Cuando te acercas a los clásicos en la juventud y
primera adultez, no es precisamente Horacio uno de esos poetas que
consigan atraparte de entrada. Esos años vitales requieren poemas y
poetas más impactantes, y sin duda Catulo consigue darte esa dosis de
pasión, procacidad y provocación. Catulo, con sus odi et amo, vivamus
Lesbia mea o incluso pedicabo ego vos et irrumabo –dejo en manos del
lector el placer culpable de buscar la traducción exacta de este último
verso–, me decía por entonces mucho más que Horacio con su dulce et
decorum est pro patria mori. Y, sin embargo, el sureño, bajo, regordete y
a priori más “aburguesado” Horacio te recordaba aquello de carpe diem,
mientras el norteño, moreno y excesivo Catulo podía conducirte a la
desesperación producida por el despecho amoroso y la rabia que era
incapaz de reprimir. Con el paso de los años, la impulsividad de la
juventud se atempera y entonces te das cuenta de que Horacio te aporta
más de lo que entonces pensabas e, inevitablemente, surgen en tus labios
versos que recordabas de toda la vida: nunc est bibendum, beatus ille qui procul negotiis… Y
quien pudiera parecerte un poeta al servicio de o incluso vendido al
poder, en realidad era un soñador permanente, un inconformista
reluctante y un tipo que te invitaba a beber una copa de vino,
recordándote constantemente que debes disfrutarla.
23 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1261/490): "Love is the only way"
Macaco - Love is the only way
Disco: El murmullo del fuego (2012)
20 de septiembre de 2013
Reseña de Imperios del mar: la batalla final por el Mediterráneo, 1521-1580, de Roger Crowley
Recordamos la batalla de Lepanto (7 de octubre de
1571), la gran victoria de la Liga Santa cristiana contra el Imperio
otomano, «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos,
ni esperan ver los venideros», en palabras de una de sus combatientes,
un joven Miguel de Cervantes. Pero lo cierto es que, más allá de los
fastos, fue una «victoria sin consecuencias», una batalla que no decidió
un cambio perdurable en el mar Mediterráneo. Se llegó a unas costosas
tablas para los imperios y potencias en liza. Venecia fue la primera en
retirarse del combate, con un tratado de paz que la dejaba
definitivamente sin Chipre y con un futuro incierto (Creta, por
ejemplo). El imperio otomano se giró hacia su retaguardia y una guerra
con Persia apartó su mirada del Mediterráneo, al menos por un tiempo. La
monarquía hispánica de Felipe II, que realmente no había tenido una
estrategia clara en lo que pronto dejaría de ser su mare nostrum, tenía
otros asuntos perentorios a los que dedicar su atención (Flandes, la
guerra con Inglaterra, el control del Nuevo Mundo). Pronto Lepanto sería
engrandecido por unos y obviado por otros, y su eco quedaría en la
memoria colectiva. En cierto modo, la guerra que condujo a esa batalla
fue la última contienda a gran escala en un mar que pronto dejaría de
ser el centro del mundo; en apenas unas décadas, las disputas se
trasladarían a otros ámbitos y el Mediterráneo, el mar Blanco como lo
denominaban los turcos, ya no sería el escenario en el que los imperios
del mar lucharían por un dominio que iba más allá de lo territorial y,
por supuesto, lo religioso.
