXI que parece haber
olvidado el valor de la palabra. La palabra que Federico García Lorca
convirtió en imagen —cuchillo, caballo y luna—, en pensamiento y en
color (rojo sangre). La palabra de quien, ya fuera en verso o en prosa,
mostró en Bodas de sangre la
tragedia del alma humana, el miedo y el deseo en un mismo cuerpo, lo
atávico y lo "actual", lo sensitivo y lo sensorial. No me pongo
nostálgico (mucho menos "carca"), pero en estos tiempos en los que el
cine en muchas ocasiones no es más que un receptáculo visual que acaba
por estomagar incluso al espectador entregado, volver a los clásicos es
toda una aventura; y se podría decir que lo es más al tratar de
trasladar al lenguaje cinematográfico un texto como el de Lorca, tan
"literario" pero al mismo tiempo tan evocador. Un texto en el que junto a
la palabra se evoca la imagen —cuchillo, sangre, caballo, barro, luna,
penumbra—, y en el que la propia cadencia de los versos, de la rima
asonante, comulga con la propia imagen, de manera que ambos elementos,
como la pasión que ata a la Novia y a Leonardo, se unen de manera
inextricable. Alegorías al margen, reivindicar a Lorca desde una
pantalla de cine, decía, supone toda una proeza. Y una alegría para los
sentidos.
12 de diciembre de 2015
11 de diciembre de 2015
10 de diciembre de 2015
9 de diciembre de 2015
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