En 2009 el diseñador de moda Tom Ford se "pasó" al cine y presentó Un hombre soltero,
una interesantísima película en lo visual, más problemática en cuanto a
su narración. Sea como fuere, Ford llamó la atención y muy gratamente,
regalando a Colin Firth, además, uno de sus mejores papeles. La trama
transcurría en 1962 con un profesor universitario que sufría una
dolorosa pérdida personal (la muerte de su pareja, otro hombre) y se
enfrentaba a una crisis muy destructiva. Entonces Ford se encargó de
adaptar una novela de Christopher Isherwood. Siete años después hace lo
propio con otra novela, Tres noches, de Austin Wright (publicada en castellano por Salamandra), y el resultado es Animales nocturnos,
una extraña e hipnótica película que muestra a un director inquieto,
quizá algo pagado de sí mismo (como sucedía con su primera cinta) y que
bebe de algunos referentes clásicos del cine negro. Pues esta es una
película muy noir, sí, pero también muy incómoda... quizá no tanto para
el espectador como para su protagonista, Susan Morrow (Amy Adams, otra
vez espléndida). Susan, una artista frustrada y desencantada, recibe un
paquete: se trata de la novela de su ex marido, Edward (Jake
Gyllenhaal), quien le pide que la lea, pues quiere conocer su opinión.
La novela, que lleva el mismo título que la película, también está
dedicada a Susan, que empezará a leerla y a sumergirse en su trama. Una
trama desgarradora, en su opinión, pero que no puede dejar de leer y
que, al mismo tiempo, la obliga a recordar su propio pasado. De este
modo, su historia en el presente se mezcla con retazos del pasado, de su
relación con Edward, y con una la trama de la novela, estableciéndose
un peculiar juego de espejos... y dolorosas sensaciones.
La novela trata sobre un trágico suceso que afecta a un trasunto del
narrador (es decir, de Edward, y también en la piel de Gyllenhaal) y
transcurre en Texas; en el desierto de Texas, en un territorio inhóspito
y en el que la violencia encuentra refugio en la inanidad del paisaje.
Ford mueve con precisión las piezas de su puzzle: la vida de Susan en el
presente, en Los Ángeles y junto a otro hombre (Armie Hammer); los
recuerdos de su relación con Edward en el pasado, de las decisiones que
tomó y de los errores que cometió; y la historia en paralelo de la
novela, cuyas vicisitudes golpean a Susan. El director navega en la fina
línea que separa el preciosismo visual (o la suciedad angustiosa) de la
pretenciosidad y el vacío narrativo, pero sale airoso. Y lo hace porque
sabe jugar con los registros del thriller y el género negro,
manteniendo la tensión y presentando a personajes ficticios con una
personalidad muy real, interpretados por Michael Shannon, muy
convincente en su rol de policía que no da nada por perdido, y Aaron
Taylor-Johnson, como un criminal amoral y en cierto modo nihilista).
Lo aparentemente vacuo se mezcla con lo sofisticado en una primera
secuencia del filme, una performance artística que evoca lo mejor de
Paolo Sorrentino en sus últimas películas, pero que Ford rebaja y mira
con distancia y, por qué no, por encima del hombro. Uno se teme lo peor,
pero cuando la película transita en el juego de espejos, sobre todo en
el de la novela que Susan lee con ansiedad y horror, es cuando Ford
ofrece lo mejor de sí mismo. Los Angeles, el arte y un estilo de vida
frío y cínico frente a la soledad del desierto, la soledad en las noches
y un hiperrealismo desazonador. Susan se espanta y el espectador
también lo hace. Nos dejamos llevar por sus miedos y por el dolor que
supone echar la vista atrás y saber que lo que hizo mal entonces, las
decisiones que tomó, afectan a su presente y a un estado de ánimo muy
cercano a la depresión. La música de Abel Korzeniowski, con quien Ford
(y nosotros) vuelve a encontrarse, incide en la tragedia y el dolor, y
con un estilo muy reconocible.
Animales nocturnos no es una película agradable ni cómoda, pero sí interesante en forma y contenido. Las tres historias que se entremezclan en la trama muestran una turbiedad moral que no resulta fácil de digerir, incluso en esa esfera vacua que Ford, hombre procedente de un mundo tana sofisticadamente superficial como es el de la alta costura, conoce bien y observa ahora con cinismo. Es incisiva en lo visual, como Un hombre soltero, pero sin mirarse tanto al ombligo; no empalaga, quita el apetito. Quizá por ello resulta tan estimulante dejarse llevar por los derroteros de un director (y guionista) que parece aprender del mundo del cine a pasos agigantados. Y del buen cine, además. Le queda mucho que hacer, no obstante; de hecho, uno se pregunta si es más interesante el juego de espejos que Ford propone o uno de esos espejos en particular (y ya os podéis hacer a la idea de a cuál me refiero). Quizá el problema de esta película, si es que lo hay, sea que el director no haya tomado una decisión sobre en qué plano narrativo se siente más cómodo... y funciona mejor la película. Pero bendito sea ese problema...
Animales nocturnos no es una película agradable ni cómoda, pero sí interesante en forma y contenido. Las tres historias que se entremezclan en la trama muestran una turbiedad moral que no resulta fácil de digerir, incluso en esa esfera vacua que Ford, hombre procedente de un mundo tana sofisticadamente superficial como es el de la alta costura, conoce bien y observa ahora con cinismo. Es incisiva en lo visual, como Un hombre soltero, pero sin mirarse tanto al ombligo; no empalaga, quita el apetito. Quizá por ello resulta tan estimulante dejarse llevar por los derroteros de un director (y guionista) que parece aprender del mundo del cine a pasos agigantados. Y del buen cine, además. Le queda mucho que hacer, no obstante; de hecho, uno se pregunta si es más interesante el juego de espejos que Ford propone o uno de esos espejos en particular (y ya os podéis hacer a la idea de a cuál me refiero). Quizá el problema de esta película, si es que lo hay, sea que el director no haya tomado una decisión sobre en qué plano narrativo se siente más cómodo... y funciona mejor la película. Pero bendito sea ese problema...
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