En 1996 se estrenó Trainspotting, película basada en la novela homónima de Irvine Welsh
y que ya en su momento se convirtió en una película de culto, etiqueta
que ha perdurado hasta la actualidad. Las andanzas de un grupo de
heroinónamos y maleantes de poca monta en Edimburgo, con el telón de
fondo de una ciudad que acusaba el legado del thatcherismo, se mezclaban con una estética lumpen y un cierto elemento surrealista en torno al vía crucis de la adicción al crack. La película confirmó el talento de su director, Danny Boyle, que firmaba un segundo filme tras una carrera sobre todo centrada en la televisión; y de unos actores, especialmente Ewan McGregor, Jonny Lee Miller y Robert Carlyle
(quien, por cierto, protagonizó al año siguiente otra película, Full
Monty, que desde la comedia también planteaba los estragos de la
reconversión industrial, esta vez en la Inglaterra de finales del
período conservador de John Major). Los personajes de Trainspotting, perdedores, alienados y abocados a un proceso de autodestrucción (el caso en particular de Tommy/Kevin McKidd),
se mostraban indiferentes a la madurez de quienes ya estaban en la
veintena avanzada, no se preocupaban por tener un trabajo “honrado y
decente”, y sólo se dedicaban a trapichear y meterse chutes de heroína.
La visión deprimente (y deprimida) de una clase obrera escocesa que no
hallaba salida a los problemas cotidianos caló en unos últimos años del
siglo XX, auge del proceso de mundialización económica y social y que
apuraba hasta las heces el eco grunge a lo Kurt Cobain previo al crecimiento de los millenials, el estallido de las redes sociales y el triunfo del mundo globalizado de hoy en día.
La película tenía como protagonista a un héroe fracasado (o en proceso de fracasar), Mark Renton
(McGregor), que a lo largo del filme trataba de superar su adicción a
las drogas, aunque en el fondo no tuviera demasiado interés en
rehabilitarse; de hecho, el lema “escoge una vida”, que era el
eslogan de una campaña contra el abuso de los drogas, se convertía para
Mark en la verbalización de un particular contraprograma de vida: la
vida que había “escogido” era la de heroinómano. Renton y sus amigos, y
compañeros de un desastroso equipo de fútbol local, Simon “Sick Boy” Williamson (Miller), obsesionado con el universo James Bond; Daniel “Spud” Murphy, desastrado e ingenuo; Tommy (McKidd), aparentemente el más “centrado”, y Francis “Franco” Begbie (Carlyle), pura violencia sin sentido, sobrevivían al día a día sin oficio (aparente) ni beneficio. La película destacó por una visión desencantada y sin futuro de la vida,
de chute en chute, de trapicheo en trapicheo; el surrealismo del filme
se centró en el “descenso a los infiernos” (del mono por la heroína) de
Renton y una habitación empapelada con motivos ferroviarios, que se
erigía en un túnel sin final, tan elocuente como la improbable redención
del protagonista. La cinta terminaba con un chanchullo de Renton, Sick
Boy, Spud y Begbie, una huida con las ganancias y la oportunidad de un
futuro para Mark.
Veinte años después, y tras varios proyectos de guion en ciernes, se
produce la reunión de los cuatro actores y el director en este T2 Trainspotting, con una premisa muy sencilla: reubicar a los cuatro
personajes dos décadas después y saber qué ha sido de ellos. El riesgo
principal de esta película recae precisamente en la idea de fondo que
últimamente pulula por las salas de cine y la pequeña pantalla: la
nostalgia. Y es un peligroso concepto: volver a aquello que fue, tratar
de recordar lo que es pasado y quedó atrás, adaptarse a las
consecuencias de llamar a las puertas de la memoria y ver que el reflejo
en el espejo en el que nos miramos, años después, puede que no sea el
mismo. Por suerte, esta película, que adapta una parte de aquella novela y de
su secuela, Porno, no se preocupa excesivamente de tocar la tecla de
la nostalgia… al menos una vez puestas las figuras sobre el tablero y
reencontrado el espectador con ellas. Pues los personajes,
inevitablemente, ya no son iguales; matizo: los personajes menos Begbie
ya no son iguales. Franco continúa siendo el mismo sociópata violento
que era veinte años atrás, aunque más viejo y más golpeado por la vida;
en este caso, una condena a prisión.
