Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
En la selva del Congo, unos reporteros de prensa fotografían, ocultos en la arboleda, a una guerrilla en un rito de iniciación de niños soldados y recolectores de coltán. De pronto, entre los soldados armados y los jóvenes con el rostro enharinado, se ve a una joven de piel blanca. ¿Quién es’ ¿Qué hace allí? Los reporteros apenas pueden sacar una foto antes de poder huir, perseguidos por los soldados furiosos. Esa foto es la de Sara (Marián Álvarez), colaboradora de una ONG que despareció en el África Central hace unos años. Su hermano, Laura (Belén Rueda), viajará a Kampala (Uganda) para seguir el rastro de esa hermana que lo dejó todo, familia incluida –con un padre (Ramón Barea) ya con el síndrome de Alzheimer y a quien se evoca, de manera algo artificiosa, en un par de flashbacks–, para ayudar a los demás. Pero Sara se esfumó y su rastro será tan difícil de seguir para Laura como peligrosa para su propia será la misión a emprender. En la selva africana, entre grupos militares rebeldes sedientos de sangre y liderados por fanáticos generales que tratan de crear una imagen prácticamente legendaria, Laura conocerá de cerca la realidad de la zona y vivirá de cerca el dolor de sus gentes.
Con El cuaderno de Sara, Telecinco Cinema sigue la senda de otras producciones recientes que nos trasladan a regiones muy alejadas –la selva amazónica y la búsqueda del Dorado en Oro (2017) de Agustín Díaz Yanes, el sitio de Baler en 1898. Los últimos de Filipinas de Salvador Calvo (2016) o Guinea Ecuatorial en la no muy lejana Palmeras en la nieve de Fernando González Molina (2015)–, con producciones de lujo y que evocan episodios de la historia de España; añadamos Thi Mai de Patricia Ferreira, estrenada hace pocas semanas y que nos traslada a Vietnam y la odisea de la adopción. Al mismo tiempo, ese filme, escrito por Jorge Guerricaechevarría, coguionista habitual de las películas de Álex de la Iglesia y Daniel Monzón, nos introduce en cuestiones de fondo como el de la explotación y el tráfico del coltán, mineral apreciadísimo y esencial en la fabricación de teléfonos móviles y del que un 80% de su producción mundial se extrae en África Central, el secuestro de niños para convertirlos en soldados asesinos al servicio de guerrillas y grupos paramilitares, o cómo la guerra afecta con toda su devastación a las poblaciones de países de la zona como la República del Congo, Uganda o Ruanda. Quién no recordará películas como Diamante de sangre (Edward Zwick, 2006), Hotel Rwanda (Terry George, 2004) o El señor de la guerra (Andrew Niccol, 2005), entre otras, donde estos temas se desarrollan con mayor o menor detalle.
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Todo lo ve Laura, es testigo de matanzas y de la existencia torturada que soporta un ex niño soldado, Jamir (Iván Mendes), pero en no pocas ocasiones se percibe más una intención exhibicionista exhibir y de recargar las tintas que de denunciar con nitidez las causas de la tragedia que sufre la población del Congo o Uganda desde hace varios decenios: un terror paramilitar constante y una explotación neocolonial que no surgen de la nada. Queda una sensación de superficialidad respecto a los aspectos importantes y de una cierta banalización, en la distancia corta, a la altura de un fotorreportaje de revista del corazón; la cuestión es impactar, cuanto más dolor mejor; pero eso sí, hacerlo desde (y para) la comodidad de una butaca en una sala de cine. La secuencia final es una muestra de cómo perder perspectiva e incluso los papeles.
El cuaderno de Sara es una película de buena factura técnica, pero prescindible en cuanto a una pretensión de mostrarse realista (especialmente en lo que se refiere al arco argumental de varios de sus personajes), atiborrada de lugares y situaciones comunes que simplemente pretenden encogernos el corazón, pero sin ir más allá, y con demasiado ruido y poca sutileza. Pero no nos rasguemos (mucho) las vestiduras, pues tampoco le podemos pedir a este filme que nos diera más de lo que se proponía hacer...
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