3 de septiembre de 2018

Efemérides historizadas (XXVIII): 3 de septiembre de 36 a.C. - batalla de Nauloco

Aureus de Sexto Pompeyo, emitido en Sicilia, ca. 36 a.C.
Un 3 de septiembre del año 36 a.C. tuvo lugar la batalla naval de Nauloco, en la que la armada al mando (y en nombre de Imperator Caesar Divi Filius o Gayo Julio César Octaviano) derrotó a la de Sexto Pompeyo, hijo de Gneo Pompeyo Magno y último líder de los “pompeyanos”, lo cual significaba apagar de una vez los rescoldos de la guerra civil que el tío-abuelo de Octaviano, Gayo Julio César, y Pompeyo Magno entablaron desde enero del 49 a.C. Tenemos que ir, por tanto, unos años atrás. Y es que la muerte del (autoproclamado) Magno en la orilla del suelo egipcio, en septiembre del año 48 a.C. (ya lo contaremos en su respectiva efeméride) no había dado por zanjada una guerra que César pareció ganar en la batalla de Farsalia, un mes antes; una batalla que fue determinante para afianzar el dominio de César, pero no fue tan decisiva como para que el bando perdedor se sometiera al vencedor. Así, los supervivientes de aquella batalla (al margen de los que se rindieran a César después de la contienda) se refugiaron en la provincia de África, con Catón, Metelo Escipión (suegro del Magno) y los hijos de Pompeyo, Gneo y Sexto, aliados con el rey de Numidia, Juba II, feroz enemigo personal de César. Mientras éste “retozaba” con la joven reina de Egipto, Cleopatra durante meses y luego ponía orden en el Ponto, derrotando al hijo de Mitrídates Eupátor, Farnaces, los anticesarianos (que lo eran y mucho) se reagrupaban y se preparaban para contrarrestar al vencedor de Farsalia. César regresó a Roma para partir poco después a África y, a la postre, derrotar a los “republicanos” en Tapso (febrero del 46 a.C.); en la batalla, y poco después, perecieron Metelo Escipión, Afranio, Petreyo y Juba II, además de Catón, que, inasequible al desaliento en su oposición a César, se suicidó para no aceptar el perdón de su enemigo. Los hijos de Pompeyo, Labieno y Accio Varo huyeron a Hispania, donde había una importante clientela pompeyana, y lograron crear un ejército. Resistían los pompeyanos, César resopló de disgusto: la maldita guerra civil no había terminado.

En Hispania los pompeyanos pusieron patas arriba los apoyos de César, desde que este se hiciera con las dos provincias hispanas en el verano del 49 a.C. La batalla postrera se hizo esperar unos meses más –César celebró su cuádruple triunfo en el verano del 46 a.C. e implementó algunas reformas, como la del calendario, acumulando a su vez cada vez más honores y poderes–, hasta marzo del 45 a.C., en Munda: esta vez, como él mismo afirmara, César tuvo que luchar no tanto para derrotar a un ejército enemigo como para salvar su propia vida, pues los pompeyanos combatieron con energía, y se dice que el propio César tuvo que insistir en los ánimos a los suyos para que no desfallecieran. Sea como fuere, Labieno y Varo murieron en combate, Gneo Pompeyo huyó y fue capturado un mes después, siendo ejecutado, y sólo quedó Sexto, que también huyó, al norte de Hispania, buscando apoyos. No parecía que lo lograría, pero el asesinato de César en los Idus de marzo del 44 a.C. fue su tabla de salvación. En el descontrol del año y medio siguiente, con Italia convertida en campo de batalla entre las facciones de cesarianos y los llamados “libertadores” (los asesinos de César), Hispania quedó aparentemente olvidada y en ella logró Sexto afianzar paulatinamente su posición, poniendo en jaque a Asinio Polión y finalmente llegando a un acuerdo con Lépido, que se había hecho fuerte en la Hispania Citerior y la Galia Narbonense, y tenía un ojo puesto en lo que sucedía en Italia y otro en el molesto cachorro pompeyano. Un ejército y una flota, que le permitieron hacerse con una cierta presencia, apoyaron a Sexto de camino a Italia, según un acuerdo con Lépido, para recuperar su herencia; incluso el Senado romano, en la guerra a varias bandas en Mutina, con la muerte de los cónsules del año 43 a.C. y la “marcha sobre Roma” del heredero de César, Octaviano, por la cual se hizo designar cónsul ese verano, pidió ayuda a Sexto. Sexto se aprovechó de la situación de caos en Italia y logró hacerse fuerte en Sicilia, que ocupó como posesión prácticamente personal. Empezaría a forjarse la leyenda de Sexto como el “hijo de Neptuno”, mientras en suelo itálico se negociaba y formaba el (mal llamado) Segundo Triunvirato entre Marco Antonio, Octaviano y Lépido.

