En el programa espacial de la NASA, a finales de
los años cincuenta y durante la década de los sesenta –«hemos decidido
ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no
porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío
servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y
habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a
aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al
igual que los otros», dijo John F. Kennedy en un discurso en la Rice
University., en septiembre de 1962–, participaron muchas personas:
ingenieros físicos, matemáticos, informáticos, militares, personal civil
de empresas de todo tipo. Todos ellos trabajaron con ahínco durante
años, sometidos a la presión para no «ser los segundos en una carrera de
dos». El único rival era la Unión Soviética, la meta de la carrera no
se circunscribía a la Guerra Fría pero no se entiende sin ella, el
premio era colocar a un hombre, estadounidense o soviético, en el
espacio, para después llegar a la luna y clavar en ella una bandera.
Miles de millones de dólares se pusieron para sufragar un proyecto que
hoy en día puede parecer un derroche –pero cuyas aplicaciones prácticas
disfrutamos– de talento, esfuerzo y medios. La carrera espacial. Una
carrera con nombres, muy conocidos, de Yuri Gagarin a Alan Shepard, de
Valentina Tereshkova a John Glenn, del Sputnik al programa Apollo.
Pero personas que no fueron conocidas ni recibieron los parabienes de
una nación. Hubo mujeres que pusieron su esfuerzo al servicio de la
causa. Hubo mujeres negras que dominaron las matemáticas, el lenguaje
informático y lo que subyace en una ingeniería, y no recibieron premios
ni menciones. Hubo «figuras ocultas», aunque lo más pertinente sería
decir que hubo personas «invisibles» o «invisibilizadas» por el color de
su piel. Y tres de ellas, Katherine G. Johnson, Dorothy Vaughan y Mary
Jackson compartieron una historia de esas que sin duda merece una
película para contarlas.
Figuras ocultas
es una película de factura convencional, dejémoslo claro de entrada. Un
convencionalismo en el estilo narrativo, en la combinación de géneros
que van del drama a la épica espacial y con abundantes dosis de humor;
un convencionalismo sobre un tema que ya empieza a estar trillado en las
películas de los últimos años, que es el de la lucha de los derechos
civiles por parte de la población negra en Estados Unidos en los años
sesenta, pero que sigue siendo de candente y necesaria actualidad (y más
en los tiempos actuales que corren); un convencionalismo incluso en la
fórmula elegida, que evoca películas como Criadas y señoras, Apolo 13 y, por qué no, The Imitation Game,
por citar tres películas sobre las que uno puede hacer paralelismos con
esta otra cinta… y sin que sea una crítica, al contrario. De las tres
películas parece que se “inspira” esta otra, cogiendo lo mejor de cada
una y llevándola a su terreno. Pues ponerse a explicar una historia
sobre cálculos matemáticos en un producto para todos los públicos no es
fácil, y aquí se consigue. Emocionar, como se hacía en el filme de Tate
Taylor con esa lucha constante de mujeres negras por superar el racismo
institucionalizado de parte de un país que separaba a la población en
cuanto a servicios, autobuses y centros de educación por el hecho de ser
negro, hay que saber hacerlo bien sin que resulte tópico… o al menos
que el tópico esté bien realizado. Y contar una historia sobre un
lanzamiento (y sobre todo la reentrada) de un módulo espacial que
mantenga la tensión aunque uno sepa que la cosa acabó bien, hay que
hacerlo bien. Y en los tres empeños Figuras ocultas sale airosa, jugando
bien las cartas de aquello que a priori puede ser un hándicap: el
convencionalismo.
Esta película tiene tres protagonistas, tres expertas matemáticas que,
junto a otras trabajadoras negras, para la NASA estaban no ocultas, sino
prácticamente escondidas en 1961-1962, que es cuando transcurre la
historia que nos cuentan. Vaughan (Octavia Spencer, ya acostumbrada a
este tipo de papeles) lucha porque le sean reconocidos los esfuerzos que
hace como supervisora interina de un grupo de empleadas, calculadoras
matemáticas, casi apartadas en una ala del complejo aeroespacial (con
sus correspondientes «para personas de color»); lucha por ese
reconocimiento, en cuanto a estatus, reconocimiento laboral y, cómo no,
sueldo, al mismo tiempo que debe lidiar con la llegada de un
superordenador de IBM que puede dejar a ese grupo de mujeres sin empleo.
