La Revolución Rusa de 1917, de la que celebramos
en este 2017 su centenario, ha generado una producción historiográfica
ingente, entre novedades (algunas en sentido estricto, otras en su
traducción castellana) y reediciones, que es susceptible de agotar
incluso al lector más interesado y avezado en la materia. Visitar
algunas librerías da una imagen muy evidente, con mesas y cabeceras de
góndola en las que se ofrece una selección de libros sobre el tema, es
una muestra de cómo el tema, ya sólo en cuanto a ediciones en
castellano, se satura a sí misma y cómo las editoriales especializadas
en ensayo y libro de historia compiten entre sí por presentar una o
varias obras sobre el tema. ¿Todas son buenas? Indudablemente hay toda
una variedad de aproximaciones al tema, desde lo divulgativo a lo
académico, desde lo más reciente que se ha publicado dentro y fuera de
nuestro país a aquello que salió a la venta hace décadas y ahora se
publica por primera vez en nuestro mercado o bien se reedita cuando
parecía olvidado; desde fuentes de primera mano a cargo de testigos o
protagonistas de los hechos a monografías que desde un punto de vista
historiográfico relatan y analizan un proceso tan amplio como fue el de
la (doble) Revolución en la Rusia de 1917 y sus consecuencias más
inmediatas: cese de su participación en la Gran Guerra, conflicto civil e
intervencionismo internacional (más que matizable) y conformación de lo
que acabaría siendo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Entre esa masa bibliográfica de corte muy diverso también en cuanto a su
reevaluación historiográfica –de una historia liberal a un
revisionismo, con múltiples estadios entre ambos puntos–, quizá la obra
más interesante de las publicadas en este 2017 (con permiso del libro de Sean McMeekin publicado por Taurus hace escasas semanas) sea Entre dos
octubres: revoluciones y contrarrevoluciones en Rusia (1905-1917) y
guerra en Eurasia, de Francisco Veiga, Pablo Martín y Juan Sánchez
Monroe (Alianza Editorial, 2017).
* Clíquese sobre los diversos mapas para agrandarlos. |
Estamos, y cito entre comillas algunas frases que se extraen de su
introducción, ante un libro que «ofrece un relato meramente
historiográfico», lo cual quizá obligue a hacer una reconsideración
acerca de qué es “historiográfico” y qué “narrativo” en una obra de
estas características (lo que convenimos muchas veces en llamar “ensayo
histórico” como reductio ad consensum). Un libro que, como insisten los
autores, «incluye la Revolución rusa en toda la corriente de
“revoluciones de la Belle Époque”» e incide en «la relevancia del factor
militar a lo largo de toda la historia de las revoluciones de 1905 y
1917, que se prolonga en la guerra civil, de 1918 a 1921», aunque a la
postre el relato militar (al menos fuera de los capítulos dedicados a la
guerra civil de los años 1918-1920) no sea tan predominante como
pudiera parecer.
Los autores huyen de una historia «Lenincéntrica» y no se interesan
tanto por «cómo los bolcheviques tomaron el poder tras el fracaso de los
gobiernos provisionales y el desgaste de la izquierda menchevique y
eserista. La clave está ven cómo lo mantuvieron, ganando de paso una
guerra civil que sin el apoyo de las grandes potencias de la época
—incluyendo Japón— hubiera sido más corta y muchos menos cruenta», lo
cual añade un plus de interés a este libro y que lo prioriza respecto a
otros que superlativizan (con mayor o menor acierto) el papel de los
bolcheviques en el proceso revolucionario; un papel que fue
prácticamente nulo en marzo de 1917 y que no estuvo exento de tensiones
internas en los episodios de julio y especialmente octubre; si nos
ponemos estrictos, no fue una posición unánime la de “los” bolcheviques,
habiendo notables divergencias entre Lenin –e incluso entre el Lenin
que llega en abril de 1917 y el Lenin de unos meses o un año después,
obligado a adaptarse a aquello que no había tenido en cuenta en el
exilio y a contemporizar con sus “colegas” de partido–, Trotski,
Kaménev, Zinoviev, Kollontai o el joven Bujarin.