El mundo romano en el período final de la República (44-31 a.C.; clicar encima de la imagen para agrandar).


La principal prioridad de los triunviros era derrotar y castigar a los “libertadores”, liderados por Casio y Bruto, y a ello destinaron la mayor parte del año 42 a.C., derrotándolos, finalmente, en la doble batalla de Filipos, en octubre de ese mismo año (ya habrá ocasión de efemeriderizarla). Ello permitió a Sexto afianzarse en Sicilia, ampliar su dominio a Cerdeña y Córcega, pinchar en la costa italiana y consolidar una flota que pronto se haría con el control de los mares entre Italia y el norte de África (importantísimo granero para Roma). Por el acuerdo de noviembre del año precedente, que formalizó el triunvirato, Antonio se hacía cargo de la Galia Cisalpina, Octaviano de la Narbonense e Hispania (mediante legados, claro está) y Lépido de África. La victoria en Filipos permitió reajustar el reparto de provincias: para Antonio, el vencedor en Filipos, el Este; para Octaviano, que ya se hacía llamar Divi Filius, Hispania e Italia, y pronto se haría con la Galia (bajo mando de Antonio mediante el legado Fufio Caleno); Lépido se tuvo que conformar con África. Lo demás… en manos del pirata Sexto Pompeyo, como pronto fue considerado. Antonio marcó a poner orden en Oriente e iniciar la relación política (y amorosa, pero no el cuento de hadas que se ha perpetuado desde entonces) con Cleopatra VII de Egipto. En Italia, Octaviano tuvo que lidiar con el hermano y la esposa de Antonio, Lucio y Flavio, el cada vez mayor resentimiento de Lépido y las razias de Sexto, que consolidaba su imperio. Fueron dos años complicados para Octaviano, con la guerra perusina de por medio; Antonio regresó a Italia y se encontró en Brundysium (Brindisi) que se le cerraban las puertas. Arreciaron los nubarrones de nueva guerra civil, esta vez entre los triunviros. Mecenas y Polión, en nombre de Octaviano y Antonio (a Lépido no le consultaron), negociaron un acuerdo que finalmente se formalizó en una renovación del pacto del año 43 a.C. y una confirmación del status quo: Antonio mantenía las provincias orientales (y las clientelas entre los reinos aliados en la zona) y Octaviano las occidentales, excepto África para Lépido. Como toda alianza romana, se formalizó con un matrimonio: el de Antonio, viudo de Fulvia, con Octavia, hermana de Divi Filius.
Denario de Sexto Pompeyo, emitido en Sicilia, 37-36 a.C.
Anverso: galera con una águila en la proa y un cetro en la popa; al fondo, el faro de Mesina coronado con una estatua de Neptuno (divinidad de la que Sexto se hacía proclamar hijo).
Reverso: el monstruo Escila empuña el timón com ambas manos.
Quedaba pendiente (entre otras muchas cosas) el problema de Sexto. Estaba claro que los triunviros no tenían los recursos necesarios para aplastar al hijo de Neptuno, que controlaba las rutas marítimas que permitían el transporte de grano a Italia; una Italia que tenía hambre y se recuperaba poco a poco de los estragos de las guerras precedentes (además del reparto de tierras para los soldados triunvirales, expropiadas a propietarios de la zona, especialmente en el norte de la península, como le sucedió a la familia del poeta Virgilio). Sólo quedaba acordar una paz, aunque fuera temporal, con Sexto. Y así fue: en el tratado de Misenum (39 a.C.): los triunviros aceptaron que Sexto controlara lo que ya poseía (Sicilia y Cerdeña), le garantizaron el control de Córcega, le adjudicaron el Peloponeso y le prometieron un consulado (el del año 33 a.C.); a cambio de que el hijo de Pompeyo dejara de atacar las costas italianas y permitiera el suministro de grano a la capital. Además, para fraguar la alianza, Octaviano, que había estado prometido y formalmente casado con la hijastra de Antonio, Claudia (hija de Fulvia y su primer marido, el tribuno demagogo Publio Clodio), se casó con Escribonia, la hermana de Lucio Escribonio Libón, suegro de Sexto y uno de sus almirantes más destacados. Este matrimonio dio sus frutos: Julia, la hija de Octaviano, su particular “princesa”, la que se casaría siempre en beneficio de su padre… y la que tantos problemas le daría varias décadas después. Un matrimonio que, nacida Julia, Octaviano, asqueado por aquella alianza con Sexto, rompería pronto, repudiando a Escribonia (que, por edad, podía ser su madre). El pacto se celebró con una cena de hermanamiento en la nave principal de Sexto, a la que acudieron los triunviros; Sexto diría después que si hubiera querido hubiera podido dar la orden de soltar amarras y llevarse secuestrados a sus nuevos “aliados” sin que nadie se lo impidiera.