Y si no puedes vencer a tu enemigo (aparentemente…), únete a él, con lo
que se convertirá en una experta en lenguaje (y funcionamiento)
informático. Jackson (Janelle Monáe) aspira a ser ingeniera en un
organismo como la NASA que no tiene mujeres informáticas y en un estado,
el, de Virginia, que no permite a las mujeres negras asistir a
universidades de prestigio. Su lucha es contra el establishment
académico e incluso social, y también con ella misma y su entorno para
superar actitudes sociales. Johnson (Taraji P. Henson, que le viene que
ni pintado el papel, dejando a un lado a la Cookie Lyon de Empire),
que acaba siendo la protagonista entre las protagonistas, es un genio
matemático que debe superar obstáculos cotidianos (lo que cuesta algo
tan sencillo como ir al cuarto de baño, el que debe usar, situado a un
kilómetro de su mesa de trabajo), ser aceptada entre sus colegas de
departamento y hacerse valer entre supervisores y jefes que o bien la
ningunean o bien no le han prestado suficiente atención. Superar
obstáculos es el leitmotiv de la película, tanto para estas tres mujeres
como para una comunidad negra en aquellos apasionantes y también
convulsos años en un país que levantaba la vista al cielo con ilusión y
al mismo tiempo miraba hacia otro lado en cuanto al trato a la población
negra a ras de suelo. Romper barreras, alcanzar cimas, hacerse ver
cuando los demás no te ven y especialmente no te quieren ver, de eso va
esta película, y lo hace jugando con elementos seguros y con fórmulas
quizá reiterativas.
Apretando esas teclas y quizá no saliendo del área de confort, esta
película se ve y sale ganadora. Con tres actrices que están muy bien en
su papel y con eficaces secundarios como Kevin Costner (cada vez mejor
en este tipo de roles), que asume el papel del jefe de la Unidad de
Trabajo Espacial de la Nasa, Jim Parsons, como el ingeniero jefe de
dicha unidad (un personaje incómodo ante un estado de cosas que
especialmente le incomodan), Kirsten Dunst como una dura jefa de
personal o un cada vez más cotizado Mahershala Ali. La factura visual es
espléndida, cómo no va a ser en una película sobre la NASA y las
primeras misiones espaciales –otro aliciente: centrarse en los vuelos de
Shepard y sobre todo Glenn, menos conocidos que el programa Apollo
que llegaría a la Luna. La música es otro elemento a destacar, tanto en
la selección de temas musicales de la época (y canciones expresamente
escritas para la película por Pharrell Williams, como “Runnin’”), como
por un score a cargo de un contenido Hans Zimmer, que en ocasiones evoca
a James Horner. Todo funciona bien en la película, hay secuencias,
situaciones y discursos que los guionistas saben que nos van a gustar,
por la dignidad que muestran, y aunque la película supera las dos horas
no se hace nada pesada: al contrario, es la mar de entretenida. Tanto
como, reitero, convencional. Sí, lo es, ¿y qué? Ojalá hubiera más
convencionalismos cinematográficos como este.
En conclusión, una película hecha para inspirar y reivindicar, sobre
todo la figura de tres mujeres –Katherine Johnson sigue vive, a sus 98
años– que a su manera hicieron historia y fueron protagonistas de una
Historia, la del programa espacial, que echaron abajo muros y abrieron
oportunidades para muchas otras mujeres en la NASA y son motivo de
reconocimiento en la actualidad, en unos tiempos que se prevén
difíciles; es curioso como la nostalgia por un pasado, y por los
triunfos de una lucha, pueden teñirse de inquietud en estos tiempos que
corremos ahora. Tiempos inciertos, en cierto modo lo contrario de aquellos
tiempos que muestra esta película, aquellos de hace 55 años, en el que
la esperanza y la ilusión eran quizá las armas necesarias para combatir
contra instituciones, ambientes y sobre todo mentalidades. Alas... que
dicen en English.
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