Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Un plano cenital sobre un campo de batalla de la Gran Guerra abre este filme. 1916, la guerra de trincheras en su pleno apogeo. La cámara desciende a una de esas trincheras, en el bando francés: el cañoneo no cesa, los soldados enloquecen, mueren, acaban destrozados. Los tres hermanos Laffont (Georges, Marcel y Jean) se preparan para una ofensiva, pero pronto se perderán de vista unos a otros. Georges (Romain Duris), que es capitán, queda de pronto aislado; su compañero más cercano acaba volatilizado, parte de sus restos recaen sobre la nuca y los hombros de Georges, que, histérico, no puede quitárselos, sólo gritar. Fundido a negro. La trama se traslada a 1923, en la Francia de la posguerra y en el África colonial, concretamente en el Alto Volta francés (hoy, Burkina Faso). En la primera, Marcel (Grégory Gadebois) es un herido de guerra: su heridas son psíquicas, sobre todo, pues ha perdido el habla y comienza a aprender la lengua de signos, de la mano de Hélène (Céline Sallette), al tiempo que conoce a Madeleine (Julie-Marie Parmentier), una viuda con quien parece intimar. En África, un desencantado Georges se mantiene al margen de la sociedad, guardando para sí el dolor y los recuerdos de la guerra. Se hace acompañar de un antiguo soldado, Diofo (Wabinlé Nabié), su guía con las tribus locales, que también cuenta historias (más o menos “reales”) sobre sus experiencias bélicas y las hazañas del capitán Laffont. Georges, de vuelta de todo, no quiere saber nada de eso, pero le deja hacer. Las vidas de los dos hermanos, narradas en paralelo en una primera parte del filme, muestran dos respuestas sobre la supervivencia al trauma de la guerra: el silencio interior (y exterior) y el desarraigo. Pero finalmente Georges regresará a Francia y deberá lidiar con el pasado: la muerte de Jean en combate y volver a recuperar la relación con un hermano que sigue sufriendo los horrores de la guerra de trincheras.
Alto el fuego (Cessez-le-feu, en el original) es el debut como director del veterano actor y guionista Emmanuel Courcol y ha elegido como escenario las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, un tema a menudo tratado por el cine francés. Autor también del guion, su película no es estrictamente una cinta sobre el retorno del soldado, sino sobre cómo seguir adaptándose, cuando han pasado algunos años, a un trauma que no cesa y a las consecuencias de la guerra en una familia. Muchas familias francesas enviaron a sus hijos a las trincheras, como los Laffont, y muchos murieron en un combate absurdo. El dolor por la pérdida de Jean sigue presente en la madre, Louise (Maryvonne Schiltz), metódica a la hora de hacer cuentas y escribir cartas, y también dispuesta a pedirle cuentas a Georges (“prometiste que cuidarías de tus hermanos”), cuando este regresa de África, para después prácticamente pedirle perdón. Georges deberá lidiar con sus demonios internos al tiempo que trata de que Marcel recupere el habla, aparentemente inconsciente de que fueron cientos de miles de veteranos los que regresaron a casa sin un miembro o habiendo la capacidad de hablar, oír o amar (quizá el propio Georges).
El filme, algo lento en su desarrollo, muestra con interés el día a día de la población de Nantes en los años posteriores a la Gran Guerra; incluso se deja entrever los negocios privados con el Gobierno para “limpiar” los campos de batalla en el norte del país, donde quedan enterrados miles de obuses y no pocos cadáveres de soldados. La relación de Georges con Hélène, en paralelo a la de Marcel con Madeleine, llena los días apáticos y saca a la luz historias del pasado que afectan a los diversos personajes. El filme, de factura visual algo “académica”, en ocasiones, por tema y forma, recuerda filmes recientes como la reciente Nos vemos allá arriba (Albert Dupontel, 2017) y también evoca, con un toque muy diferente, Largo noviazgo de domingo (Jean-Pierre Jeunet, 2004), que sobrevuela constantemente esta película, al menos en el imaginario de quien esto escribe.
Personajes bien perfilados, pues, en ocasiones algo acartonados, pero que evolucionan (y dejan alguna sorpresa) en un filme que quizá requiera de algo más de paciencia por parte del espectador. Puede que el tramo final sea algo decepcionante, aunque no se podrá decir que no tenga una “lógica” en la construcción de la trama. Cierto es que, a este lado de los Pirineos, puede resultar un filme que no acabe de tocarnos la fibra… o puede que ya hayamos visto el mismo tema en otras cintas. Sea como fuere, Alto el fuego es una película notable, algo rígida e incluso tópica en las partes ambientadas en África, quizá no ideal para una primera sesión y desde luego no para espectadores que quieran tramas trepidantes. Y, sin embargo, también apetecen películas que se preocupan de “narrar” una historia sin que aparezcan superhéroes de por medio…
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