Por supuesto, nadie esperaba que ese acuerdo durara y menos aún Octaviano, que, de la mano de Agripa, su hombre de confianza para todo, comenzó a prepararse para una eventual guerra. Necesitaba barcos y en los dos años siguientes se empezó a construir una flota. Antonio rompió el acuerdo al no entregar el Peloponeso a Sexto y éste reanudó sus razias piratas sobre la costa italiana. Por su parte, Octaviano movió sus piezas: logró, mediante traición de uno de los lugartenientes de Sexto, recuperar Córcega y Cerdeña y preparó el asalto a Sicilia en el año 38 a.C. Pero fracasó, por dos veces, en derrotar a la flota pompeyana, mucho mejor preparada, ocasión que no aprovechó Sexto para contratacar y devolver la jugada en suelo itálico. Los triunviros, por su parte, renovaron sus poderes y reparto de provincias en Tarento, en ese mismo año, en un acuerdo que debía durar hasta finales del año 32 a.C. Antonio se centró en los dos años siguientes en preparar una campaña contra los partos, como venganza por la debacle en Carrae (53 a.C.) y para contrarrestar los efectos de la invasión parta de la provincia de Siria, en los años 40-38 a.C., por parte del príncipe Pacoro y el renegado romano Quinto Labieno (hijo del Labieno antes mencionado). La campaña tuvo lugar en el año 36 a.C. y fue un desastre para Antonio, que penetró en territorio parto con el apoyo del rey armenio Artavasdes, quien, posteriormente, se pasó a los partos; sin los suficientes recursos para iniciar un asedio y habiendo dividido su ejército en dos columnas, Antonio se vio obligado a retirarse de vuelta a Siria, perdiendo miles de soldados en esa retirada, hostigados por partos y armenios. Por su parte, Octaviano pasó el año 37 a.C. construyendo una flota y fraguando una alianza con algunos almirantes de Sexto, que empezaban a ver que el hijo de Neptuno no iba a ningún lugar y que, en cambio, el hijo de César podía ser el caballo ganador.

Campaña en Sicilia en el verano del año 36 a.C.


