11 de enero de 2014

Crítica de cine: Agosto, de John Wells

Quizá no haya tema más universal en la ficción, ya sea en la novela, el teatro, el cine o la televisión, que la familia. La familia como núcleo social básico. La familia como refugio y espacio de reuniones familiares en fechas señaladas. La familia como pilar de la estabilidad emocional. Quizá por ser tan presente en nuestras vidas la familia sea lo mejor que te pueda suceder en la vida. O también lo peor. Cuántas veces nos quejaremos de las peleas familiares, de las querellas por una herencia, por una relación que no es bien vista por los demás, por las diferencias generacionales entre padres e hijos, por esa familia política que no aguantas y te ves obligado a soportar... La familia como principìo y fin. Tracy Letts (el senador Lockhart de la tercera temporada Homeland) es un dramaturgo de enorme prestigio allende el charco. Agosto, precisamente, fue la obra de teatro que le supuso ganar un Premio Pulitzer en 2008. Ha pasado por los escenarios españoles en dos ocasiones: en castellano con Amparo Baró y Carmen Machi como protagonistas; en catalán, con Anna Lizaran (de cuyo fallecimiento hoy se cumple un año, por cierto) y Emma Vilarasau... en los roles respectivos de Violet, la matriarca (aquí Meryl Streep), su hija Barbara (Julia Roberts).

Esta es una película netamente teatral, por más que se haya trasladado a unos escenarios en las llanuras de Oklahoma, que es donde sucede la acción. Una casa, en la que la familia Weston se reúne tras la desaparición (y muerte) del patriarca, Beverly Weston (Sam Shepard). Una cena, la parte central de la película, que acaba empieza y acaba de la peor manera. Y unas conversaciones constantes entre unos personajes que sufren el trauma de pertenecer a una familia que va más allá de lo disfuncional. Que Violet sufra cáncer de boca y escupa veneno en casi cada frase que pronuncia... va más allá de lo irónico. Que haya tantos tipos de mujer como personajes es una muestra de la profundidad con la que Letts (autor también del guión) ha creado una historia intensa: a la matriarca destructora (Violet), la secunda la cínica incapaz de ser feliz (Barbara), la hija que intenta ser feliz por encima de todo (Ivy/Julianne Nicholson; por cierto, la doctora estirada y especialista en el cáncer de cérvix de Masters of Sex...), la hija pródiga que mir hacia otro lado en un momento determinado (Karen/Juliette Lewis), la madre castradora (Matty Fae/inmensa Margo Martindale), la hija desubicada (Jean(Abigal Breslin), la cuidadora que no juza (Johnna/Misty Upham), la abuela cruel y que queda en el recuerdo (la madre de Violet). Y frente a ellas, los hombres peleles o juguetes de sus propias pasiones: el marido de Barbara (Bill/Ewan McGregor), el cuñado de Violet y esposo de Matty Fae (Charles/Chris Cooper, el personaje más humano de todos), el hijo de estos dos últimos, fracasado proyecto de hombre (Little Charles/Benedict Cumberbatch), el novio de Karen u personaje ajeno al cerrado círculo de los Weston (Steve/Dermot Mulroney)... Menudo plantel de actores, por cierto, e interpretando con convicción a una serie de personajes torturados, apasionados, maquiavélicos, débiles o amargados.

La película de John Wells (hablando de nombres, el creador de Urgencias y showrunner de El ala oeste de la Casa Blanca tras la marcha de Aaron Sorkin) nos sitúa en esa familia, en la desgracia de formar parte de ella, en el recuerdo de las dificultades económicas en el pasado de Violet y Beverly ("vosotras no sabéis lo que es crecer sin dinero", le dice la matriarca a Barbara, "no podéis entender lo importante que es tenerlo"), en los secretos familiares que aparentemente se ocultan y pueden surgir y explotarte en la cara, en lo difícil que es no juzgar a quienes están contigo en esa familia. Violet es pura fuerza escénica, Meryl Streep roza la sobreactuación en ocasiones y muestra la voracidad de un personaje que sufre el dolor por el cáncer y los efectos a la adicción a los fármacos, y sin embargo es puro odio y rencor. Barbara o la fuerza de quien se permite el lujo de ponerse moralista y sin embargo ha fracasado en lo que ha emprendido: el matrimonio. Ivy o la contención que ya no puede dejar pasar la oportunidad de comenzar a ser feliz, y a la que la vida golpea dos veces. Karen o la inconsciencia de la hija que sólo piensa en sí misma. Y qué decir de Matty Fae, la hermana de Violet, dulce con los demás, incapaz de mostrar tolerancia con un hijo al que desprecia. Charles, su marido, es el clavo ardiente al que como espectador te aferras, el personaje más positivo.

El drama constante (y en ocasiones tan intenso que es difícil de tolerar) se mezcla (o se relaja) en ocasiones con situaciones de comedia (la bendición de la mesa por Charles, por ejemplo). La película comienza con un hombre que contrata a una asistente india ("nativo americana", se burlará Violet) para ayudar a su esposa con cáncer... y termina (o casi) con esa mujer destruida acudiendo a esa india cuando nadie más queda a su alrededor. El epílogo de Barbara conduciendo y parándose en un momento determinado, para dar media vuelta, deja un poso de... ¿esperanza? ¿desolación? que en cierto modo funciona como catarsis, pero que también puede quedar como una secuencia más prescindible.

Una cosa te queda clara: en comparación con esa familia, las disputas familiares que puedas tener son minucias.

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