Y todo ello (y más) sin olvidar la «atención relevante a la contrarrevolución, entendido el concepto en su sentido más amplio: partidos y movimientos políticos, estrategias represivas y administrativas, idearios y pensadores». Quizá sea este el aspecto más atractivo del libro que reseñamos y el que aporta más matices (y “desmitificaciones”) en cuanto a lo que sucedió en Rusia entre las revoluciones de 1905 y 1917; y, añadimos, una cuestión pertinente: la panorámica que ofrece el volumen, detallada y extensa en sus primeras dos partes, en torno a las dinámicas de las tres revoluciones (la de 1905 y la doble de 1917), permite observar los problemas con los que hubo de lidiar la Rusia zarista primero y el Gobierno provisional después, además de poner el foco en otros actores a los ya conocidos: por ejemplo, Aleksandr Izráil Lázarevich Helphand, el socialista revolucionario conocido como Parvus y que desde el exilio “influyó”, de una manera u otra, en protagonistas de la Revolución como Trotski y Lenin.
Y todo ello (y más) sin olvidar la «atención relevante a la contrarrevolución, entendido el concepto en su sentido más amplio: partidos y movimientos políticos, estrategias represivas y administrativas, idearios y pensadores». Quizá sea este el aspecto más atractivo del libro que reseñamos y el que aporta más matices (y “desmitificaciones”) en cuanto a lo que sucedió en Rusia entre las revoluciones de 1905 y 1917; y, añadimos, una cuestión pertinente: la panorámica que ofrece el volumen, detallada y extensa en sus primeras dos partes, en torno a las dinámicas de las tres revoluciones (la de 1905 y la doble de 1917), permite observar los problemas con los que hubo de lidiar la Rusia zarista primero y el Gobierno provisional después, además de poner el foco en otros actores a los ya conocidos: por ejemplo, Aleksandr Izráil Lázarevich Helphand, el socialista revolucionario conocido como Parvus y que desde el exilio “influyó”, de una manera u otra, en protagonistas de la Revolución como Trotski y Lenin.
Resulta muy interesante la crítica a la «historia narrativa»
tradicional que reitera un relato factual que esconde el bosque y a una
cierta historiografía liberal –Orlando Figes y, especialmente, el
historiador polaco-estadounidense Richard Pipes, de quien hace meses
salió a la venta en castellano su mastodóntica obra, publicada en 1990,
reciben algunas andanadas “historiográficas”– que no ahonda en (u obvia)
algunas cuestiones: por ejemplo, como ya han tratado Veiga y Martín en
una obra anterior, que la Primera Guerra Mundial no acabó en el
(extenso y a menudo minusvalorado) “frente oriental" en noviembre de
1918 y la Conferencia de París de 1919, sino que se alargó, a lo largo
de un amplio espectro geográfico –del Báltico a Polonia, pasando por
Turquía y adentrándose en Asia Central– hasta 1923, como mínimo. La
guerra civil rusa, de hecho, no habría tenido ese desarrollo ni esa
duración sin la implicación de las potencias occidentales (de la Legión
Checoslovaca a la invasión japonesa en la extrema punta de Siberia);
resultaría, de hecho, pertinente comparar los capítulos que se dedican a
la contienda civil, elástica y muy compleja sobre el mapa, con el libro
de Evan Mawdsley, Blancos contra rojos. La Guerra Civil rusa, que
también muy recientemente editó en castellano Desperta Ferro Ediciones.
Entre dos octubres no sólo ofrece una
panorámica «historiográfica» de la Revolución rusa de 1905 a 1917, con
un muy lúcido análisis de las dinámicas en juego de marzo a octubre de
1917, sino que también nos obliga a abrir el objetivo de la cámara y a
no encasillar el proceso revolucionario (y sus consecuencias) en un
cajón estanco, o un vagón, si se me permite la broma, "sellado" como el
que trasladó a Lenin a Petrogrado en abril de ese año. No fue un proceso
de triunfo inexorable de los bolcheviques; de hecho, fue el fracaso en
establecer prioridades en cuanto a las reformas y en mantenerse en la
guerra lo que acabaría, paulatinamente, por desgastar y hacer fracasar
los Gobiernos provisionales, de Lvov a un Kérenski bonapartiano y
precursor de algunos aspectos del fascismo que llegaría en los años
veinte. Es un libro, pues, muy sugerente por el enfoque y que desborda análisis interpretativo.
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