La campaña definitiva contra Sexto tuvo lugar en el verano del año 36 a.C. y fue azarosa. Octaviano contaba con su flota, la de Lépido desde África, la que le envió Antonio (según los términos del pacto de Tarento), al mando de Estatilio Tauro (que pronto abandonaría a su jefe) y la de un renegado de Sexto, Menas. La idea era desembarcar en Sicilia por varios puntos: no funcionó, sólo pudo hacerlo Lépido en el sur de la isla, en Lilibeo. Las tormentas impidieron a Octaviano (y Agripa) y Tauro poder hacer lo propio; de hecho, la flota de Octaviano naufragó en Palinuro y éste debió retornar a Italia. Agripa reagrupó las naves y en Mylae derrotó a la flota de Sexto, que había sufrido la traición de otro de sus almirantes. No fue una victoria decisiva, pero sí importante (la flota de Sexto quedó muy tocada), pues Octaviano, con el ejército de tierra, fue derrotado cerca de Taormina. Quedaba un último enfrentamiento y fue en Nauloco (entre Mylae y el cabo Peloro), el 3 de septiembre: esta vez Agripa no se estuvo con chiquitas y destruyó (dicen las fuentes) la mayor parte de la flota de Sexto, que huyó con lo poco que le quedaba a Mesina y de ahí a Mitilene, en Lesbos, en el Egeo. En los meses siguientes, intrigó en la zona, buscando el apoyo de los reyes clientes de Tracia y trató de entablar un acuerdo con los partos. Antonio, que regresaba de su desastre personal en la campaña parta, cortó de raíz los planes de Sexto: envió una flota bajo el mando de su lugarteniente Marco Ticio (otro aliado que posteriormente le traicionaría), lo suficientemente grande como para atemorizar a Sexto, quien, ya desquiciado, se peleó con los pocos aliados que le quedaban (incluido su suegro), que le recomendaban rendirse a Antonio y tratar de hacerse su aliado. Sexto se negó y trató de llegar a Armenia; no lo logró: capturado en Mileto, Ticio lo hizo ejecutar. Hipócritamente, más tarde Octaviano utilizaría la decisión de Ticio (que debía de seguir órdenes de Antonio) para atacar a Antonio, pues, técnicamente, Sexto era ciudadano romano y merecía un juicio. Mientras tanto, Octaviano se apoderaba de Sicilia y cuando Lépido, con un ejército numeroso, quiso dar un golpe de fuerza, exigiendo la posesión de Sicilia y la reevaluación del acuerdo triunviral. Sus tropas, sin embargo, hablaron por él: varias legiones desertaron y se pasaron a las de Octaviano. Lépido, atemorizado, se rindió a Octaviano, quien lo depuso de su imperium y poder triunviral y sólo le dejó el pontificado máximo que asumiera tras la muerte de César. Se le confinó en su villa en Circeii (en el Lacio), en cierto modo un exilio interior, y de ella no salió Lépido en lo que quedó de vida (murió a finales del año 13 a.C.).

Las consecuencias de la batalla de Nauloco fueron inmediatas. Por un lado, se ponía fin al imperio de Sexto Pompeyo en el Mediterráneo central y a una situación insostenible para los triunviros desde hacía ya seis años. Por otro lado, la deposición de Lépido por parte de Octaviano, que más tarde Antonio le echaría en cara, dejaba la agonizante República romana en manos de dos hombres. El acuerdo triunviral dejó de estar en vigor cuando terminó el año 33 a.C. y ya pocos dudaban que el camino hacia la guerra entre Octaviano y Antonio había iniciado su cuenta atrás. Antonio forjaría una alianza con los reyes clientes orientales, con Egipto a la cabeza, mientras que Octaviano jugaría la carta de la “unidad nacional”, con la consiga de ‘tota Italia’ al frente, promoviendo un juramento de lealtad a su persona (sólo Bolonia, ciudad de la que era patrono Antonio, se negó a secundarlo; Octaviano la castigaría más adelante, despojándola de sus tierras públicas). La guerra se dirimiría en Actium, el 2 de septiembre del 31 a.C., y saldría vencedor Octaviano gracias a Agripa. Once meses después, Antonio se suicidaba en Alejandría, poco antes que Cleopatra. Ya sólo quedaba un hombre en pie: Imperator Caesar Divi Filius, que añadiría en enero del 27 a.C. un nuevo y determinante título, el de Augustus.

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