Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.
Blader Runner, basada en parte en la novela
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, se estrenó
sin hacer ruido en 1982, pero pronto se convirtió en una obra de culto?
Los que ya peinamos canas quizá no recordemos su estreno, pero sí
imágenes que en nuestra infancia nos parecieron fascinantes y,
especialmente, el eco de la música de Vangelis: el tema de los créditos finales, por ejemplo, forma parte de la educación sentimental de toda
una generación. Servidor no se va a poner ahora a disertar sobre el
impacto y especialmente el legado de Blader Runner: sería monopolizar el
espacio dedicado a esta crítica y caer en un ejercicio de nostalgia
–maldita nostalgia– que me impediría hacer una valoración de esta
secuela que llega treinta y cinco años. Más de tres décadas después, el
recuerdo de la visionaria película de Ridley Scott y el mundo que
prefiguró (los coches aún no vuelan, sin embargo) permanece y las
expectativas con Blade Runner 2049 eran muy elevadas y de manera
inversamente proporcional a las que generó su antecesora. Ya no está
Ridley Scott tras la cámara, sino en las labores de producción, cediendo
el testigo a quien sin duda es uno de los directores más interesantes
de la actualidad: el canadiense Denis Villeneuve, quien hace un año nos
conquistó definitivamente –tras cintas previas como Prisioneros, Enemy o
Sicario– con La llegada (Arrival).
Quienes asistimos hace unos días a un pase de prensa con una mayor
afluencia que de costumbre (la ocasión bien lo valía) vimos, antes de
que empezara la película, un mensaje de Denis Villenueve (o de la
producción) en pantalla y en el que se nos invitaba a no detallar
aspectos de la trama en nuestras críticas, de modo que el espectador,
que desde el viernes 6 de octubre asistirá a su visionado, pudiera ver
la película, igual que nosotros, sin apriorismos ni spoilers de ningún
tipo; simplemente dejarse (dejarnos) llevar por una película que no
esconde su voluntad de dejar tanta huella como la que, sin pretenderlo
quizá, logró la cinta estrenada en 1982. Por tanto, va a resultar algo
más complicado que de costumbre hacer una valoración de una película que
tiene muchos detalles sobre los que hacer hincapié; pero respetaremos
el deseo de los exhibidores y trataremos de no destripar (demasiado) la
trama. El (futuro) espectador bien lo merece.
Sólo mencionaremos el punto de partida de la trama para situarnos:
en el mundo del año 2049, treinta años después de que transcurrieran los
hechos de la primera película, el agente K (Ryan Gosling) de la policía
de Los Ángeles, otro blade runner que persigue a los replicantes –los
modelos sucesores de aquellos Nexus 6 que lideró Roy Batty en el
pasado–, sigue las pistas de un caso que tiene más derivaciones de lo
que parece. La sociedad del planeta se enfrentó a un “apagón” que cambió
la faz del planeta para siempre y sus consecuencias se hacen sentir. La
Corporación Tyrell que creara los replicantes desapareció y de sus
restos surgió una nueva empresa y un nuevo líder (Jared Leto), con
nuevas directrices en cuanto a la creación de androides al servicio de
la humanidad. Los tiempos han cambiado y las grandes ciudades se han
convertido en espacios abarrotados y rodeados de altos muros que las
separan y protegen de un “mundo exterior” en el que la radiación es
mortal. Sobre este escenario, K se hará un cargo de un caso que remite
al pasado y que puede poner en peligro el nuevo estado de cosas. Y para
ello necesitará saber qué fue de Rick Deckard (Harrison Ford),
desaparecido desde treinta años atrás…
El talento creativo que desborda Blade Runner 2049 es palmario desde
su inicio y hasta los títulos de crédito finales. Es evidente que los
productores han querido hacer una película que no estirara sin más del
chicle de su antecesora, que fuera igual de visionaria y que, sobre
todo, se mostrara respetuosa con el legado recibido y con lo que
significó la primera película para una generación de espectadores.
Hampton Fancher, acompañado ahora de Michael Green, asume otra vez las
labores de guionista, Denis Villeneuve tras la cámara asegura que el
resultado va a estar a la altura y la fotografía de Roger Deakins –lo
mejor del filme, anticipamos– denota que habrá imágenes para el
recuerdo. Los efectos especiales están a la altura del guion y sin
convertir el filme en una preciosa estatua de escayola hueca, y la banda
sonora bebe muy claramente de la partitura anterior de Vangelis, siendo
ahora benjamín Wallfisch y Hans Zimmer los encargados de la música. A
nivel interpretativo, Gosling (abundando en su hieratismo) y Ford (que
demuestra que quien tuvo retuvo) –aunque tardan en “conocerse” y
compenetrarse– asumen el liderazgo de un grupo de actores que, a grandes
rasgos, componen una variedad de personajes interesantes y con
bastantes matices: la inteligencia artificial “personificada” (Ana de
Armas), la mano derecha del empresario visionario y encargada de
defender su obra (Sylvia Hoeks), el propio genio misterioso (el citado
Leto), la superior policial de K (Robin Wright), la creadora de sueños
que vive en una burbuja de cristal (Carla Juri), la prostituta que es
algo más (Mackenzie Davis), el replicante al que da caza K (Dave
Bautista), los ecos del pasado (Edward James Olmos)… y alguna sorpresa
más. Todo está construido con mimo, los engranajes funcionan a la
perfección, o eso se infiere, en una película que no dejará indiferente a
nadie.