Canciones para el nuevo día (1260/489): "She's Got the (Woo-Hoo)"
Sugar Ray - She's Got the (Woo-Hoo)
Disco: Music for Cougars (2009)
19 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1259/488): "Buona Sera"
Louis Prima - Buona Sera
Disco: The Wildest! (1956)
18 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1258/487): "Compared To What "
Les McCann & Eddie Harris - Compared To What
Disco: Swiss Movement (1969)
17 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1257/486): "Go Your Own Way"
Fleetwood Mac - Go Your Own Way
Disco: Rumours (1977)
16 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1256/485): "Dance Hall Days "
Wang Chung - Dance Hall Days
Disco: Points on the Curve (1983)
13 de septiembre de 2013
Reseña de Heydrich: el verdugo de Hitler, de Robert Gerwarth
Hay personajes que crean una mitología propia a
su alrededor. El período nazi está lleno ellos, pero sin duda uno de los
que llaman más la atención, y que curiosamente reciben menos atención
editorial, es Reinhard Heydrich (1904-1942). Alto, rubio, nariz
imponente, aspecto ario por los cuatro costados según los cánones
raciales del nacionalsocialismo (compárese con Hitler, Himmler, Goebbels
y una amplia plétora de gerifaltes nazis). «El ángel rubio», «la bestia
rubia», «el carnicero de Praga»… su sola presencia ya provoca
curiosidad. Combinaba una resolución ejecutiva con una ausencia de
piedad, una fanatismo casi religioso con una dureza que los checos
sintieron en apenas sus nueve meses como Protector del Reich de Bohemia y
Moravia. Y su muerte a los treinta y ocho años alimentó leyendas de
todo tipo, incluyendo aquella que decía que Himmler, su colaborador más
íntimo y con quien mantuvo una relación que iba mucho más allá de la de
subordinado al Reichsführer de las SS, se alegró de su muerte. Falso,
probablemente Himmler lamentó más que nadie la muerte de su más estrecho
colega. No en balde, como ya recordamos en la reseña
de HHhH de Laurent Binet (Seix Barral, 2011), Heydrich era conocido
como Himmlers Hirn heisstn Heydrich, es decir, «el cerebro de Himmler se
llama Heydrich».
Canciones para el nuevo día (1255/484): "Someday"
Sugar Ray's Week ( y V): Someday
Disco: 14:59 (1999)
12 de septiembre de 2013
Reseña de Humanidad e inhumanidad: una historia moral del siglo XX, de Jonathan Glover
John Milton (Al Pacino) en Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997; desde minuto 1:12)
El siglo XX fue el siglo del horror, parafraseando de algún modo al
histriónico personaje que encarna Al Pacino y que, a su vez, no deja de
ser un trasunto del mismo diablo. Ha sido el siglo más mortífero de la
Historia, suele decirse: dos guerras mundiales, diversos genocidios, la
caída del hombre desde su esfera moral hacia los horrores del infierno.
La ética quedó por el camino que conduce a las trincheras de la Primera
Guerra Mundial, Auschwitz, las purgas estalinistas, Hiroshima, el Gran
Salto Adelante de Mao, My Lai, Pol Pot, Yugoslavia y Ruanda, por citar
algunas de las pesadillas y terrores que se vivieron en el siglo que
comenzó con la idea de que el ser humano había aceptado la autoridad de
la moral, una ley que había que aceptar y obedecer. Recogiendo las
palabras de Lord Acton en una conferencia en Cambridge en 1895 –«las
opiniones cambian, las costumbres mudan, los credos surgen y caen, pero
la ley moral está escrita en las tablillas de la eternidad»–, se podría
decir que el pensamiento de Immanuel Kant –«el cielo estrellado sobre mí
y la ley moral dentro de mí» (ambas citas en p. 17)–, se podía creer en
1900 acerca del progreso moral y en el retroceso de la barbarie. Del
Mal, podríamos argüir. Hoy en día, avanzando en un siglo XXI mucho menos
ingenuo que el inicio de la centuria anterior, el recuerdo de los cien
años anteriores deja bien claro que la perversión del desafío
filosófico de Friedrich Nietzsche había llevado al abandono de la ética
y, especialmente, de la moral.
Canciones para el nuevo día (1254/483): "Words to me"
Sugar Ray's Week (IV): Words to me
Disco: Sugar Ray (2001)
11 de septiembre de 2013
10 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1252/481): "Every Morning"
Sugar Ray's Week (II): Every Morning
Disco: 14:59 (1999)
9 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1251/480): "Fly"
Tenía ganas de dedicarle una semana a este grupo californiano...
Sugar Ray's Week (I):
Sugar Ray ft. Super Cat - Fly
Disco: Floored (1997)
7 de septiembre de 2013
Crítica de cine: La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore
"Siempre hay algo auténtico oculto en toda falsificación".