Tras una larga temporada residiendo en Amsterdam, Mark Renton regresa a
Edimburgo, una ciudad muy diferente, más “moderna” y menos lumpen que la
dejó. Se reúne con Simon “Sick Boy”, que regenta el viejo pub de una
tía y se dedica a la extorsión de peces gordos locales a los que
chantajea tras grabarlos en encuentros sexuales con una prostituta
búlgara, Veronika (Anjela Nedyalkova),
que al mismo tiempo es su pareja (y aspira a ser la madame de una
sauna/burdel); y le devuelve parte del botín que se llevó veinte años
atrás. Pero Simon no puede olvidar (¿quizá superar?) la traición (“primero
llega la oportunidad, luego la traición”). Con todo, surge una (otra
más) oportunidad de negocio (la sauna/burdel) en el viejo pub. Suben al
carro a Spud, envejecido e incapaz de encontrar trabajo (y de mantener
cerca a una familia), y que sólo encuentra una razón para sobrevivir en
los textos que escribe sobre el pasado, sin un ápice de nostalgia, por
cierto. La cosa se complicará cuando (re)aparezca Begbie, huido de
prisión y utilizado por Simon contra Mark; un Begbie que también deberá
afrontar (ojo, a su manera) la familia que dejó atrás, con un hijo que
desde luego no tiene intención de seguir la senda criminal de su padre.
T2 Trainspotting plantea otra historia de trapicheos (y algo de
heroína) en clave de comedia negra, como la primera película, pero se
apunta otro tanto con una estética y una trama también negra, pero esta
vez de género negro. El elemento cómico sigue estando presente (el local
de unionistas protestantes y ferozmente anticatólicos en el que Mark y
Simon se cuelan para robar) y la veta surrealista queda en manos de un
Spud “más pa allá que pa acá”, reconvertido en escritor tras un intento
de suicidio. “Elige una vida” sigue siendo el leitmotiv de
los personajes, pero los años no pasan en balde y la (ausente) madurez
que esquivan no parece que sea en pos de una “vida” de verdad.. aunque
lo intenten. Pero estamos en 2017, los tiempos son otros y los
personajes ya no tienen aquella mirada del pasado, ni Edimburgo es la
ciudad en la que se movían en busca de un chute más. Lo sórdido de
aquellos años de desparrame emocional se transforma en algo más
“aséptico”, tecnificado, incluso cool.
Uno se preguntaba, antes de sentarse en la butaca de la sala de cine, si
era realmente necesaria esta película, como muchas secuelas y productos
que tratan de apelar a la nostalgia. En cierto modo, la respuesta es
no: no era necesario. Pero lo cierto es que esta película aporta una
mirada más interesante de lo esperado sobre unos personajes, que
básicamente siguen siendo los mismos desamparados emocionales de veinte
años atrás, sólo que más encallecidos por el paso del tiempo. El nihilismo vital de la anterior película, el fracaso como propuesta de
futuro, queda más difuminado, aunque el fracaso sigue siendo una
constante de los cuatro personajes, cada cual a su modo. Fracaso a
encontrar un lugar “normal”, aunque ellos son cualquier cosa menos
“normales”. Boyle acompaña a los cuatro personajes, y algunos cameos de
la primera película, y no duda en echar mano de la propia “mitología” de
la primera película: la música, es decir, algunas de las canciones que
sonaron entonces, y la imagen, con la misma habitación con papel de
trenes en la pared (y el mismo túnel sin fin). Y sin esconderse: T2 Trainspotting quizá no sea excesivamente nostálgica con el fondo, pero
desde luego sí lo es en la forma, asumiendo la autorreferencialidad como
seña de identidad. Para el fan de la primera película será todo un
juego reconocer los diversos referentes (musicales, visuales y
personales) que aparecen en esta ¿secuela?
En definitiva, y aunque quizá se alargue un poco en el metraje y estire
demasiado de un chicle que también se ve venir de lejos, T2 Trainspotting no acaba por naufragar como uno se temía y se disfruta
como una película bastante entretenida y en general escrita con buen
trazo. Cierto es que no tiene demasiadas ambiciones en cuanto a una
trama que procura no salirse demasiado de una (consciente) zona de
confort, y que, para qué engañarnos, no deja de ser un reencuentro: de
personajes, de actores y de un director; quizá del éxito. Últimamente
asistimos a demasiados y cansinos “reencuentros” en la pequeña y la gran
pantalla; al menos este (que esperamos no tenga continuidad) no
empalaga… demasiado.
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