Todo ello es cierto y a grandes rasgos estamos ante una dignísima
continuadora del universo Blade Runner… con matices, claro. De entrada,
el elemento neo-noir que tenía la primera película ha desaparecido o
quizá se ha diluido, hasta cierto punto con lógica, en esta secuela; y
es algo que se echa de menos. Entendemos, desde luego, que lo que fue
una seña de identidad en aquella película, concebida de aquella manera
en 1982, no tenía por qué estar presente en la actualidad, que además
juega con otras texturas argumentales y especialmente visuales. La
lluvia y la oscuridad tan presentes entonces se sustituyen por nieblas y
colores tenues, naranjas muy seductores en el tramo central. La
fascinante fotografía de Deakins en esta ocasión nos hará olvidar
aquellos colores metálicos de la primera película y nos transportará a
una nueva realidad visual, fascinante y apabullante. Todo apabulla, en
general, en esta nueva película, pero sin resultar estridente (bueno,
alguna cosilla sí…), que es lo que nos podíamos temer. Blade Runner no
era una película en la que el espectador entrara fácilmente: quienes la
vimos años después de su estreno, con una mayor o menor madurez
cinematográfica, pudimos comprender que es (y sigue siendo) una cinta
con una complejidad argumental que requiere del espectador que ponga de
su parte; con su secuela sucede algo similar, con la diferencia de que
el espectador actual está más curtido (a priori) visualmente. No tarda
uno en dejarse llevar por lo que ve, aunque quizá sí se demore un poco
más en hacerse una composición de lugar. Como le sucedía a la primera
película, uno debe aparcar ideas preconcebidas y valoraciones de aquello
que está viendo, y simplemente dejarse llevar.
Quizá el principal problema del filme es el metraje: 163 minutos que
se dilatan además por el ritmo pausado (y probablemente necesario, no
lo pongo en duda) que se le ha dado en una primera parte a la
presentación del enigma y la progresiva maduración de los personajes
principales (K, en esencia). Pero no olvidemos que Blade Runner no
necesitó llegar a las dos horas (incluidos los diversos montajes
posteriores) para maravillar al espectador con una historia que no se
apartó demasiado de la fórmula de inicio, desarrollo y conclusión. En
esta ocasión uno se pregunta (y a veces se remueve en la butaca) si esas
dos horas y media largas no se acaban haciendo precisamente eso:
demasiado largas. Sí, lo que vemos es fascinante, pero queda la cuestión
de que quizá no era necesario estirar tanto el metraje. Tarda en
arrancar la película (sin aburrir, que conste) y se acumula en el
espectador un paulatino agotamiento; pues, inevitablemente, lo que
fascina y maravilla también acaba dejando un poso de fatiga. No ayuda
tampoco, en lo sensorial, que la música de Wallfisch y Zimmer evoque
demasiado el trabajo previo de Vangelis, y que en ocasiones incluso
pueda llegar a aturdir, más que acompañar; al margen de que para
parafrasear a Vangelis quizá habrá sido más conveniente encargar el
trabajo al propio Vangelis, ¿no?
Pero tampoco quiero magnificar lo criticable. Cierto es que, a la
inversa, hacer un catálogo de los mejores momentos del filme, además de
destriparlo, quizá reduciría el filme a lo selectivo, más que a pensar
en su globalidad. No puedo resistirme a mencionar aquellos momentos en
los que los efectos visuales funcionan a la perfección en cuanto a la
plasmación del deseo de “fisicidad” de lo tecnológicamente avanzado, y
el espectador lo encontrará en un momento “íntimo” y “a tres bandas” en
la que quizá sea una de las mejores secuencias de la película. Pues
además refleja con acierto algunos de los grandes temas del universo
Blade Runner, como son el de la identidad y la condición humanas. Al
mismo tiempo, y ya cuando K y Deckard se encuentran, la secuencia que
envuelve su acercamiento y la violencia de quienes no se conocen y
chocan resulta de una enorme belleza visual, con Elvis Presley de telón
de fondo.
Y es que, tirando ya de una cierta perspectiva (probablemente algo
engañosa por el cortoplacismo que se le supone), son muchas las
secuencias que convierten Blade Runner 2049 en una película cautivadora y
que, por su carácter acumulativo, nos convencen de que quizá sí, y
empiezo a quitarme la ropa para tirarme a la piscina, quizá estamos ante
una película que no se perderá en el tiempo como “lágrimas en la
lluvia". Quizá estamos ante una de las películas del año y de las que
dejarán poso en el espectador, a pesar del dilatado y discutible
metraje, de un cierto manierismo visual en algunos momentos (cayendo
incluso en lo excesivamente enfático), de algunos personajes que acaban
chirriando (Jared Leto, por ejemplo) y de una trascendencia algo
impostada que la película antecesora no tenía –y puede que le falte algo
más de la naturalidad que esta desbordaba–. Y quizá sí, aunque se
destaquen algunos deméritos, quizá queda mucho en la retina de quien la
ha contemplado y sigue fascinado por lo que vio, y todo ello denota una
enorme calidad. Pues Blade Runner 2049 será una película que
analizaremos y escrutaremos hasta el más mínimo detalle, buscando guiños
y referencias de todo tipo. Y, aunque quien esto escribe es reacio a
caer en etiquetas superlativas que la perspectiva suele encargarse de
desmontar, por qué no: quizá estamos ante un clásico contemporáneo.
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