Que David Cronenberg siempre ha ido por libre no
es novedad. Quizá lo sea que su última película se haya rodado y transcurra su
trama en ese Hollywood que tanto ha despreciado (y sigue despreciando), del que
siempre se ha mantenido alejado y que habitualmente suele darle la espalda, a
nivel de industria cinematográfica (no tanto de actores). El director
canadiense no se casa con nadie, hace lo que quiere, suele realizar
coproducciones canadienses-europeas, mantiene una cierta coherencia (en cuanto
a estilo, aunque con matices) y se permite el lujo de rodar cómo y cuándo
quiere. No siempre está acertado (Cosmópolis, su anterior película, es
un fiasco y una de sus películas más incomprensibles). Queda algo lejos el
director de un cine impactante, en el que el horror era elástico y la
viscosidad de la sangre que manaban sus cintas variaba en cuanto a densidad.
Quizá por ello el espectador que se acerque a una sala de cine a ver Maps
to the Stars puede llegar a pensar que este no es el Cronenberg al que
estamos acostumbrados (¿cuál de ellos, por cierto?), que ha dejado su
coherencia en un cajón y se ha ido a rodar a Hollywood (aunque sea para
realizar una escabrosa sátira de ese mundillo cinematográfico) o que incluso se
haya pasado a un cine impersonal, fatuo o, lo peor de todo, vacío de contenido.
Y quizá sea esa una primera impresión tras visionar esta película: que no es
Cronenberg quien está detrás de la cámara, sino alguien desconocido que parece
querer ponerse en la piel de Bret Easton Ellis (a ratos tenía la sensación de
"ver" novelas como Menos que cero o, sobre todo, Glamourama).
Pero, a medida que avanza el metraje, encontramos esos elementos habituales en
la filmografía del director canadiense (la violencia, la sangre, un cierto
nihilismo ambiental y argumental, el desamparo, la posmodernidad llevada al
límite). Sea como fuere, Maps to the Stars es una película que merece
ser tenida en cuenta y reflexionada. Si ello es posible.