2 de noviembre de 2016

Reseña de Viajar por el antiguo Egipto, de Jean-Claude Golvin y Aude Gros de Beler

Viajar a Egipto hoy en día (si la situación política del país lo permite) es fácil, como lo es recorrer el Nilo desde la frontera con Sudán y hasta la desembocadura en el Mediterráneo. Son muchas las crónicas y libros de viajes que relatan el periplo a través del Nilo y las portentosas ruinas de tantos y tantos edificios de los tiempos faraónicos. El lector también puede hacerlo y sentir la esencia de ese viaje a través del papel, o de lo que unas ilustraciones pueden evocar en nuestra imaginación. Jean-Claude Golvin, que tanto nos hizo disfrutar hace unos meses con su espléndido libro Ciudades del mundo antiguo (Desperta Ferro Ediciones, 2015), se une en esta ocasión a la egiptóloga Aude Gros de Beler para “trasladarnos” al Egipto de los faraones con un volumen que logra superar al anterior. Pues si Ciudades podía adolecer (lógicamente) de una cierta dispersión geográfica, Viaje por el Egipto antiguo (Desperta Ferro Ediciones, 2016) se ayuda de un criterio muy sólido: qué mejor que el curso del Nilo, desde Abu Simbel y hasta Alejandría, como hilo conductor de este periplo. Un hilo narrativo, pues, geográfico, que a su vez trasciende la cronología, pues a tenor de las diversísimas etapas de la civilización egipcia (incluidas las etapas helenística y romana) sería bastante complicado estructurar el libro de una manera “lineal” sin tener que volver una y otra vez a yacimientos y ciudades que vivieron diversos períodos históricos.

Por otro lado, si hay algo que distingue especialmente este volumen, además de las imágenes, es el texto: más extenso, más desarrollado en cuanto a lo que se pretende relatar de diversos aspectos de la civilización egipcia y que trasciende lo que sería una mera descripción de las ilustraciones; y es donde quizá se nota el detalle de la pluma de Gros de Beler. Un texto que profundiza en el tratamiento de uno de los elementos, probablemente el más importante, del mundo egipcio: la religión y el “peso” de las múltiples divinidades egipcias en la conformación no sólo de una cosmogonía “natural” y política, sino también de la propia creación de espacios arquitectónicos –dominios– de dioses principales como Amón en Tebas, Osiris en Abidos, Horus en Edfú o Hathor en Dendera. De este modo, pues, el viaje que iniciamos en Abu Simbel, un templo desplazado –por las obras de la magna presa de Asuán en los años sesenta del pasado siglo–, está acompañado por una rica narración sobre los dioses egipcios, su origen, las triadas que se establecieron para “ordenarlos” y los templos y ciudades que se construyeron para “alojarlos” y darles culto. 

 El aspecto religioso también está presente, a lo largo de nuestro viaje, en la (también lógica) relación entre faraones que ascendían al trono y la necesidad de empezar a construir, desde el inicio del reinado, de una tumba adecuada, un espacio en el que el cuerpo “descansará” antes del viaje al otro mundo. Y de ahí la construcción de mastabas y pirámides en las primeras dinastías del Reino Antiguo, que evolucionaron a las tumbas lujosas de la XVIII Dinastía en el Valle de los reyes (y las Reinas) en la Tebas occidental (“el dominio de los muertos” frente al dominio de Amón), y los “Castillos de Millones de Años” en la etapa final del Reino Nuevo. Vida y muerte estaban perfectamente ligadas en la civilización egipcia, y de ambas participaban los egipcios “corrientes” que participaban de los festivales religiosos y que construían los palacios, templos y tumbas; no menos interesante son los poblados de “obreros” en las afueras de Tebas en Deir-el-Medina o canteras de época romana como el Mons Claudianus. Y mientras bajamos, aguas abajo del Nilo, “visitamos” la isla de Filé, la “gran Tebas”, el Valle de los Reyes, complejos reales como Beir el-Bahari, Medinet Habu o la (casi) olvidada ciudad de Aketaton, los oasis de Siwa (si nos apartamos un poco de la ruta marcada) y El Fayum, la Saqqara de las diversas épocas, Menfis, las pirámides (y la Esfinge) de Guiza, Tanis… y Alejandría, siempre Alejandría. 


El resultado es un espléndido libro, fabulosamente recreado por los dibujos de Golvin y con unos no menos ilustrativos textos; una particular “puerta del tiempo” a la civilización egipcia y a su legado.

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