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es el mejor en su especialidad, como tasador, subastador y experto en antigüedades. Es capaz de distinguir una falsificación de una aparente obra maestra auténtica. Es frío, mecánico, incluso tiene un punto de misantropía: siempre lleva guantes, evita tocar a las personas, se limita a no dar señales de afecto o incluso de empatía. No es un hombre sin sentimientos, sino alguien que se ha ejercitado durante años para mantenerse por encima de lo que considera mera sensiblería o incluso parloteo banal. Evalúa, tasa y vende obras de arte con un criterio que nadie le discute. Su vida es aparentemente rutinaria, metódica, aburrida. Lejos de ser cierto, en realidad Virgil atesora en lo más profundo de su intimidad un amor por el arte, sí, pero también por el propio sentimiento en sí, encerrado en una habitación en la que, sin más muebles que una butaca, se sienta para contemplar su vasta colección de cuadros y retratos de mujeres. Los mira y contempla con la pasión de quien nunca ha pasado de la adoración juvenil o incluso pueril. Ese sanctasanctórum es el último refugio de Virgil: su muro no de lamentaciones, sino de fascinante adoración, sentado en su butaca, los libros apilados en el suelo, todo dispuesto para colocar su última adquisición y dejarse llevar por la belleza de los trazos pictóricos, por los colores, por el simbolismo de las imágenes. Por las mujeres que nunca ha conocido y que sabe que no conocerá.
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es el mejor en su especialidad, como tasador, subastador y experto en antigüedades. Es capaz de distinguir una falsificación de una aparente obra maestra auténtica. Es frío, mecánico, incluso tiene un punto de misantropía: siempre lleva guantes, evita tocar a las personas, se limita a no dar señales de afecto o incluso de empatía. No es un hombre sin sentimientos, sino alguien que se ha ejercitado durante años para mantenerse por encima de lo que considera mera sensiblería o incluso parloteo banal. Evalúa, tasa y vende obras de arte con un criterio que nadie le discute. Su vida es aparentemente rutinaria, metódica, aburrida. Lejos de ser cierto, en realidad Virgil atesora en lo más profundo de su intimidad un amor por el arte, sí, pero también por el propio sentimiento en sí, encerrado en una habitación en la que, sin más muebles que una butaca, se sienta para contemplar su vasta colección de cuadros y retratos de mujeres. Los mira y contempla con la pasión de quien nunca ha pasado de la adoración juvenil o incluso pueril. Ese sanctasanctórum es el último refugio de Virgil: su muro no de lamentaciones, sino de fascinante adoración, sentado en su butaca, los libros apilados en el suelo, todo dispuesto para colocar su última adquisición y dejarse llevar por la belleza de los trazos pictóricos, por los colores, por el simbolismo de las imágenes. Por las mujeres que nunca ha conocido y que sabe que no conocerá.
6 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1250/479): "Put a Little Love in Your Heart"
Annie Lennox ft. Al Green - Put a Little Love in Your Heart
Disco: Scrooged - soundtrack (1988)
5 de septiembre de 2013
Canciones para el nuevo día (1249/478): "Mary Shelley's Frankenstein (Elizabeth)"
Patrick Doyle - Mary Shelley's Frankenstein (Elizabeth)
Disco: Mary Shelley's Frankenstein - soundtrack (1994)
4 de septiembre de 2013
Crítica de cine: Guerra Mundial Z, de Marc Forster
No estaba yo predispuesto a ver esta película
cuando se estrenó hace un mes; de hecho iba a dejarla pasar. Pero se
presentó la oportunidad de verla y me dije ayer tarde-noche "¿por qué
no?". Tener unas expectativas bastante bajas ayudó a que me sentara
delante de la pantalla para tragarme, no lo que fuera, sino al menos que
me hicieran pasar un rato entretenido. Saturado de zombis por aquí y
por allí (por ahora me resisto a series como The Walking Dead), pero al mismo tiempo interesado en apuestas que se salgan de lo convencional (series como Les Revenants o In the Flesh)
y que utilicen la metáfora del zombi para reflexionar sobre la propia
condición humana, tenía claro que la película de Marc Forster no me iba a
aportar gran cosa o que incidiera en aspectos sociológicos. No, te
presentan un blockbuster de verano y ves eso. Ni más ni menos. Pero podría haber sido mucho peor.
Canciones para el nuevo día (1248/477): "Morena mía"
Miguel Bosé & Julieta Venegas - Morena mía
Disco: Papito (2007)
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