Que David Cronenberg siempre ha ido por libre no
es novedad. Quizá lo sea que su última película se haya rodado y transcurra su
trama en ese Hollywood que tanto ha despreciado (y sigue despreciando), del que
siempre se ha mantenido alejado y que habitualmente suele darle la espalda, a
nivel de industria cinematográfica (no tanto de actores). El director
canadiense no se casa con nadie, hace lo que quiere, suele realizar
coproducciones canadienses-europeas, mantiene una cierta coherencia (en cuanto
a estilo, aunque con matices) y se permite el lujo de rodar cómo y cuándo
quiere. No siempre está acertado (Cosmópolis, su anterior película, es
un fiasco y una de sus películas más incomprensibles). Queda algo lejos el
director de un cine impactante, en el que el horror era elástico y la
viscosidad de la sangre que manaban sus cintas variaba en cuanto a densidad.
Quizá por ello el espectador que se acerque a una sala de cine a ver Maps
to the Stars puede llegar a pensar que este no es el Cronenberg al que
estamos acostumbrados (¿cuál de ellos, por cierto?), que ha dejado su
coherencia en un cajón y se ha ido a rodar a Hollywood (aunque sea para
realizar una escabrosa sátira de ese mundillo cinematográfico) o que incluso se
haya pasado a un cine impersonal, fatuo o, lo peor de todo, vacío de contenido.
Y quizá sea esa una primera impresión tras visionar esta película: que no es
Cronenberg quien está detrás de la cámara, sino alguien desconocido que parece
querer ponerse en la piel de Bret Easton Ellis (a ratos tenía la sensación de
"ver" novelas como Menos que cero o, sobre todo, Glamourama).
Pero, a medida que avanza el metraje, encontramos esos elementos habituales en
la filmografía del director canadiense (la violencia, la sangre, un cierto
nihilismo ambiental y argumental, el desamparo, la posmodernidad llevada al
límite). Sea como fuere, Maps to the Stars es una película que merece
ser tenida en cuenta y reflexionada. Si ello es posible.
Admito que tentado estuve de abandonar la
película tras una media hora de metraje que me dejaba malas sensaciones. La
trama, con todo, tiene su qué: la llegada a Los Angeles de Agatha (Mia
Wasikowska), una chica que oculta la mayor parte de las cicatrices de su cuerpo,
quemado en un accidente doméstico años atrás. Su presencia en la Ciudad de las
Estrellas afectará la existencia de una serie de personajes con los que se
relaciona: Havana Segrand (Julianne Moore), un actriz madura que trata de
superar un trauma familiar relacionado con su madre... al tiempo que pugna por
un papel en el que, irónicamente, interpreta a su madre, una actriz muerta
décadas atrás; Benjie Weiss (Evan Bird), un actor adolescente que la petó con
un taquillazo en cartelera y que acaba de rehabilitarse de su adicción a las
drogas; Stafford Weiss (John Cusack), su padre, un gurú de la autoayuda (y todo
un vendehumos de tomo y lomo), que se preocupa más de la promoción de los
libros que vende que de los problemas de su problemático hijo; y Christina
(Olivia Williams), la madre de Benjie y su agente, traumatizada por un
accidente del pasado y que oculta algo de su relación con Stafford; y Jerome
Fontana (Robert Pattinson), chófer de limusinas, actor en formación y guionista
en ciernes, y con quien Agatha congenia pronto. La llegada de Agatha, no en
balde relacionada con la familia desestructurada de los Weiss, se asemeja a un
virus que se inocula en la vida, aparentemente tranquila del resto de
personajes (todo lo tranquila que puede ser la vida de actores de Hollywood,
escritores de medio pelo, chóferes, agentes, productores de cine, estrellas
adolescentes...). Que la película tenga una estructura coral, en cuanto a un
rol más o menos parecido de todos los personajes mencionados, recuerda a
películas de Robert Altman; que Cronenberg no se corte en un pelo a la hora de
mostrar alguna secuencia de sexo o que el guion de Bruce Wagner ponga en boca
de los personajes diálogos escabrosos e incluso desagradables, puede epatar
pero también tiene sentido con esa sátira teñida de drama que en esencia es la
película. Quizá un espectador más acostumbrado a películas como Una historia de
violencia o Promesas del este se sienta algo estafado (¿es el mismo director?),
pero si recordamos Cosmópolis... película que se despeñaba hacia la
nadería y cuya senda en ocasiones da esta otra señales de seguir.
Bruce Wagner (el personaje de Robert Pattinson es
claramente un alter ego suyo) escribió una crónica autobiográfica en la que
radiografiaba las miserias del Hollywood de hace un par de décadas, y es la
materia básica de este filme. Quizá sea eso lo que haya interesado a Cronenberg
y le haya impulsado para rodar por primera vez en la Meca del Cine...
poniéndolo a caldo. La película navega entre esa mirada vitriólica, descarnada
(cruel incluso) de las miserias de los diversos personajes de la cinta (la
chica desequilibrada, los padres que explotan la carrera de su hijo, la actriz
veterana que roza el esperpento, los actores novatos dispuestos a todo por
triunfar o aquellos otros que se han hecho famosos por básicamente no hacer
nada); puede llegar a aburrir esa imagen estereotipada de las estrellas
hollywoodienses (con o sin talento) abonadas al abuso de drogas, con una vida
sexual desenfrenada y una vacuidad interior de la altura de un campanario (que
Benjie parezca estar al borde del precipicio en todo ello resulta casi tan
escandalizable como verosímil); también hay momentos en que la trama deriva en
lo previsible (Benjie y la relación con otro niño prodigio, el momento pistola,
la seducción del chófer por parte de Havana, el tramo final). Hay ocasiones en
que no sabes si te seduce la trama o te asquea, y quizá lo peor de la cinta es
que ni Wagner ni Cronenberg parezcan no preocuparse lo más mínimo por lo que
pueda sentir el espectador (pero, tras El lobo de Wall Street, ¿estamos
para escandalizarnos en cuanto a desenfreno sin límites?). La sátira está bien,
así como la ausencia de asideros morales o incluso de escapatorias (de
esperanza incluso) puede tener un cierto sentido. El problema de la película,
sin embargo, es que tras terminarla no deja más poso que un sabor acre y
metálico en la garganta y un nulo interés por (querer) volver a verla. Incluso
la idea de cine dentro del cine, que recientemente hemos visto en Birdman,
o de aproximarnos a las miserias de los actores y del mundillo de la farándula
cinematográfica, puede al final desvanecerse como un azucarillo en un vaso de
agua hirviendo... de modo que también acabas escaldado (o quemado, en este
caso) como el personaje de Agatha.
En definitiva, estamos ante una película que no
es para todo el mundo (ni para todos los públicos) y que deja la semilla de la
desconfianza en cuanto a la carrera reciente de David Cronenberg... lo cual sí
que sería una decepción si sus futuras películas siguen la senda del nihilismo
sin sentido.
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